sábado, 1 de mayo de 2010
Desubicado
Dios mío (si es que existes) respóndeme ¿Qué putas hago aquí? Si mi madre me viera. Ella que me cree poco menos que un ángel venido del cielo. Esto me saco por metiche. Un infeliz desubicado buscando que lo acepten. Que lo vean como uno del grupo. ¿Por qué tenían que leer ese “Manifiesto por la Revolución” que escribí desesperado y al calor de un par de tragos? Ni modo. No hay marcha atrás. Siento la espalda empapada. Mi mano izquierda sujeta la derecha y ésta a la metralleta, pero ni aún así logro controlar el temblor. Dejémonos de bravuconadas ¡Estoy que me cago! Los retorcijones me agitan como si me hubiera tragado una batidora que se hubiera conectado adentro. Siento la boca seca, seca, sequísima, saturada de un inmundo sabor a cobre. Si fuera pegado a la puerta me lanzaría al asfalto; si el golpe no me mata, ellos me rematarían. Sé demasiado. Sé a dónde vamos y a qué. Quisiera ser optimista, pero no hay forma de que esto acabe bien. Sólo a estos locos se les pudo haber ocurrido. Casi me atraganto cuando en el Pecos me dijeron su plan.
-Lo tenemos controlado. Cada quince se va a cortar el pelo y no lleva custodios. Vos flaco. Sabemos que no has recibido el entrenamiento pero el compa que nos iba a acompañar se enfermó y te necesitamos. Hoy mostrarás tu compromiso con la causa. Tomá esta metralleta. Acá se quita el seguro. No vayas a apretar el gatillo porque se te va una ráfaga. Te bajarás con nosotros y vigilarás por si alguien se acerca. Cuando subamos con el rehén, te subís rapidito.
Siento que el peso de esta mierda es mayor que el de mi conciencia. El metal del cañón me produce escalofríos. No es el metal. Es el miedo. Maldito miedo. Ya te acostumbraste a apoderarte de nosotros. Siento cómo me rodeas y vas poseyendo cada parte de mí. Invades mi células, mis neuronas, mis vísceras y las dejas muertas, frías, silenciosas, desérticas. Sólo cuando triunfe la revolución lograré liberarme de tí. Por eso urge que las cosas cambien.
Seamos sinceros, el sufrimiento del pueblo me vale madre. Lo único que a mi me interesa es el bienestar de la mía. Mi madre. La pobre se reventó trabajando en casas ajenas y así fue como logró darme estudio, techo y comida. No es tan vieja, pero el trabajo la tiene acabadísima. Y ahora, que la han exprimido como trapeador, la echaron para contratar a una trabajadora más joven. La lanzaron a la calle sin darle un centavo, ni siquiera las gracias por los veintitantos años que trabajó con ellos. Como somos pobres, nadie mueve un dedo por nosotros. Nadie piensa en nosotros o en nuestro derecho a tener una vida digna o al menos una digna retribución por nuestro trabajo. Por eso escribí mi “Manifiesto por la Revolución”. Y a causa de mi ímpetu ahora los compas quieren que pruebe con hechos, lo que puse allí.
Estamos rodeando la Plazuela. Tal vez por la hora, tal vez por el día apenas si se ve gente.
Pasamos despacio frente a la peluquería
-Ya abrieron, pero aún no ha llegado. Avancemos un poco. Que no se de cuenta que lo estamos esperando.
¿Y si hubiera cambiado de plan? De pronto su esposa le pidió un mañanero y ahora están empiernados mientras nosotros, partida de imbéciles, esperamos acá. Han pasado diez minutos y nadie habla. En la Panamericana pasan el acostumbrado programa de jazz. Se me durmió una pierna. Si algo falla y tenemos que correr, me las voy a ver a palitos. Palitos, palotes, árboles. Cuántos árboles quedan en esta zona. Si los árboles pudieran hablar y contarnos todo lo que han visto. Cuántas falsas promesas de amor dichas al abrigo de sus sombras en estas bancas desvencijadas. Amor, amor, amor. ¿Cómo será estar enamorado? Unos dicen que es como estar en el paraíso, otros que es un infierno. ¡Y aún dicen que los humanos no somos contradictorios! Algún día, algún día el amor tocará a las puertas de mi corazón (que cursi me escuché, ojalá que ninguno de estos locos pueda leer el pensamiento porque un revolucionario de verdad no puede permitirse decir algo así).
-Ahí viene muchá. Es el del carro negro. Colocho acelerá, atravesale el carro antes de que cruce.
Rechinido de llantas, gritos.
-Gringo mula no corrás. ¡Stop! ¡Stop!
Puta se nos quiere escapar
¡Flaco detenelo!
(Corazón a pleno galope. Dedos cobran vida propia. Ta ta, ta ta ra ta ta; ta ta, ta ta ra ta ta.)
-Sos un imbécil. Sólo nos lo queríamos llevar. ¿Por qué tenías que dispararle? ¿Tenés idea del clavo en el que nos has metido? Dejá de llorar, asumí las consecuencias de tus errores.
Colocho, por favor, no en la cara. Quiero que a mamá le quede un buen recuerdo de mí.
Mamá. Te amo. Perdóname por dejarte sola.
¡Viva la revolución!
Ta ta, ta ta ra ta ta; ta ta, ta ta ra ta ta.
* * * * *
John Gordon Mein
From Wikipedia, the free encyclopedia
Ambassador John Gordon Mein (September 10, 1913-August 28, 1968) was the first United States ambassador to be assassinated while serving in office.
He served as the Ambassador of the United States to Guatemala (1965-68). Ambassador Mein was shot by Guatemalan rebels belonging to the Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) one block from the US consulate on Blvd. La Reforma on August 28, 1968.
He is buried at Rock Creek Cemetery, in Washington, DC.
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