miércoles, 28 de abril de 2010

Recuerdos de hace medio siglo

¡Como se va el tiempo! Mañana 29 de abril de 2010, mi hermano menor cumpliría 50 años. Como un homenaje a él, extraje de los escritos de mis memorias, algunas anécdotas de aquella época tan feliz.

Cuando pedí un hermanito
Hasta que comencé a ir al colegio me di cuenta que mi vida era diferente a la de la mayoría de mis compañeritos. Y no era porque con ellos si viviera su papá o porque tuvieran un mejor nivel de vida, era porque ellos tenían hermanos. De pronto sentí mi vida vacía, yo estaba acostumbrado a jugar solo, ellos tenían con quien hacerlo. En esa época no había otras entretenciones, ni tele, ni compu, aún no sabía leer (me faltaba por descubrir el placer de viajar en alas de la imaginación), de manera que sólo quedaba la radio. Cuando mamá estaba fuera, el Grundig resonaba con rancheras, cuando ella estaba en casa escuchábamos marimba o boleros, no existía la FM y eran pocas las radios, recuerdo algunas como la TGW, la Ciros y la Mundial. En una de éstas pasaban los sábados el Radio Teatro Infantil, montajes de cuentos famosos que trataba de no perderme; y en otra escuchábamos una novela que se llamaba Kadir el Árabe con Rodolfo Martín en el personaje principal. Recuerdo que la nauf se exaltaba cuando algo malo le pasaba a Kadir e insultaba a los malos.

Pronto comencé a importunar a mamá con mi solicitud de un hermanito. A los hijos únicos nos es difícil aceptar un no por respuesta, así que ignoro cómo lo hizo, pero a los pocos meses mamá comenzó a engordar.
Tomó la costumbre de que saliéramos a caminar por las tardes en la avenida Elena. En ese entonces era una poco transitada arteria bordeada de árboles. Llegábamos hasta la novena u octava calle y luego regresábamos hasta el mercado cantonal. Durante el trayecto mamá aprovechaba para decirme que ya vendría mi hermanito y que todos seríamos muy felices.
Para tener en dónde ponerlo se puso a forrar un moisés de mimbre; en aquella época no había forma de saber el sexo del bebé por nacer, de manera que para no cometer equivocaciones, lo enguató y le puso encaje blanco.

Aproximadamente un mes antes del alumbramiento, para ser exactos el domingo de ramos de ese año, como era costumbre en la casa salimos temprano para buscar la procesión de Jesús de las Palmas, o como la mayoría la conoce, de la Burriquita. Casi siempre nos echábamos la caminada hasta los alrededores del Colegio Belén, pero como a mamá ya le incomodaba bastante el caminar, decidieron que tomaríamos una camioneta. Abordamos la ruta 6, que venía por la trece calle y doblaba en la tercera avenida buscando el conservatorio. Nuestro viaje terminó en ese cruce, porque la camioneta chocó contra otro vehículo. Entiendo que hubo más de un muerto, el impacto fue tan duro que la camioneta volcó y mamá salió rodando por el corredor. Gracias a Dios, aparte del dolor de espalda, el embarazo continuó su rumbo.

Mi hermanito nació el 29 de abril de 1960 en un sanatorio que quedaba por la sexta calle y primera avenida. Me dieron la noticia cuando regresé del colegio, lo que me hizo muy feliz. Mamá decidió ponerle David Onésimo, el segundo nombre lo escogió para que los dos lleváramos el de nuestros abuelos.

David es víctima de mis travesuras
Seamos sinceros, que mi hermano llegara cuando estaba por cumplir siete años, me despertó muchos sentimientos menos los celos (¿cómo iba a sentir celos de él si lo ansiaba tanto?). Yo quería bañarlo, vestirlo, darle de comer, pero no siempre me dejaban. Como buen hermano mayor quería su bienestar y que la pasara bien en este mundo. A causa de esos buenos deseos ocurrieron un par de incidentes.
El primero lo causó del exceso de velocidad.

El famoso moisés tenía ruedas lo que facilitaba su movilización de un lado a otro de la casa, y me fascinaba hacerlo, lo que disgustaba a la nauf porque temía que se me pudiera voltear. No recuerdo exactamente las circunstancias pero de pronto me encontré corriendo, empujando el moisés para escapar de la nauf que me perseguía. Tratando de huir, me encaminé al famoso hundimiento que había provocado el pozo y “algo” pasó (supongo que una rueda se trabó en el quiebre que hacían las lozas) provocando el tan temido vuelco y que mi hermanito saliera volando hasta caer en el piso.
No está de más contarles el grito que lanzó la nauf, imagino que pensó que mi hermanito se había matado. Lo recogió y comenzó a examinarlo, afortunadamente el asunto no pasó de un tremendo susto pero pocos minutos después íbamos los tres casi corriendo a buscar a mi mamá (eran seis cuadras que a la pobre nauf se le han de haber hecho eternas y a mí también, porque me llevaba de la oreja mientras me iba sermoneando).

El otro incidente ocurrió porque se me metió en la cabeza que, a pesar de las frazadas en las que lo envolvían, mi hermanito sufría de frío, y sin dudarlo tomé cartas en el asunto. Aproveché un descuido de la nauf y fui tomando con las tenazas varios carbones encendidos, luego, con sumo cuidado, los fui poniendo dentro del moisés para que rodearan al bebé que dormía dentro.
A veces, de niños, nos sentimos frustrados por la incomprensión de los adultos. Esto precisamente me sucedió ese día mientras recibía una buena tunda en tanto me reclamaban lo malo que era y mamá se lamentaba de que le había arruinado el moisés -que mostraba grandes agujeros chamuscados que llegaban hasta la base de madera, en los lugares en donde había puesto los carbones-


La primera borrachera de mi hermano
Gracias a su tenacidad, mamá logró que finalmente nos aceptaran de vuelta en su familia y la culminación se dio cuando el abuelo estuvo de acuerdo en apadrinar a mi hermano. La ceremonia se celebró el mismo día que David cumplió un año. Algunos meses después viajamos a visitar al abuelo en la finca, pero esa vez nos fuimos en bus y haciendo una larga escala en Quetzaltenango, en dónde mamá quería presentarnos con varios parientes. En este viaje nos acompañó la nauf porque mi hermano era aún muy pequeño. Fuimos a dar la casa de un primo de mamá que se llamaba Ovidio Piedrasanta, quien era barbero de profesión y poeta por vocación; de su propio peculio mandaba a imprimir pequeños folletos con los versos fruto de su inspiración. En aquellos tiempos los hombres usaban todos el mismo corte, así que imagino que Ovidio podía darse el lujo de distraer la mente armando poemas mientras trasquilaba al cliente de turno. Él tenía dos hijos, Julio César y Yoly que eran bastante mayores que nosotros; Yoly parecía un clon de mamá en joven. El evento memorable de este viaje se dio precisamente en la casa del tío Ovidio.

Una de las dos o tres noches que pasamos allí, los mayores habían planeado salir pero querían asegurarse que mi hermano no fuera a despertarse y armara un problema si no estaba mamá. A alguien se le ocurrió darle un par de cucharadas de rompopo para “fundirlo”, pero no contaban con que el licor le iba a provocar el efecto inverso. Mi hermanito se aceleró. Lo recuerdo agarrado a la baranda, cantando y brincando mientras todos se miraban con sorpresa, la que se fue transformando en desencanto porque no caía dormido; esto sucedió casi a medianoche cuando el plan de salir había quedado hecho pedazos.

De la visita a la finca, cosa curiosa, no recuerdo nada. Creo que hay una foto del abuelo con nosotros dos, única evidencia que esto sí ocurrió.

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