martes, 17 de enero de 2012

SEÑALES


Probando, probando, 1, 2, 3… Espero que este asunto funcione bien y que puedan recuperarlo.

Desde que tengo conciencia de ser, le he tenido miedo a las alturas. Con el paso del tiempo llegué a concluir que tal vez soy descendiente de Ícaro y que no actualizaron mi programación para erradicar el temor a que mis alas se derritan con la cercanía del sol. O tal vez mi linaje se remonta a la mítica serpiente del paraíso condenada por el mandamás de entonces a arrastrarse por el suelo por haber provocado el pecado original.

Nunca imaginé que al escoger mi carrera, el paquete incluiría viajar tan a menudo en avión. Lo he venido haciendo desde hace más de treinta años, sin embargo cada vez que voy a volar, me agarra un incontenible ataque de pánico aunque le he encontrado un antídoto temporal: ahogo al maldito entre torrentes de alcohol. Casi siempre, en los días anteriores al viaje, soy víctima de una pesadilla en la que, resulta obvio decirlo, me veo dentro de un avión que está a punto de desplomarse. He pasado por incontables variantes del sueño, mi inconsciente es muy creativo construyendo escenarios que invariablemente concluyen… para qué se los digo si ya estoy temblando.

El retorno a la realidad me encuentra bañado en sudor o en otros líquidos corporales, tiritando sin control con los ojos a punto de escapar de sus órbitas, aferrado a mi cama y con el corazón galopando cual si fuera caballo desbocado. Su difunta madre me oía decir ―esto no puede pasarme a mí― También decía que me tomaba varios minutos el reconectarme con la realidad, una realidad que es demasiado dura desde que ella partió.

Hace poco me enfrenté a una disyuntiva. Debía viajar al Caribe el 21 de diciembre, este 21 de diciembre que tanta tinta ha consumido con sus apocalípticas predicciones. Era eso o no contaría con fondos para pagar su inscripción, mis hijos, en la universidad. Así que doblemente acongojado subí esta mañana al avión, rogándole a Dios que los mayas se hubieran equivocado en su conteo o que si el calendario sólo llega hasta aquí, es porque se les acabó la piedra.

La idílica fantasía de un vuelo perfecto terminó repentinamente. Cuando llevábamos casi dos horas de travesía se escuchó una explosión. Las asistentes de cabina apenas pudieron instruirnos sobre las medidas para un aterrizaje forzoso mientras el avión se precipitaba a tierra en una espiral incontrolable. La cabina llena de humo se convirtió en un pandemonio de gritos, rezos y sollozos. Sin embargo querida familia, aunque ustedes no lo crean, estrujado contra el sillón, me invadió una gran tranquilidad, espero que la perciban en mi voz.

Bueno, llegó el momento de detener esto, el océano está cada vez más cerca y debo guardar la grabadora dentro del attaché. Ignoro si alguna vez lo notaron, pero en mis viajes siempre la llevo conmigo. Este attaché es especial, lo compré a prueba de fuego, ojalá aguante el impacto. Su padre fue siempre previsor mis hijos, sólo un estúpido no hubiera tomado algunas medidas luego de pasar medio siglo recibiendo señales. Era obvio que mi viaje por la tierra terminaría así.

Lamento que no voy a estar con ustedes el resto del día, así que me llevaré al otro lado la gran interrogante de si gasté mis ahorros por gusto: ¿tendrían razón los mayas o podrán ustedes a partir de ahora darse la gran vida luego de cobrar el seguro que compré, por si acaso moría hoy?

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