domingo, 2 de diciembre de 2012

CATARSIS


Ha vuelto con la mirada borrosa y el corazón estrujado. Camina hacia allá reviviendo los recuerdos de aquella madrugada cuando los gemidos se mezclaban con el polvo. Su hijo le acompaña. Le da fuerzas para avanzar hasta aquella puerta a la que ahora protege una reja de hierro. La ve y añora. Añora aquellos tiempos cuando se podía caminar sin temor. Cuando todos se conocían. Hoy no conoce a nadie. Nadie sabe que sus primeros pasos fueron en estas viejas calles cuyas arrugas son casi tan profundas como las que atraviesan sus pensamientos.



La anciana que abre la puerta guarda un ligero parecido con aquella mujer que a regañadientes compró un suéter de cuello de tortuga al soñador adolescente que cumplía doce años. A él no se le ha olvidado aquel gesto de enfado que hizo cuando le dijeron lo que costaba la prenda. Ella lo volteó a ver como esperando que a él le diera pena y dijera que no lo comprara. Esperó en vano. Fue la dulce revancha de ese niño al que ella privó del gusto de nacer en la casa de sus abuelos. Solo Dios sabe por que, cuando la ciudad quedó en ruinas, ella encontró techo, en el hogar de aquel niño, por casi cuatro décadas. Solo Dios lo sabrá.
Luego de más de diez años la casa, su casa, lo recibe con la misma calidez que cuando volvía agotado tras pasar otro día de suplicio en la Academia. Le da la bienvenida el retrato de su hermano, con aquella sonrisa que los disparos borraron para siempre antes de que pudieran reconciliarse. Lo reciben los recuerdos de aquella última vez que pasó por acá. Los familiares hablando en voz baja y con los ojos llorosos mientras en el cuarto de al lado por fin descansaba su madre.
El alma de su madre la abandonó allí. Ella sacrificó sus mejores años para hacer de él lo que hoy es. En sus últimos momentos ella escuchó su desgarradora confesión, una tardía petición de que le perdonara por no haberle agradecido suficiente esa devoción y entrega.
Las palabras se quiebran mientras le cuenta a su hijo lo que sucedió en aquellos días. Voltea ver y sonríe en tanto amargas lágrimas brotan de sus ojos.

Cuando se alejan, estrecha contra su corazón el ajado sobre que guarda los testimonios de aquella parte de su existencia que abandonó allí.



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