martes, 18 de diciembre de 2012

A desocupar el cuarto


Sabía que el día tenía que llegar, pero no esperaba que fuera tan pronto. Apenas abrí los ojos, escuché inconfundibles ruidos en el cuarto de mamá. Caminé hacia allá y encontré el más increíble revoltijo. Gavetas y cajas volcadas sobre el suelo revelando las entrañas de tantos años pasados acá. No quise distraerla en su afán de escoger lo que nos debíamos llevar de esa mezcolanza.

– ¡Ay mamá! –Pensé conteniendo una sonrisa. –Cuántas veces te dije que no guardaras tanto cachivache. Ahora ¿cómo nos los vamos a llevar?

De mi parte el asunto estaba resuelto. Solo llevaría lo que cupiera en dos maletas. Más que preocuparme por lo que se iría conmigo, mi meta era dejar limpio el sitio que nos había acogido. No quería que el próximo inquilino lo encontrara sucio. Sin embargo, a pesar de que el lugar era pequeño, parecía una tarea titánica. La basura se reproducía en cada rincón, como los problemas en la vida de algunos desafortunados. Era una basura negra, pegajosa, irreconocible. El colmo era que no tenía una herramienta que me ayudara en la tarea, así que agachado y con las manos, fui formando un asimétrico volcán que en cada viaje amenazaba con ocupar todo el cuarto.
Pegué un salto cuando escuché el timbre. La hora había llegado y aún no terminábamos. Mamá me pidió que abriera. Yo me veía las manos negras, el volcán, las maletas a medio llenar. Me agarró un inmenso deseo de quedarme para terminar la tarea, pero sabía que había llegado el momento de desocupar el cuarto.  

sábado, 15 de diciembre de 2012

A mis hijas e hijos


Por más de tres décadas he tenido la dicha de contar con ustedes. Ustedes me han hecho crecer. De ustedes he aprendido alegrías y tristezas, hemos compartido triunfos y derrotas. Las grandes han comenzado a vivir sus propias vidas, los pequeños están dando sus primeros pasos en busca de su identidad. Sin embargo todos tienen en común esta raíz que se pierde en la niebla del pasado, de la que he tratado de rescatar lo positivo, un ancla para enfrentar las tormentas que, como a todos, la vida nos tiene reservadas. Tormentas que no son más que lecciones disfrazadas, pruebas que superar, peldaños que subir en el interminable camino hacia la perfección.

Anoche, al enterarme de la terrible noticia de la matanza en Newtown, recordé a su abuela cuando la vida de mi hermano se interrumpió abruptamente. Sus lágrimas. El dolor que desde ese día fue carcomiéndola por dentro hasta que finalmente la llevó con él. Oré por esos padres que esa noche velarían en aquellos cuartos vacíos, tan vacíos como han de haber quedado sus corazones, destrozados por esta inexplicable tragedia en vísperas de Navidad. ¿Qué se le puede decir a alguien que pasa por algo así? ¿Cómo confortarlo? ¿Es posible que esa sea la voluntad de Aquel que mora en las alturas? O más bien, ¿Será que Él los recogió consigo de manera prematura por alguna razón que escapa a nuestro entendimiento? No sé.

Pero anoche, con los ojos llenos de lágrimas di gracias por tenerlos conmigo. Por todas esas vivencias que llevo guardadas y que me han dado una razón para vivir.

Ignoro si yo tendría la fuerza para pasar por algo como esto, porque mi mayor anhelo es que todos ustedes estén juntos el día que me toque partir. Cuando llegue ese momento quiero dejarles mis sueños y mis esperanzas. Dejen que me lleve mis temores y mis frustraciones para que su camino sea menos pedregoso y empinado del que a mí me tocó.

Mientras ese día llega, recuerden que los he amado, los amo y los seguiré amando de manera incondicional hasta que exhale mi último suspiro.

domingo, 2 de diciembre de 2012

CATARSIS


Ha vuelto con la mirada borrosa y el corazón estrujado. Camina hacia allá reviviendo los recuerdos de aquella madrugada cuando los gemidos se mezclaban con el polvo. Su hijo le acompaña. Le da fuerzas para avanzar hasta aquella puerta a la que ahora protege una reja de hierro. La ve y añora. Añora aquellos tiempos cuando se podía caminar sin temor. Cuando todos se conocían. Hoy no conoce a nadie. Nadie sabe que sus primeros pasos fueron en estas viejas calles cuyas arrugas son casi tan profundas como las que atraviesan sus pensamientos.



La anciana que abre la puerta guarda un ligero parecido con aquella mujer que a regañadientes compró un suéter de cuello de tortuga al soñador adolescente que cumplía doce años. A él no se le ha olvidado aquel gesto de enfado que hizo cuando le dijeron lo que costaba la prenda. Ella lo volteó a ver como esperando que a él le diera pena y dijera que no lo comprara. Esperó en vano. Fue la dulce revancha de ese niño al que ella privó del gusto de nacer en la casa de sus abuelos. Solo Dios sabe por que, cuando la ciudad quedó en ruinas, ella encontró techo, en el hogar de aquel niño, por casi cuatro décadas. Solo Dios lo sabrá.
Luego de más de diez años la casa, su casa, lo recibe con la misma calidez que cuando volvía agotado tras pasar otro día de suplicio en la Academia. Le da la bienvenida el retrato de su hermano, con aquella sonrisa que los disparos borraron para siempre antes de que pudieran reconciliarse. Lo reciben los recuerdos de aquella última vez que pasó por acá. Los familiares hablando en voz baja y con los ojos llorosos mientras en el cuarto de al lado por fin descansaba su madre.
El alma de su madre la abandonó allí. Ella sacrificó sus mejores años para hacer de él lo que hoy es. En sus últimos momentos ella escuchó su desgarradora confesión, una tardía petición de que le perdonara por no haberle agradecido suficiente esa devoción y entrega.
Las palabras se quiebran mientras le cuenta a su hijo lo que sucedió en aquellos días. Voltea ver y sonríe en tanto amargas lágrimas brotan de sus ojos.

Cuando se alejan, estrecha contra su corazón el ajado sobre que guarda los testimonios de aquella parte de su existencia que abandonó allí.



martes, 13 de noviembre de 2012

Preparandome para el 13 Baktun


Por fin terminaron los albañiles. Cada noche bajo a revisar el bunker.  Tal vez  no tendrá las comodidades del que tenía aquel loco -que desangró medio mundo- en sus últimos días en Berlín, pero tiene lo indispensable para sobrevivir las tres semanas que, según mi amigo que lee el tarot, durará el fuego divino. Tengo los dos generadores listos, las alacenas con cientos de latas debidamente etiquetadas, la puerta a prueba de incendios y terremotos funciona a la perfección, una litera, muchos libros para matar el tiempo mientras la profecía maya hace lo mismo con los incrédulos que no quisieron atender el mensaje, un espacio para la Travis y la nueve milímetros debajo de la almohada por si las previsiones o los cálculos me fallan.

En enero renuncié al trabajo. ¿Pará qué seguir obsesionado por forrarme de dinero si cuando llegue el fin del mundo no servirá para nada? No me arrepiento de jamás haberme casado, mucho menos de no haber tenido descendencia. Bien merecido tenemos el castigo por la manera cómo hemos destruido el legado que nuestros antepasados celestiales nos dejaron.

Estudié cuidadosamente la estructura geológica del país y fui descartando los lugares cercanos al mar o las montañas por donde pasan las fallas. Al final encontré este valle “a prueba de mayas” incluso porque ellos jamás pusieron un pie por acá. Nadie vive cerca, por eso la construcción del bunker pasó desapercibida. He estado meses navegando en la red y creo haber descifrado las claves de lo que va a suceder. No es casualidad que estén ocurriendo tantos desastres naturales. Los mayas están haciendo sus pruebas para que nada falle cuando llegue el gran día. La verdad, me estoy aburriendo de lo lindo. Apliqué los conocimientos aprendidos luego de más de veinticinco años en la fábrica y como resultado de ello, estuve listo casi tres meses antes de la fecha fatídica. ¡Tres meses sin hacer nada! Casi cien días en los que he vagado como un loco prisionero de mi maldita eficiencia.

Menos mal que la Travis me acompaña.  Esa gata negra de ojos color ámbar que apareció un día, quién sabe de donde, y que tiene comportamientos casi humanos, hace el tedio menos pesado. No importa el momento ni el lugar, ya sé que ella está a mi lado con su intensa mirada fija en mí. Basta que la llame para que se acerque mimosa a frotarse contra mis piernas o mis brazos. Cómo quisiera tener la sabiduría para entender lo que pretende decirme con sus maullidos. Coelho dice que todo sucede por alguna razón por eso estoy seguro que algo hay detrás de su aparición, justo en las vísperas de una fecha tan especial. En lugar de incomodarme, modifiqué los planos de mi refugio para que ella también tuviera cabida.

Una noche soñé que se transformaba en una hermosísima mujer de piel bronceada y mirada felina. Que insinuante se frotaba contra mi cuerpo y me susurraba sus más íntimos deseos. Desde entonces no se me quita la idea que ella es un mensajero del más allá, enviada para que juntos repoblemos el mundo una vez pase la catástrofe. Dentro del bunker guardé un cofre con hermosas prendas que adquirí para mi amada, luego que se transforme en mi compañera tras el cambio de era. Mientras ese anhelado momento llega, la tengo bien aprovisionada con su concentrado y su arenero.

* * * * *

Faltan tres días. Estoy haciendo una prueba final, hasta el momento todo ha funcionado como está previsto. Incluso verifiqué el funcionamiento del plan B, por eso tengo la nueve milímetros sobre la mesa, al costado de la cama. Olvidaba contar que hoy es mi cumpleaños. Estos malditos mayas echaron por la borda la celebración que tenía planeada. No todos los días se llega al medio siglo. Para no pasar por alto el logro de mis padres, destapé la botella de Zacapa XO y la estoy degustando mientras ordeno el álbum con los mejores recuerdos de mi vida. ¿Qué habrá sido de aquella hermosa niña de ojos cafés a la que adoré en silencio en mi lejana adolescencia? Adriana ¿Se llamaría Adriana? Tenía cara de Adriana, aunque con cuerpo de Marilyn. Malditos Kennedy, bien merecido tuvieron lo que les pasó. No tenían derecho a arruinarle la vida de esa manera, ni siquiera llegó a sus cincuenta. Demi si llegó a esta edad, ella si pudo celebrarlo. Inolvidable Demi en Ghost. Ojalá que luego que pase esto no me encuentre con que el mundo poblado de fantasmas que no pudieron desconectarse y largarse de acá.

La Travis me está viendo. Creo que está leyendo mis pensamientos.

-Ya falta poco mi amor para que recobres tu figura humana y seas mi compañera en esta misión que nos espera. Por algo nos escogieron. Por algo estamos aquí. Ven conmigo. Quiero abrazarte, escuchar los latidos de tu corazón.

¡Te dije que vengas gata maldita! ¿Se te olvida que tienes prohibido correr acá? Vas a desordenarme todo.

Casi te alcanzo. Ya te agarré la cola. Que fuerza tiene la desgraciada. No te subas sobre la mesa. Cuidado con el arma…

Un último pensamiento acudió a mi mente al ver el fuego saliendo de ese agujero negro.

-¿De qué sirvió tanto esfuerzo si nunca sabré si los mayas tenían razón?

jueves, 1 de noviembre de 2012

Mi compu tiene virus


Tanto que comentan del asunto. Que no entres a lugares desconocidos, cuidado con las páginas porno o con bajar música pirata… Les juro que tomo todas las precauciones, pero por algún lado se infiltró el mal nacido virus. Aquí se me presenta el primer problema: algunos dicen que los virus no son seres vivos, pero ¿cómo pueden no serlo si los malditos se reproducen más que los conejos?

Quienes me conocen saben ni los gallos me ganan en recibir al sol. Hoy, como todos los días, desafié el frío de la madrugada, tomé mi compu y comencé a visitar las páginas de siempre, Facebook, las de noticias y el clima, de pronto en la pantalla comenzaron a desplegarse páginas que ni conozco, ni me interesan. Cada vez que borraba una, dos o tres más ocupaban su espacio. ¡Era de locos! Yo moviendo el mouse para oprimir las X que las desaparecen y ellas multiplicándose más allá de la lógica.

Luego de quince minutos de infructuosa batalla decidí tomarme un respiro. Pensé que si dejaba de atacarlas, al menos el asunto no seguiría empeorando. Por unos instantes así fue. Entonces… vino el primer estornudo. Cuando la compu literalmente estornudó, arrojó sobre la pantalla decenas de nuevas páginas. La toqué y está hirviendo. Los estornudos no cesan, las páginas que no caben en la pantalla comienzan a desparramarse sobre el escritorio. Adiós. Si no huyo me van a aplastar.

lunes, 15 de octubre de 2012

A mi Hija del Lago


No te traje al mundo a sufrir,

porque el sufrimiento ya venía contigo.

Está impregnado en cada letra de tu nombre.

En cada suspiro que lanza al viento una parte de ti.

No te traje al mundo a ser admirada,

tu destino no es ese.

Tú viniste a enseñarnos que siempre hay una oportunidad de crecer.

A retar aquello en lo que creemos

a ayudarnos a comprobar que siempre hay otra manera de ver las cosas.

Esas pequeñas cosas que pueden generar grandes cambios.

Hoy que por fin te presentaré al mundo quiero que sepas que lo hago con temor.

Porque te formé con partes muy íntimas de mi ser.

Por eso no quisiera que nadie te lastime.

Porque el dolor que te causen, será también mi dolor.

Pero tenía que llegar la hora de entregarte al mundo.

Cómo quisiera que te comprendan, te respeten y te aprecien.

Si ese no fuera tu destino recuerda que puedes volver a mí.

Yo te arrullaré como lo hice tantas noches mientras te daba forma.

Adiós mi querida Hija del Lago
De corazón espero que los dioses te sean propicios.

lunes, 8 de octubre de 2012

Domingo siete


Como ya se ha vuelto costumbre, en la madrugada estaba deambulando por los oscuros corredores de la casa. Desde que escuché la historia de la dama de rosa que ronda por esos mismos lugares, me asalta la morbosa inquietud de ignorar qué haré el día cuando coincidamos en tiempo y espacio. Estaba escrito que no sería hoy.

Dos temas abarcaban mi agenda del día, que se volvieron tres cuando caí en cuenta que era domingo siete. La tan temida fecha que me recordaba el accidente de aquel lejano domingo de ramos cuando faltaban pocas semanas para que mi hermano naciera y que nos dejó más golpeados que el nazareno cuyos sufrimientos íbamos a recrear a su paso por las estrechas callejuelas de los barrios de la Candelaria.

Retomando el hilo de mis preocupaciones, el mayor reto que se me presentaba era ponerme de acuerdo con mi pierna derecha, que desde hacía tres días decidió declararse en huelga y con una obstinación digna de mejores causas,  mostraba su rebeldía provocándome un dolor, que motiva las sonrisas en mi esposa por el drama que se refleja en mi cara, pero que duele más en el ego, mis lectores masculinos entenderán la razón. Con más optimismo que ganas, calculé que llegaría a una tregua con mi pierna para poder ver otras en mejores condiciones, me refiero al clásico del futbol español.

Perdonen damas, de sobra conozco esos gestos, reconozco que ustedes no pueden penetrar a esa parte de nuestro cerebro, supongo que muy cercana al bulbo raquídeo, que se activa cuando veintidós gladiadores disputan una pelota con el único afán de introducirla en una red situada al extremo de un rectángulo de cien metros de largo. Pocas de ustedes habrán sentido su corazón latir a la velocidad de ese balón cuando viaja por los aires, a menudo desafiando las leyes de la física, para alcanzar el objetivo. Jamás entenderán la excelsitud de este arte que paraliza, literalmente, a medio mundo, nos hace olvidar los cotidianos problemas y dispara los niveles de consumo de alcohol y cigarrillos. No pregunten la lógica, simplemente es así, es parte de los rituales que nos entretienen en este contaminado globo que vaga por el espacio llevándonos como incómodos pasajeros.

El gran problema, que desde hace más de dos años enfrentamos en la familia es ¿en dónde podremos ver el partido? Somos de esa mayoría que no cuenta con la señal directa en casa y debe salir a buscar un restaurante para disfrutar del espectáculo. Los ojos de mi hijo brillaron cuando le pregunté si quería que fuéramos a ver el juego. Minutos después ya estaba con la camisola de nuestro equipo puesta. Esa es otra parte importante del ritual. La camisola te identifica con tu tribu. Sus colores se impregnan en tu piel. Te da un sentido de pertenencia. La pierna no entendía estas razones. Ella quería quedarse en casa, pero ya había abierto la boca, así que no le quedó más que acompañarnos.

La zona viva estaba más viva que nunca. Veías carros por doquier, vendedores ambulantes ofreciendo camisolas, bufandas, banderas y cualquier otro recuerdo de tu equipo. Una amiga (pobre mortal que no ha sido contagiada por el virus del futbol) dijo una vez, con ese aire de superioridad que les inyectan en las aulas de una universidad cercana, que somos tan insignificantes que tomamos como propia una contienda deportiva que se está librando a miles de kilómetros. Las palabras de esa amiga me recordaron a mi pierna, ojalá existiera alguna manera de cambiarlas...

Me la jugué a los seguro. Ese restaurante español que pareciera ser el más grande del mundo porque nunca se llena. Además, como buen aficionado, tengo una cábala. Mi equipo nunca ha perdido cuando lo he visto jugar allí. Hoy era fundamental. El equipo de mis amores parecía un hospital en las Ardenas durante la primera guerra mundial. Tal vez por eso mi pierna, aplicando la lógica que reside en las neuronas del muslo, insistía que era una batalla perdida. Gustara o no, las cartas estaban echadas. Era mi pierna contra la cábala del restaurante español.

Mi ángel guardián encarnado en don Chepe, aquel mesero que me conoce desde hace varios años, intuyó esas angustias existenciales que me abrumaban y decidió ahogarlas en cerveza. Bendito sea. Hasta mi pierna estuvo de acuerdo que así valía la pena acompañarme. Ese líquido frío, de reflejos dorados, sacaría de lo profundo de mis pensamientos una sabiduría futbolística que ni mi pierna ni yo sabíamos que existía.

Compartiríamos con tres grupos esos noventa minutos. Había aficionados de ambos equipos, pero los nuestros eran más, como dicen algunos, tal vez no éramos machos pero éramos muchos.

En la cancha comenzaron a revelarse las estrategias de ambos técnicos, que fieles a sus estilos de juego, buscaban aprovechar cualquier error del rival. Los primeros minutos fueron de sufrimiento, no parecía que los nuestros fueran locales, horrorizado veía como una avalancha blanca nos abrumaba, parecía ser solo cuestión de tiempo para que nuestra portería perdiera la virginidad. Para nuestra mala fortuna, el profanador fue ese número siete tan odiado por un verdadero fan de los nuestros.   

-Domingo siete.

Pareció llegarme el mensaje por debajo de la mesa. Hasta entonces recordé que si bien la pierna no podía ver el partido, lo estaba escuchando. Me preparé para el resto del sermón:

-¿Ya ves que te lo dije?

Dos ángeles llegaron al mismo tiempo, el que me llenó el vaso y el que empató el partido. Esa sincronización abrumó hasta a mi pierna que prefirió ignorarme.  Mi hijo, con esa sabiduría cibernética que ahora traen las nuevas generaciones, veía el partido, comía una deliciosa paella, opinaba sobre las jugadas y chateaba por su celular. Se notaba que la estaba gozando, sobre todo cuando la jovencita de diminutos pantaloncillos, que estaba sentada enfrente, se paraba sobre su silla para alentar a su equipo. Creo que en esos momentos a él no le importaba que ella fuera fan de los rivales. Nuestro crack hizo de las suyas de nuevo. Metió uno de esos goles que quedan grabados en la memoria y que algún día mi hijo le contará a sus nietos. Poco nos duró la alegría, el terminator rival volvió a empatar las acciones.

Los últimos minutos fueron de infarto. La pelota, lanzada por uno de nuestros debutantes, pegó en el marco de los oponentes. Luego se nos escapó otra oportunidad. El pitazo del árbitro puso final a las acciones. Los jugadores, al borde del agotamiento, se abrazaron. Los de camisola blanca se veían más contentos, se habían salvado de perder en cancha ajena. Las cámaras enfocaban la cara de angustia del terminator rival, más tarde me enteraría que se luxó el hombro.

El mundo comenzó a girar de nuevo, mi pierna hizo un ligero intento de reiniciar sus protestas, me da la impresión que ahora quería quedarse, pero le demostré quien mandaba y la obligué a regresar conmigo. Salimos del restaurante orgullosos de la camisola que llevábamos puesta. Orgullosos de haber visto una excelente demostración de nuestro deporte favorito. Estas oportunidades en la vida son irrepetibles, parecían decir nuestros rostros. Fue maravilloso compartir con mi hijo ese inolvidable momento.

jueves, 4 de octubre de 2012

Un encuentro en plena selva


Aquella lluviosa tarde avanzaban entre el monte buscando rezagados cuando una voz le alertó:

 ―Mi Capitán, encontramos a uno.

Un anciano, desnudo y en avanzado estado de desnutrición, estaba tirado en la maleza. Temblando, unía las manos en actitud de súplica mientras el terror se reflejaba en sus ojos. Aníbal se acercó. Era obvio que en este caso no había peligro, que al desgraciado le quedaba poco tiempo de vida.

―Denle un poco de agua y algo de comer. Traigan a Venancio. Necesito que me sirva de intérprete para interrogarlo.

El anciano dijo llamarse Pedro. Al recuperar algo de fuerzas, decidió contarles su historia. El relato de un mundo diferente al que aquel capitán de fría mirada conocía.

―Somos de San Antonio, aunque llevamos rato de no vivir allí. Nos llaman “población en resistencia” sólo porque nos resistimos a morir. Hace años vivíamos tranquilos en las tierras de nuestros abuelos, hasta que un día los ejércitos llegaron. Nunca se aclaró qué los llevó por allá. Dicen que los llamaron unos vecinos. Estaban asustados porque algunos muchachos se habían unido a las guerrillas. Al principio los soldados aparecían de noche para llevarse a los hombres que tenían apuntados en una lista. Al cabo de los días encontrábamos sus cuerpos hechos pedazos a la orilla del camino. Luego comenzaron a matarlos en el mismo pueblo. No imaginás qué agonía vivíamos sólo de pensar que tarde o temprano nos llegaría el turno de aparecer en la lista de los que ustedes llamaban enemigos de la democracia.  ¡Y ni sabíamos la razón!

Pedro se detuvo para recuperar el aliento.

―Nos agarró el pánico cuando nos enteramos que hasta el Monseñor había cerrado la diócesis. Los del ejército decían que los que huyen es porque algo deben. Que el inocente se queda para demostrarlo. Huimos porque sabíamos que a todo el que agarran lo torturan y lo matan. Queríamos irnos a México pero el cerco de los ejércitos nos lo impidió. Hemos vagado años entre el monte, pasando unas privaciones que ni te imaginás. Mirá cómo estamos. Somos puros huesos. Ya ni fuerzas tenemos para enterrar nuestros muertos. Tu gente está equivocada. Nosotros no somos guerrilla. ¿Cómo podemos serlo si ni armas tenemos?

Las lágrimas rodaban por el curtido rostro del hombre.

―No negaré que las guerrillas se metieron en nuestras aldeas, que envenenaron el corazón de los jóvenes. Les calentaron la cabeza para que se enrolaran en esa lucha que ni era suya ni la entendían. Les prometieron un futuro mejor, pero jamás dijeron que por estar provocando relajo, la venganza de los ejércitos se desataría contra nosotros y que ellos no se quedarían a defendernos. A veces pienso que si las cosas van a cambiar ¿Quién quedará para disfrutarlo? Terminamos en medio de una guerra que ustedes dos se traen y que sólo ustedes dos entienden. Ambos dicen que luchan por darnos una vida mejor. Si es así  ¿Por qué nosotros ponemos los muertos? Tatita, ojalá algún día la verdad se abra camino hasta tu corazón.

El moribundo, agotadas sus últimas fuerzas, reclinó la cabeza. Aníbal se dirigió a los que estaban a su alrededor.

Viejo estúpido. Sólo babosadas hablaba. De plano su gente lo abandonó para que no les sirviera de estorbo. Miren arriba. Los zopilotes solo están esperando que nos larguemos para terminar con lo poco que quedaba de él. Tenemos que regresar al campamento antes de que oscurezca. ¡Muévanse huevones!
 
En silencio, la patrulla desapareció entre la bruma.

miércoles, 22 de agosto de 2012

El tío Beto


Hace algunos años, en una sesión con el siquiatra, volví a mi rollo de que “no había tenido papá”. Él me explicó que en hebreo existen cuatro definiciones para padre, que en algunos casos todas las llena una persona pero que en otros, los papeles los realizan personas diferentes. Allí salió a la conversación el tío Beto,  un orgulloso quichelense esposo de mi tía Maruca.  Hasta hace tres semanas él no supo que, para mí, el desempeñó uno de esos importantes roles.

Era raro el domingo que no pasara, en su camioneta Opel celeste, a recogernos a mi hermano y a mí para llevarnos a algún lugar junto con sus dos hijos (mis primos Carlos Braulio y José).  Podía ser que fuéramos a un pedazo de terreno para jugar futbol en un área lejana, la que hoy es la Avenida de las Américas, o a barranquear detrás de la Plaza Berlín, el lugar donde ahora vivo. Él no tenía mucho dinero, pero le abundaba la voluntad y disposición de jalar con todos los patojos. Recuerdo que su casa estaba abierta para las fiestas (y también cuando no las había). Tal vez es el único lugar en que siempre éramos bien recibidos, aunque mi tía solo pudiera ofrecernos una taza de café con pan. Mi mamá le hacía ganas para los traguitos e invariablemente terminaban peleando. Pleitos de bolo que a la mañana siguiente se habían olvidado.

Le encantaba estar arreglando cosas, pero también era “estudiado”.  Con mucho esfuerzo sacó su licenciatura en economía, que no lo sacó de pobre, pero nos dio un ejemplo de que sí se podía.

Además tenía otra virtud: ¡era puro rojo!

Cuando aprendí a manejar, él tuvo la confianza de prestarme la viejita camioneta Opel para que yo practicara. Esa camioneta Opel que sirvió para acarrear a mis aterrorizadas primas y tías en la mañana del terremoto cuando se les había caído la casa. Nadie se lo pidió. La ciudad estaba en ruinas y era casi imposible transitar, pero él se las ingenió para irlas a buscar y luego manejar hasta la nuestra.

Con entereza pasó por algo que todos los padres tememos: enterró a mi primo Carlos Braulio, y no dudo que sufrió mucho pensando en que mi otro primo corriera el mismo destino durante la guerra.

Valiente, orgulloso, servicial, abundarían los adjetivos para describirlo.

Pasaron los años y dejé de verlos, hasta que hace poco me comentaron que estaba hospitalizado. Llegué a verlo y conversé con mi primo José. Cuando mi primo se fue, aproveché para cerrar el círculo y reconocer esa deuda de gratitud que tenía con él por todo lo que representó en mi vida.  Aunque aseguraran que estaba inconsciente , sé que me escuchó y que no le importó que a pesar de haberse confesado ateo, le haya deseado con todo mi corazón, que Dios lo recibiera en su seno. 
 
Descansa en paz amado tío Beto.

sábado, 18 de agosto de 2012

NO VOLVERÉ A LLORAR POR TI


¿Cómo pedirte que recuerdes aquellas cartas escritas hace cuarenta años si nunca tuve el valor de enviártelas?

¿Cómo pedirte que recuerdes los lamentos de este corazón que latía solo por ti y que sin querer destrozabas día a día?

Anoche te soñé. Soñé que estábamos sentados en la grama, escuchando a Luis Galich y su inmortal “Vuestros pies”. Entonces recordé que nuestros pies jamás estuvieron juntos en la arena. El estremecimiento de mi cuerpo, en la soledad de este lecho que nunca compartimos, tiñó de melancolía el lluvioso amanecer de tu cumpleaños.

–Felicidades angelito.  –Dije sacando una sonrisa del morral de máscaras que desde que dejé de verte me acompaña. Y aquella estúpida canción invadió mis pensamientos “Que seas feliz, aunque no sea a mi lado. Aunque no sea a mi lado, quiero que seas feliz.”

¿Será posible que luego de más de medio siglo vagando por este mundo que no comprendo, viviendo una vida que no es mía, aún no haya aprendido la lección? ¿De qué sirvió esforzarse por hacer felices a los demás si terminé solo, abandonado, elaborando fantasías para llenar una existencia sin sentido?

Miento. Mi vida tuvo sentido porque te conocí. El que nuestros caminos se cruzaran fue mi delirio y mi tormento. Si pudiera volver a verte no me atrevería a romper el hechizo de jamás haber saboreado tus labios. Me bastaría con arrodillarme para besar las huellas de tus pasos. Ya que el sólo recordar tu nombre hizo que valiera la pena el viaje.

No temas.

Hoy no habrá reproches ni amargos recuerdos de lo que pudo ser y no fue. Hoy es tu cumpleaños, y cómo no sé en dónde estarás, quise escribirte estas palabras para ratificarte ese amor que alguna vez juré sería eterno.

También te juro que ya no habrá más lágrimas.

Las últimas regaron aquel ramo de rosas blancas que deposité ayer sobre tu lápida, que aún no terminaba de secar.

viernes, 4 de mayo de 2012

APACIBLE VICTORIA

I
Era difícil reconocer en ese prisionero que yacía torturado en la mazmorra, a aquel estudiante que había encabezado las marchas de protesta en contra de la represión. Tirado en una esquina, con la respiración agitada, temblaba por la fiebre. Parecía esperar el inevitable desenlace que pondría fin a veinte años de desilusión.

II
Al abrir los ojos se encontró tendido sobre la hierba en un lugar desconocido. Escuchó el dulce murmullo de un arroyo y el trinar de los pájaros en la arboleda. Cuando intentó moverse, sus heridas le devolvieron a la realidad. Realidad que cuestionó cuando ella apareció a su lado.
(Se veía diferente a cuando la última vez observó su cuerpo inerte, perforado por la metralla, reclinado sobre el ventanal.)

-No te muevas tontito. Deja que te cure. Nos espera una eternidad para estar juntos.

Él cerró los ojos. Sus manos recorrían sus heridas dejándole una reconfortante sensación de alivio.

III
La puerta de la mazmorra se abrió de golpe para dar paso a dos gorilas de inexpresivos rostros y uniformes verde olivo.

Había llegado su hora.

Para esos matones sólo era un enemigo del régimen. Otro nombre que engrosaría la lista de desaparecidos. Venían preparados a someterlo por la fuerza, sólo que esta vez no hubo lucha, maldiciones o resistencia.
El joven los recibió sonriendo y sonriendo lo llevaron al encuentro que anhelaba.

domingo, 4 de marzo de 2012

Honor a quien honor merece

David: Que satisfacción hubieras sentido al ver cómo anoche se casaba el tercero de tus hijos. Por cierto conocí a tus dos nietos y palpé en el vientre de tu muchachita al tercero por venir.

Hace tres décadas que de manera imprevista partiste y tu mujer tuvo que asumir la responsabilidad de sacarlos adelante. Y es a esa admirable mujer a quien deseo referirme porque cuando escuché las inspiradas palabras de la persona que escogieron para madrina de bodas, no pude menos de remontarme en el tiempo y reconocer, con humildad y profundo respeto que muchos, incluyendo nuestra bienintencionada pero a veces errada en sus apreciaciones mamá, nos equivocamos cuando decidiste unir tu vida a ella.

Definitivamente Dios sabe por qué permite que sucedan algunas cosas y nosotros, simples mortales cual hormigas que se arrastran por el mundo, a veces osamos criticar sus obras desde la limitada perspectiva que nos da nuestra posición. Por eso deseo destacar la lucha, la perseverancia, el sacrificio que ella ha puesto por tanto tiempo y que anoche coronó al ver que el último de sus hijos partía a iniciar su propia vida.

¿Recuerdas aquella vez que me contaste cómo ella te salvó la vida frente al ataque nocturno que sufrieron en la laguna fronteriza con el Salvador? Ella, pequeña, frágil (al menos de cuerpo) tomó la ametralladora y rechazó a los subversivos del vecino país que huían hacia Guatemala, mientras literalmente te arrastraba herido fuera de la línea de fuego. Esa fue la primera señal. Por alguna razón ella había aparecido en tu vida para cuidar de ti y de las semillas que dejarías apenas acabadas de brotar.

Luego vino el suplicio de tu muerte, muerte estúpida a manos de uno de los tuyos, cuando tu hijo mayor no llegaba a los ocho años y tu pequeña apenas tenía uno. No puedo ni imaginar a lo que ella se enfrentó, sola y sin mayores recursos, para sacarlos adelante. No cualquier mujer hubiera podido con esa tarea David, allí se corroboró que tu decisión de escogerla estuvo alineada con la voluntad divina.

Anoche, cuando la madrina la honró enfrente de los que asistimos al matrimonio de tu hijo, no pude más que reconocer la sabiduría de ese reconocimiento. Porque si bien pocas serían las palabras que puedan decirse ante la grandeza de su sacrificio, ese merecido homenaje cerraba un círculo que habíamos dejado abierto tantos que, arrastrados por el ego, nunca reconocimos que nos equivocamos al juzgar tu decisión, decisión que no dudo fue avalada por la fuerza que habita en el más allá.

Hermano, ahora me toca a mí cerrar el círculo contigo y suplicarte que me perdones. No supe asumir mi papel para guiarte y apoyarte en los momentos difíciles de tu vida. Espero que te hayas dado cuenta cuánto sufrí con tu muerte y cuánto me he arrepentido de haber sido tan inmaduro de no dar ese paso que hubiera ayudado a restañar las heridas que sin darnos cuentas se habían abierto. Anoche al ver a tus nietecitos y enterarme que tus hijos si lograron lo que nosotros no, sentí envidia (de la buena como dice en una canción ranchera), porque ellos si podrán disfrutar el incomparable tesoro de tener un hermano a su lado, en los buenos momentos y en aquellos oscuros.

Si algún día nuestros espíritus se vuelven a encontrar, no quiero que nos esquivemos. Estoy seguro que así como te me adelantaste en tu paso por la tierra, estarás mucho más adelantado en tu evolución astral y habrás descubierto las razones de lo que pasó, así como el calvario que he vivido por años para ir superando tanta mala programación que se alojó dentro de mí en mis primeros años de vida.

Añorado hermano, te felicito, tienes una bella familia. Mi reconocimiento y mis bendiciones a todos ustedes.

Afectuosamente

miércoles, 15 de febrero de 2012

Alfonsina


Acudo a tu llamado, desnuda, vulnerable, temblorosa, dispuesta a expiar este karma que me ha impedido disfrutar de los placeres del amor.

Sumérgeme en tus torbellinos. Haz que en cada alarido que me arranques expulse el dolor que me desgarra por dentro. Y cuando me tengas sometida, despójame de lo único que me queda.

Desapareceré en los abismos con mi postrer deseo satisfecho cuando mis lágrimas se diluyan en lo salobre de tus aguas.

martes, 7 de febrero de 2012

15 DE FEBRERO


Llevo días soportando esta incomodidad. No importa si estoy despierto o dormido, de pronto siento unos agudos piquetazos justo en medio de la espalda.

En vano me terminé una caja de calmantes porque pensé que era a causa del trabajo. Luego supuse que alguna pulga había decidido abandonar la tibia melena del Bebé, nuestro caniche, para explorar otros mundos. Sacudí minuciosamente la cama sin encontrar a la culpable. Finalmente le pedí a mi esposa que me revisara la espalda.

Con gesto incrédulo me dijo que tenía una serie de agujeritos en forma de corazón. Ante mi negativa a aceptarlo, tomó una foto y me la mostró. Lo único que se nos ocurrió fue atribuir la curiosa forma al azar.

El caso tomó otro giro anoche cuando sentí que los piquetazos literalmente llegaban a mi corazón. Luego de examinarme mi esposa dijo que de los agujeritos brotaba sangre.

―Corre por tu espalda como si fueran lágrimas ―me dijo sobresaltada.

No pegué los ojos por el resto de la noche porque había caído en cuenta que era el 15 de febrero y se cumplían veinticinco años del aciago día en que aquella muchacha, morena, de melancólica mirada y frondosa cabellera azabache, que consumió sus últimas esperanzas en el día de San Valentín, prefirió lanzarse al vacío antes que aceptar lo que era evidente: que jamás atraería mi atención.

Decidí escribir esto porque siento que los piquetazos me están traspasando y de mi pecho ha comenzado a brotar sangre.

jueves, 2 de febrero de 2012

RAÍCES


Un grupo de personas con trajes de diversos colores observan a los hombres que extraen esqueletos de la fosa excavada entre un bosque de pinos. Los lamentos llegan a mí transportados por los ventarrones del altiplano. Me muerdo los labios pero no logro retener las lágrimas. Algunos soldados observan impasibles, medio ocultos entre los árboles. Al verlos se me corta el aliento. El miedo se cuela por mis pies provocando choques eléctricos en mi cuerpo engarrotado. Aunque hace frío, sudo copiosamente.

Sucedió la última vez que regresé a Guatemala. Volví para cerrar un círculo. Necesitaba presenciar cómo recuperaban los cuerpos martirizados de mi madre y mis hermanos, identificados gracias a aquella gota de saliva que voluntariamente doné, y que ahora reposan en un lugar digno.

Por años he padecido la agonía de haber quedado vivo y preguntarme ¿Por qué?
A menudo mi cerebro insiste en recordar lo sucedido aquella noche cuando nos despertaron los gritos, las descargas de fusilería y las explosiones de las granadas. Sin embargo, por mucho que hurgue, de mi memoria se han borrado los detalles de lo que ocurrió después.

Algo se me activó dentro al leer que el General salió caminando del tribunal ya que la jueza le permitió regresar a dormir tranquilo a su casa. Ese hombre, que gobernaba cuando nuestro pueblo fue borrado del mapa por aquella horda de bestias uniformadas que obedecían sus órdenes, siempre me recordará lo que me arrebataron de niño.

A ustedes les parecerá sencillo: él salió caminando y durmió tranquilo en su casa… Sencillo porque no están confinados en un ataúd de metal o no están amarrados a una silla de ruedas, como quedé yo después de lo que sucedió aquella noche.

No sé qué odio más, lo que le hicieron a mi familia, o haber quedado vivo. Vagando en el desierto de mis perpetuos insomnios, por enésima vez lanzo al viento la misma interrogante: ¿Por qué? Sabiendo de antemano que ni siquiera el eco me devolverá la pregunta.

viernes, 20 de enero de 2012

Acto de Clausura


Era el acto de clausura de mi hijo y me encontré a Elizabeth. Ignoraba que tuviera un niño en el colegio aunque debí suponerlo, ambos nos graduamos allí. En aquellos tiempos ella era la diosa de la clase, la mujer con la que soñábamos todos. Mi corazón latió con fuerza al observar que con el paso del tiempo sus encantos se habían acentuado. Intenté ocultarme entre la multitud pero fue inútil. Ella se acercó, y sin importarle la presencia de mi esposa, se apretó contra mí y me dio un cálido beso en la mejilla.

―Eduardo, que gusto verte― dijo con un insinuante susurro.

Sonrojado le respondí tartamudeando.

―Hola Liz, el gusto es mío. Te, te presento a mi esposa.

Un tenso escalofrío me recorrió cuando Susana la saludó.

―Mucho gusto señora de…

―Encantada señora. Para su información no soy de nadie. Sólo hay un hombre del que me hubiera gustado ser.

Mierda, dije para mis adentros. En ese momento hubiera querido abrir un hoyo en la tierra y desaparecer por allí.

―Amor― dijo Susana ―Guayito está a punto de salir a escena y estamos muy lejos para las fotos. Acompáñame al frente.

Nos alejamos con el garfio de Susana destrozándome la piel. Nos detuvimos a un costado del escenario. Era un área que nadie ocupaba ya que no había árboles que protegieran del sol. Su tono de voz presagiaba una tormenta.

― ¿Quién es esa perra? ¿De dónde la conoces?

― ¿Cuál perra amor?

―Mira Eduardo, no te pongas chistosito o te armo una escena. Bien sabes de quién estoy hablando.

― ¡Ah! Te referías a Liz, quiero decir Elizabeth. Es una compañera de promoción.

― ¿Y qué hay entre ustedes?

― Nada. ¿Por qué siempre piensas que tengo algo que ver con todas las mujeres que me saludan?

― Porque eres un puto. Ya te advertí, si te cacho que andas con otra te mando a cortar los huevos ¡cabrón!

Entorné los ojos al cielo y abrí los brazos mostrándole las manos abiertas.

―Ese silencio lo dice todo. ¿Verdad que te estás viendo con esa puta y fingieron para tomarme el pelo? Ahora entiendo ese cuento tuyo del taller de redacción de los jueves. Al inicio dijiste que terminaba a las ocho pero la última vez llegaste casi a medianoche y con la ropa apestosa a perfume. Ya me colmaste la paciencia. Cuídate. Si te dejo te quedarás sin un centavo y jamás volverás a ver a Guayito.

Sentía que los ojos de muchos asistentes estaban clavados en mí, además tenía el traje empapado de sudor.

―Amor, ¿podemos discutir esto en la casa? La gente nos está observando.

― ¡A mí que me importa! Bien merecido lo tienes. Me avergüenzas con cualquier mujerzuela y ni siquiera tienes el valor de aceptar las consecuencias de tus actos.

― ¡Suzy! Te juro que no estoy en nada. El taller me sirve de distracción. A veces nos vamos con los muchachos a cenar después de la reunión. Este año hay varios compañeros nuevos, incluso llegó una sobrina de…

Tuve que dar un par de pasos hacia atrás para esquivar su bolso en pleno vuelo. Ella se aproximaba con la muerte reflejada en su mirada pero una salva de aplausos hizo que nos volteáramos hacia el escenario justo en el momento que Guayito, con el resto de sus compañeros, hacían una reverencia de despedida.

―Imbécil. Por culpa de tus devaneos me perdí la actuación de mi muchachito. ¡Mi vida contigo es un martirio! ¡Soy tan infeliz!

La abracé sin decir nada. Ella, entre gemidos, siguió con sus lamentaciones.

―Te he dedicado mis mejores años, he sido fiel, te amo como nadie lo hará y mira cómo me pagas.

En ese momento sentí el impacto de otra mirada. Cuando dirigí mis ojos hacia el lugar de dónde había venido, divisé la silueta de Elizabeth alejándose con ese contoneo que nos volvía locos algunos años atrás.

Al otro día Susana, con demacrado semblante, me dijo en tono conciliador:

―Perdóname bebé por lo que pasó ayer. Anoche me vino.

―No te preocupes nena. Tómalo como una prueba de amor.

Tuve que hacer un gran esfuerzo para disimular mi sonrisa. Luego de quince años de casado tengo cronometrados mis días de suplicio mensuales.

El siguiente jueves, en su apartamento y entre un diluvio de besos, Liz me juró que no había presenciado la escena en el colegio. Presiento que no era cierto y que fue una gentileza suya para no avergonzarme.

martes, 17 de enero de 2012

SEÑALES


Probando, probando, 1, 2, 3… Espero que este asunto funcione bien y que puedan recuperarlo.

Desde que tengo conciencia de ser, le he tenido miedo a las alturas. Con el paso del tiempo llegué a concluir que tal vez soy descendiente de Ícaro y que no actualizaron mi programación para erradicar el temor a que mis alas se derritan con la cercanía del sol. O tal vez mi linaje se remonta a la mítica serpiente del paraíso condenada por el mandamás de entonces a arrastrarse por el suelo por haber provocado el pecado original.

Nunca imaginé que al escoger mi carrera, el paquete incluiría viajar tan a menudo en avión. Lo he venido haciendo desde hace más de treinta años, sin embargo cada vez que voy a volar, me agarra un incontenible ataque de pánico aunque le he encontrado un antídoto temporal: ahogo al maldito entre torrentes de alcohol. Casi siempre, en los días anteriores al viaje, soy víctima de una pesadilla en la que, resulta obvio decirlo, me veo dentro de un avión que está a punto de desplomarse. He pasado por incontables variantes del sueño, mi inconsciente es muy creativo construyendo escenarios que invariablemente concluyen… para qué se los digo si ya estoy temblando.

El retorno a la realidad me encuentra bañado en sudor o en otros líquidos corporales, tiritando sin control con los ojos a punto de escapar de sus órbitas, aferrado a mi cama y con el corazón galopando cual si fuera caballo desbocado. Su difunta madre me oía decir ―esto no puede pasarme a mí― También decía que me tomaba varios minutos el reconectarme con la realidad, una realidad que es demasiado dura desde que ella partió.

Hace poco me enfrenté a una disyuntiva. Debía viajar al Caribe el 21 de diciembre, este 21 de diciembre que tanta tinta ha consumido con sus apocalípticas predicciones. Era eso o no contaría con fondos para pagar su inscripción, mis hijos, en la universidad. Así que doblemente acongojado subí esta mañana al avión, rogándole a Dios que los mayas se hubieran equivocado en su conteo o que si el calendario sólo llega hasta aquí, es porque se les acabó la piedra.

La idílica fantasía de un vuelo perfecto terminó repentinamente. Cuando llevábamos casi dos horas de travesía se escuchó una explosión. Las asistentes de cabina apenas pudieron instruirnos sobre las medidas para un aterrizaje forzoso mientras el avión se precipitaba a tierra en una espiral incontrolable. La cabina llena de humo se convirtió en un pandemonio de gritos, rezos y sollozos. Sin embargo querida familia, aunque ustedes no lo crean, estrujado contra el sillón, me invadió una gran tranquilidad, espero que la perciban en mi voz.

Bueno, llegó el momento de detener esto, el océano está cada vez más cerca y debo guardar la grabadora dentro del attaché. Ignoro si alguna vez lo notaron, pero en mis viajes siempre la llevo conmigo. Este attaché es especial, lo compré a prueba de fuego, ojalá aguante el impacto. Su padre fue siempre previsor mis hijos, sólo un estúpido no hubiera tomado algunas medidas luego de pasar medio siglo recibiendo señales. Era obvio que mi viaje por la tierra terminaría así.

Lamento que no voy a estar con ustedes el resto del día, así que me llevaré al otro lado la gran interrogante de si gasté mis ahorros por gusto: ¿tendrían razón los mayas o podrán ustedes a partir de ahora darse la gran vida luego de cobrar el seguro que compré, por si acaso moría hoy?

martes, 10 de enero de 2012

La Pesca


Estaba tan concentrado tratando de esquivar al sol, que con el correr de las horas se obstinaba en invadir el cada vez más escaso territorio delimitado por la sombrilla, que salté sobresaltado al escuchar un motor a menos de diez metros de mi improvisado refugio.

El libro de Los Misterios del 2012 rodó por la arena al ponerme de pie para observar la vieja lancha, de tablas corroídas por la sal, que acababa de encallar frente a mí. Tres pescadores de edad indefinida, ojos oscuros y piel tostada, saltaron por la borda y se dirigieron presurosos a jalar la red que se perdía entre la reventazón. En sus enjutos cuerpos resaltaban los músculos, tensos por la fuerza que provocaba su lucha contra el mar. En eso escuche gritos a mi derecha y como a veinte metros observé otra pareja empeñándose en la misma tarea.

Habían transcurrido menos de cinco minutos y ya la playa estaba repleta de sorprendidos bañistas que observábamos en silencio el esfuerzo de los pescadores. Poco a poco sobre la ardiente arena se fueron acumulando metros y metros de red.

De pronto mi hijo me señaló como, después de la reventazón, justo donde una bandada de pelícanos revoloteaba a ras de las olas, los peces literalmente volaban sobre ellas en un desesperado intento de escapar de la trampa, pero su lucha fue en vano. Antes de que terminara de contarlos, el extremo de la red yacía sobre la playa.

La mayoría no resistimos la curiosidad de observar cómo la muerte se ensañaba sobre las indefensas criaturas. Incluso bromeamos al ver a algunas moviendo sus aletas insinuando un desesperado adiós. Los cuerpos inertes de cuarenta especímenes se convirtieron en trofeos de los pescadores. En algunos peces destacaban reflejos dorados o plateados, en otros las largas colas, unos mostraban cuerpos redondos, en otros eran alargados; sin embargo todos tuvieron un denominador común final: conforme fueron muriendo, sus inexpresivos ojos quedaron dirigidos hacia ese sol que parecía deseoso de derretirnos.

Llegó el turno de los niños. Dos parejas fueron recolectando la cosecha en sacos de brin. Sólo tomaron a los especímenes más grandes; los pequeños, que serían casi la mitad, quedaron tirados en la playa. Víctimas caídas sin oficio ni beneficio.

―Lástima que no lo supimos antes ―comenté con mi esposa ―tal vez hubiéramos podido devolverlos vivos al mar.

La aventura había concluido. Considerando que había visto suficiente,le di la espalda a la playa. Tampoco tenía sentido volver a la lectura de las premoniciones del 2012.