martes, 18 de diciembre de 2012

A desocupar el cuarto


Sabía que el día tenía que llegar, pero no esperaba que fuera tan pronto. Apenas abrí los ojos, escuché inconfundibles ruidos en el cuarto de mamá. Caminé hacia allá y encontré el más increíble revoltijo. Gavetas y cajas volcadas sobre el suelo revelando las entrañas de tantos años pasados acá. No quise distraerla en su afán de escoger lo que nos debíamos llevar de esa mezcolanza.

– ¡Ay mamá! –Pensé conteniendo una sonrisa. –Cuántas veces te dije que no guardaras tanto cachivache. Ahora ¿cómo nos los vamos a llevar?

De mi parte el asunto estaba resuelto. Solo llevaría lo que cupiera en dos maletas. Más que preocuparme por lo que se iría conmigo, mi meta era dejar limpio el sitio que nos había acogido. No quería que el próximo inquilino lo encontrara sucio. Sin embargo, a pesar de que el lugar era pequeño, parecía una tarea titánica. La basura se reproducía en cada rincón, como los problemas en la vida de algunos desafortunados. Era una basura negra, pegajosa, irreconocible. El colmo era que no tenía una herramienta que me ayudara en la tarea, así que agachado y con las manos, fui formando un asimétrico volcán que en cada viaje amenazaba con ocupar todo el cuarto.
Pegué un salto cuando escuché el timbre. La hora había llegado y aún no terminábamos. Mamá me pidió que abriera. Yo me veía las manos negras, el volcán, las maletas a medio llenar. Me agarró un inmenso deseo de quedarme para terminar la tarea, pero sabía que había llegado el momento de desocupar el cuarto.  

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