Desperté con una extraña sensación, que estaba iniciando el último día de mi vida. Por años he pregonado que no le temo a la muerte, pero como decía mi abuela “Del dicho al hecho hay mucho trecho”. La muerte, el misterio supremo que ha intrigado a mentes brillantes durante siglos. Me encantaría estar seguro que esto, a lo que llamamos vida, es sólo una parte del trayecto hacia lo eterno; que como alguien dijo, es una experiencia material que pasamos los seres espirituales. Si como escribió Calderón, la vida es un sueño, de pronto la muerte nos servirá para descorrer el velo de la realidad, que aquello a lo que llamamos morir, es simplemente volver. Pero no deseo hacerles perder tiempo con mis reflexiones, como les comenté al principio, presiento que hoy voy a morir y tengo miedo.
Entonces ¿en qué quedamos? Tranquilos. No me estoy contradiciendo. Primero lo primero. Presiento que la parca está a punto de cortar el hilo de mi existencia porque ya no tengo correcciones que hacerle a la novela.
-¿Y cuál es el rollo de este? – Se preguntarán ustedes.
Paciencia, permítanme.
Todo comenzó tres años atrás, cuando por primera vez vinieron por mí. Los médicos me habían desahuciado, llevaba meses en continuo deterioro y a pesar de tantas cosas bellas que me ataban a la vida, había perdido el gusto a seguir acá. Me sentía en esa región que los príncipes de la iglesia inventaron y que bautizaron con el significativo apelativo de limbo, no estaba ni aquí ni allá.
Se acercaba la despedida de otro año y una noche recibí la visita de Uriel. Su presencia sólo indicaba una cosa. Que había llegado mi hora. De algo estaba seguro. Nada ganaba negociando con él, porque él es sólo un mensajero. Así que decidí recurrir al jefe de jefes. No me pregunten cómo, pero logré comunicarme. Activé los botones adecuados y para mi fortuna, Él estaba disponible. Para lograr su benevolencia le argumenté que mi legado a la humanidad aún no estaba completo. Aunque en teoría Él todo lo sabe, le refresqué la memoria. Yo estaba escribiendo un libro, mi obra maestra, mi legado. Y logré convencerlo. Me sentí un poco mal con Uriel. Tiene tantas ocupaciones que no puede estar perdiendo el tiempo con gente que se niega a acompañarlo. Reconozco que es muy disciplinado. Le dieron la orden de dejarme acá y se largó sin poner objeciones. Eso sí, antes de irse, fue claro al decirme con una enigmática sonrisa.
-Regresaré cuando termines el libro.
Así que, en cumplimiento de mi parte del convenio, dediqué los últimos tres años a escribir. Sé que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente (incluida mi esposa) pues cuando parece que ya lo he concluido, vuelvo a revisar cada capítulo, cada párrafo, cada oración, cada palabra, cada coma. Nunca he sido perfeccionista, pero como ahora sé lo que pasará cuando concluya, me cuido y soy como Penélope, de noche destejo lo que he hecho de día para engañar a mi pretendiente.
Fiel a mi costumbre, esta madrugada me levanté a escribir. Aprovecho cuando la familia duerme para dar rienda suelta a mis ensueños. Acabo de concluir la enésima revisión y ahora estoy en un aprieto. No me queda nada por corregir. No queda nada adicional que contar. Mi libro está terminado.
No logro controlar el temblor de mis manos.
Imagínenme, sentado en la sala de mi casa, con el manuscrito descansando sobre mis piernas, reteniendo la respiración y mirando fijamente hacia la puerta. (estoy cometiendo otra estupidez. Uriel no necesita las puertas para entrar.)
¿Sentiría lo mismo Mozart cuando concluyó su Réquiem? Lo dudo. La leyenda, tal y como la conozco, en ningún momento cuenta que él hubiera conocido lo que le esperaba al completar su trabajo. ¡De pronto y fue el pícaro de Uriel aquel desconocido cliente que le encargó con tanto apremio la obra! Vaya usted a saber. Al fin y al cabo ese era un problema de Mozart.
¿Por qué siento que los minutos discurren más lentamente?
En la oscuridad del firmamento comienzan a formarse grietas de luz. Dentro de poco va a amanecer
¡Y yo aquí con cara de idiota, esperando al ángel de la muerte!
¿Y si allá arriba se les escapó el detalle de que ya terminé?
Hay tantas guerras en el mundo que de pronto a Uriel ni tiempo le queda para venirme a traer. Tengo unos minutos, unos preciados minutos para pensar...
¿Qué puedo hacer para prolongar mi estadía...?
Es cierto que hace poco consideraba a mi manuscrito perfecto. Pero ya he pasado por esta experiencia. Estoy seguro que si lo dejo descansar un par de meses, cuando lo tome de nuevo, hallaré fallas que hoy pasaron desapercibidas.
¿Y si tomó un camino más radical y lo destruyo por completo? Las ideas básicas están en mi cabeza. Hoy soy mejor escritor que cuando Uriel me visitó por primera vez. Y no me cabe la menor duda que en algunos años habré mejorado mi estilo. Ya me convencí. Para que no quede huella lo quemaré en la chimenea.
Que incómodo estar agachado acá soplando para que avivar el fuego.
¿Quién tocará a la puerta?
El guardián jura que como vio encendida la luz de la sala, decidió subir su periódico a don Raúl.
La esposa declaró que la despertó el sonido del timbre y que al bajar, lo encontró desvanecido en la sala.
El forense certificó que la muerte se debió a una fractura en el occipital; se especuló que Raúl se irguió de manera abrupta antes de sacar todo el cuerpo de la chimenea.
Lo que nadie se explica es por que los restos de su amada novela se encontraban chamuscados entre los leños. Desafortunadamente era la única copia.
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Aprecio los capítulos que has publicado aquí, pero nos gustaría saber los planes que hay para darle una forma impresa que tenga una mayor difusión.
ResponderEliminarYo estoy en lo mismo... con un libro a medias, un legado que dejar, pero pasando por ese mismo limbo de procastinación, combinado con chantaje al Altísimo para que no me mande a traer hasta haber concluído lo que se que debo hacer.