sábado, 10 de abril de 2010

Apacible victoria

I
Era difícil reconocer en ese prisionero, que cruelmente torturado yacía en la mazmorra, a aquel destacado estudiante que había cambiado las aulas por la lucha contra la represión. Tirado en una esquina, temblando a causa de la fiebre y con la respiración agitada, sólo parecía esperar el inevitable desenlace que, a sus veinte años, pondría fin a sus sueños.


II
Abrió los ojos y se encontró en un lugar desconocido. Estaba tendido sobre la hierba, escuchando el dulce murmullo de un arroyo.
Desde una frondosa arboleda los pájaros saludaban al astro rey que, radiante, iniciaba su recorrido.
Cuando intentó moverse, las heridas de su cuerpo le volvieron a la realidad.
En eso escuchó pasos. Y cual si fuera una angelical aparición, ella asomó, engalanada con esa sonrisa que le había cautivado desde la primera vez que el destino los cruzó.
(Se veía tan diferente al último recuerdo que guardaba de ella, cuando justo antes de perder el sentido, apenas alcanzó a verla, con el rostro destrozado, caída sobre el ventanal, aún asiendo la metralleta.)
Ella le dio un beso y acariciándole los cabellos susurró
-No te muevas tontito. Mi amor servirá para curar tus heridas. Por favor quédate conmigo. Tendremos la eternidad para amarnos.
Poco a poco él fue cerrando los ojos, y se entregó a la dulce sensación que le trasmitían sus manos.


III
Por la puerta de la mazmorra aparecieron dos gorilas de inexpresivos rostros y uniformes verde olivo.
Se acercaron al que, para ellos, era simplemente otro enemigo del régimen. Un nombre más que pasaría a engrosar la lista de desaparecidos. La dureza de sus semblantes denotaba que venían preparados a someterlo por la fuerza.
Pero contrario a sus expectativas, no hubo lucha, maldiciones o resistencia. La escena parecía tan absurda que los verdugos se miraban sin atinar a comprender. Porque mientras se alejaban llevando a rastras al joven…
Él sonreía y les daba las gracias.

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