martes, 7 de febrero de 2012

15 DE FEBRERO


Llevo días soportando esta incomodidad. No importa si estoy despierto o dormido, de pronto siento unos agudos piquetazos justo en medio de la espalda.

En vano me terminé una caja de calmantes porque pensé que era a causa del trabajo. Luego supuse que alguna pulga había decidido abandonar la tibia melena del Bebé, nuestro caniche, para explorar otros mundos. Sacudí minuciosamente la cama sin encontrar a la culpable. Finalmente le pedí a mi esposa que me revisara la espalda.

Con gesto incrédulo me dijo que tenía una serie de agujeritos en forma de corazón. Ante mi negativa a aceptarlo, tomó una foto y me la mostró. Lo único que se nos ocurrió fue atribuir la curiosa forma al azar.

El caso tomó otro giro anoche cuando sentí que los piquetazos literalmente llegaban a mi corazón. Luego de examinarme mi esposa dijo que de los agujeritos brotaba sangre.

―Corre por tu espalda como si fueran lágrimas ―me dijo sobresaltada.

No pegué los ojos por el resto de la noche porque había caído en cuenta que era el 15 de febrero y se cumplían veinticinco años del aciago día en que aquella muchacha, morena, de melancólica mirada y frondosa cabellera azabache, que consumió sus últimas esperanzas en el día de San Valentín, prefirió lanzarse al vacío antes que aceptar lo que era evidente: que jamás atraería mi atención.

Decidí escribir esto porque siento que los piquetazos me están traspasando y de mi pecho ha comenzado a brotar sangre.

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