miércoles, 28 de abril de 2010

Recuerdos de hace medio siglo

¡Como se va el tiempo! Mañana 29 de abril de 2010, mi hermano menor cumpliría 50 años. Como un homenaje a él, extraje de los escritos de mis memorias, algunas anécdotas de aquella época tan feliz.

Cuando pedí un hermanito
Hasta que comencé a ir al colegio me di cuenta que mi vida era diferente a la de la mayoría de mis compañeritos. Y no era porque con ellos si viviera su papá o porque tuvieran un mejor nivel de vida, era porque ellos tenían hermanos. De pronto sentí mi vida vacía, yo estaba acostumbrado a jugar solo, ellos tenían con quien hacerlo. En esa época no había otras entretenciones, ni tele, ni compu, aún no sabía leer (me faltaba por descubrir el placer de viajar en alas de la imaginación), de manera que sólo quedaba la radio. Cuando mamá estaba fuera, el Grundig resonaba con rancheras, cuando ella estaba en casa escuchábamos marimba o boleros, no existía la FM y eran pocas las radios, recuerdo algunas como la TGW, la Ciros y la Mundial. En una de éstas pasaban los sábados el Radio Teatro Infantil, montajes de cuentos famosos que trataba de no perderme; y en otra escuchábamos una novela que se llamaba Kadir el Árabe con Rodolfo Martín en el personaje principal. Recuerdo que la nauf se exaltaba cuando algo malo le pasaba a Kadir e insultaba a los malos.

Pronto comencé a importunar a mamá con mi solicitud de un hermanito. A los hijos únicos nos es difícil aceptar un no por respuesta, así que ignoro cómo lo hizo, pero a los pocos meses mamá comenzó a engordar.
Tomó la costumbre de que saliéramos a caminar por las tardes en la avenida Elena. En ese entonces era una poco transitada arteria bordeada de árboles. Llegábamos hasta la novena u octava calle y luego regresábamos hasta el mercado cantonal. Durante el trayecto mamá aprovechaba para decirme que ya vendría mi hermanito y que todos seríamos muy felices.
Para tener en dónde ponerlo se puso a forrar un moisés de mimbre; en aquella época no había forma de saber el sexo del bebé por nacer, de manera que para no cometer equivocaciones, lo enguató y le puso encaje blanco.

Aproximadamente un mes antes del alumbramiento, para ser exactos el domingo de ramos de ese año, como era costumbre en la casa salimos temprano para buscar la procesión de Jesús de las Palmas, o como la mayoría la conoce, de la Burriquita. Casi siempre nos echábamos la caminada hasta los alrededores del Colegio Belén, pero como a mamá ya le incomodaba bastante el caminar, decidieron que tomaríamos una camioneta. Abordamos la ruta 6, que venía por la trece calle y doblaba en la tercera avenida buscando el conservatorio. Nuestro viaje terminó en ese cruce, porque la camioneta chocó contra otro vehículo. Entiendo que hubo más de un muerto, el impacto fue tan duro que la camioneta volcó y mamá salió rodando por el corredor. Gracias a Dios, aparte del dolor de espalda, el embarazo continuó su rumbo.

Mi hermanito nació el 29 de abril de 1960 en un sanatorio que quedaba por la sexta calle y primera avenida. Me dieron la noticia cuando regresé del colegio, lo que me hizo muy feliz. Mamá decidió ponerle David Onésimo, el segundo nombre lo escogió para que los dos lleváramos el de nuestros abuelos.

David es víctima de mis travesuras
Seamos sinceros, que mi hermano llegara cuando estaba por cumplir siete años, me despertó muchos sentimientos menos los celos (¿cómo iba a sentir celos de él si lo ansiaba tanto?). Yo quería bañarlo, vestirlo, darle de comer, pero no siempre me dejaban. Como buen hermano mayor quería su bienestar y que la pasara bien en este mundo. A causa de esos buenos deseos ocurrieron un par de incidentes.
El primero lo causó del exceso de velocidad.

El famoso moisés tenía ruedas lo que facilitaba su movilización de un lado a otro de la casa, y me fascinaba hacerlo, lo que disgustaba a la nauf porque temía que se me pudiera voltear. No recuerdo exactamente las circunstancias pero de pronto me encontré corriendo, empujando el moisés para escapar de la nauf que me perseguía. Tratando de huir, me encaminé al famoso hundimiento que había provocado el pozo y “algo” pasó (supongo que una rueda se trabó en el quiebre que hacían las lozas) provocando el tan temido vuelco y que mi hermanito saliera volando hasta caer en el piso.
No está de más contarles el grito que lanzó la nauf, imagino que pensó que mi hermanito se había matado. Lo recogió y comenzó a examinarlo, afortunadamente el asunto no pasó de un tremendo susto pero pocos minutos después íbamos los tres casi corriendo a buscar a mi mamá (eran seis cuadras que a la pobre nauf se le han de haber hecho eternas y a mí también, porque me llevaba de la oreja mientras me iba sermoneando).

El otro incidente ocurrió porque se me metió en la cabeza que, a pesar de las frazadas en las que lo envolvían, mi hermanito sufría de frío, y sin dudarlo tomé cartas en el asunto. Aproveché un descuido de la nauf y fui tomando con las tenazas varios carbones encendidos, luego, con sumo cuidado, los fui poniendo dentro del moisés para que rodearan al bebé que dormía dentro.
A veces, de niños, nos sentimos frustrados por la incomprensión de los adultos. Esto precisamente me sucedió ese día mientras recibía una buena tunda en tanto me reclamaban lo malo que era y mamá se lamentaba de que le había arruinado el moisés -que mostraba grandes agujeros chamuscados que llegaban hasta la base de madera, en los lugares en donde había puesto los carbones-


La primera borrachera de mi hermano
Gracias a su tenacidad, mamá logró que finalmente nos aceptaran de vuelta en su familia y la culminación se dio cuando el abuelo estuvo de acuerdo en apadrinar a mi hermano. La ceremonia se celebró el mismo día que David cumplió un año. Algunos meses después viajamos a visitar al abuelo en la finca, pero esa vez nos fuimos en bus y haciendo una larga escala en Quetzaltenango, en dónde mamá quería presentarnos con varios parientes. En este viaje nos acompañó la nauf porque mi hermano era aún muy pequeño. Fuimos a dar la casa de un primo de mamá que se llamaba Ovidio Piedrasanta, quien era barbero de profesión y poeta por vocación; de su propio peculio mandaba a imprimir pequeños folletos con los versos fruto de su inspiración. En aquellos tiempos los hombres usaban todos el mismo corte, así que imagino que Ovidio podía darse el lujo de distraer la mente armando poemas mientras trasquilaba al cliente de turno. Él tenía dos hijos, Julio César y Yoly que eran bastante mayores que nosotros; Yoly parecía un clon de mamá en joven. El evento memorable de este viaje se dio precisamente en la casa del tío Ovidio.

Una de las dos o tres noches que pasamos allí, los mayores habían planeado salir pero querían asegurarse que mi hermano no fuera a despertarse y armara un problema si no estaba mamá. A alguien se le ocurrió darle un par de cucharadas de rompopo para “fundirlo”, pero no contaban con que el licor le iba a provocar el efecto inverso. Mi hermanito se aceleró. Lo recuerdo agarrado a la baranda, cantando y brincando mientras todos se miraban con sorpresa, la que se fue transformando en desencanto porque no caía dormido; esto sucedió casi a medianoche cuando el plan de salir había quedado hecho pedazos.

De la visita a la finca, cosa curiosa, no recuerdo nada. Creo que hay una foto del abuelo con nosotros dos, única evidencia que esto sí ocurrió.

sábado, 24 de abril de 2010

La cabaña - pensamientos y reflexiones

Estos son algunos extractos del libro “La Cabaña”. Los invito a leerlo con la mente abierta.

• (Jesús) Cuando yo habito en ti, lo hago en el presente; vivo en el presente. No en el pasado, pese a lo mucho que pueda recordarse y aprenderse mirando atrás… Y claro, tampoco habito en el futuro que tu visualizas o imaginas. ¿Te das cuenta… de que la forma como imaginas el futuro (casi siempre dictada por un temor de algún tipo), rara vez, si alguna, me describe ahí contigo?

• (Jesús) Te es imposible ejercer poder sobre el futuro, porque no es real, y nunca lo será. Intentas jugar a Dios imaginando que el mal que temes se vuelve realidad, y luego tratas de hacer planes y estrategias de contingencia para evitar lo que temes.

• ¿Por qué temo a tantas cosas en mi vida? (Jesús) Porque no crees. No sabes que te amamos. Quien vive de sus temores no encontrará libertad en mi amor. No estoy hablando de temores racionales a peligros legítimos, sino de temores imaginarios, y especialmente de su proyección hacia el futuro. Al grado que estos temores tienen lugar en tu vida, ni crees que soy bueno ni sabes en lo más profundo de tu corazón que te amo. Lo cantas, lo dices, pero no lo sabes.

• (Jesús) Nuestra Tierra es como un niño que ha crecido sin padres, sin tener quien la guíe y dirija. Algunos han intentado ayudarla, pero la mayoría simplemente ha tratado de usarla. Los seres humanos, que recibieron la tarea de conducir el mundo con amor, en vez de eso lo lastiman, sin otra consideración que sus necesidades inmediatas. Y piensan poco en sus hijos, quienes heredarán su falta de amor. Así que usan y abusan de la Tierra con escasa consideración; pero cuando ella tiembla o sopla, se sienten ofendidos y alzan el puño contra Dios.

• (Jesús) Lo único que quiero de ti es que confíes en mí aunque sea un poco, y ames cada vez más a quienes te rodean con el mismo amor que yo comparto contigo. No te corresponde hacerlos cambiar ni convencerlos. Estás en libertad sin agenda.

Así comenzó el Mesianismo (Capítulo 41)

El olor a alcohol saturaba el ambiente. Ernesto Lagos estaba tirado sobre la alfombra de un espacioso apartamento en Madrid. Tenía la cara embarrada de vómito y se agitaba en las convulsiones de la intoxicación. Mientras lloraba como un niño repetía en interminable letanía.
-¡Soy el presidente! El pueblo me ama y me necesita. ¡Soy el presidente! El pueblo me ama y me necesita. ¡Soy el presidente! El pueblo me ama y me necesita. ¡Soy el presidente! El pueblo me ama y me necesita. ¡Soy el presidente! El pueblo me ama y me necesita. ¡Soy el presidente! El pueblo me ama y me necesita. ¡Soy el presidente!...
Al tratar de incorporarse las fuerzas le fallaron. Se quedó sentado, meciéndose, con la mirada ausente y la sonrisa idiota de quien ha perdido el control sobre su mente. Al cabo de unos minutos se tomó la cabeza y retomó a sus lamentos.
-¿Por qué fui tan cobarde? La presidencia era mía. Traicioné a mi gente por unas monedas. Soy un nuevo Judas, y como él, no merezco seguir viviendo.

(Los expertos coincidían en su diagnóstico: La autoestima del general estaba por los suelos. Para escapar del vicio necesitaba recuperarla. Lo preocupante era que ya mostraba síntomas de daños irreversibles en el cerebro: pérdida de la memoria, alucinaciones y frecuentes accesos de depresión.)

No solo estaba acabando con su vida sino con la de Elena, su esposa. La única persona con quien compartía su infierno. El general se aferraba a doña Elena con la misma desesperación de un náufrago al único trozo de madera que encuentra flotando en el océano.
Un día, sin previo aviso, dos jóvenes vestidos de negro pidieron hablar con doña Elena. La abordaron con mucho tacto.
-Señora, sabemos el problema que usted y su esposo tienen. Estamos seguros que podemos ayudarles. Sólo le pedimos un minuto para hablar con don Ernesto.
-Jóvenes, en este momento no puedo permitirlo. Mi esposo está muy mal.
La negativa no los desalentó. Continuaron llegando. Su paciencia se vio recompensada cuando doña Elena les permitió reunirse con él. Al franquearles el paso les pidió.
-Les agradezco en el alma su interés. Sólo les suplico que sean breves.
Lagos estaba sobre la cama. Se veía pálido y demacrado. Los jóvenes le tomaron las manos y dijeron una oración. Luego comenzaron a hablarle.
-Don Ernesto. Dios espera que sus hijos se arrepientan de sus pecados y acepten su palabra. Humíllese ante el Altísimo y reconozca que para su poder no hay imposibles.
Al principio se resistió a escucharles. Ellos perseveraron.
Después de varias sesiones fue descubriendo a un Dios que desconocía. Un guía autoritario e implacable ante la desobediencia. Un poderoso ser que se complacía al ver cómo se derramaba la sangre de sus enemigos. Un Dios veleidoso que otorgaba a los caudillos de sus ejércitos, el derecho de vida o muerte para someter a los incrédulos.
Ernesto percibió un nuevo derrotero en su vida.

El escape que le proporcionaba el licor fue perdiendo su encanto ante la perspectiva de contar con la adoración de su pueblo.
Cada día al acostarse renovaba esos propósitos.
-Oh Señor. Te agradezco la oportunidad que me das de servirte y de mostrarles a los infieles el poder de Tu gloria. Te suplico Tu infinita fuerza para que este tu humilde siervo cumpla con su destino.
Y entre sueños musitaba sin parar.
-¡Soy el presidente! El pueblo me ama y me necesita. ¡Soy el presidente! El pueblo me ama y me necesita. ¡Soy el presidente! El pueblo me ama y me necesita. ¡Soy el presidente!...
Mientras una plácida sonrisa iluminaba su rostro.

Nueve meses después un terremoto asoló a Guate-lamala. Una voz le anunció entre sueños “La furia del Señor ha comenzado a castigar a los impíos. Regresa a tu tierra. Ha llegado el momento de difundir el mensaje.”

miércoles, 21 de abril de 2010

Un Irresistible Deseo (Capítulo 18)

Verano del sesenta y ocho. En la penumbra de la sacristía el sacerdote, moreno y de contextura atlética, se despojaba de sus ornamentos cuando una lastimera voz interrumpió sus reflexiones.
-Padre Efraín, por favor ayúdeme.
Aguzó la vista y distinguió a una joven a punto de desfallecer, recostada contra el marco de la puerta, que apretaba un bulto contra su pecho. Sin pérdida de tiempo se le acercó.
-Hija por Dios, siéntate. ¿Quieres un poco de agua? ¿Qué te pasa?
Ella, con palabras entrecortadas por el llanto, le reveló su tragedia.
-Mi esposo nos abandonó... estoy sola y sin un centavo... llevo tres días sin comer... no tengo donde dormir... mi niño... le ruego que se apiade de nosotros...
-¿Cómo te llamas?
-Lucía, padre.
-No puedo ofrecerte mucho. Si me ayudas con los oficios de la casa, al menos tendrás techo y comida para ti y el bebé.

En menos de cuarenta días, la demacrada mujer que había tocado la puerta de la sacristía, experimentó una increíble transformación.
Lucía irradiaba ahora una inquietante hermosura.
Cada tarde preparaba baños de agua caliente y hojas de eucalipto que aliviaban los pies del sacerdote luego de sus extenuantes caminatas. Efraín sentía un indescriptible placer al tumbarse en el diván, cerrar los ojos y disfrutar la energía reparadora que le trasmitían las manos de Lucía.
Sólo un asunto turbaba la armonía entre los dos. Él constantemente le recriminaba su falta de devoción.
-¿Por qué no asistes a misa? ¿Por qué nunca te veo rezando en la iglesia?
Cuando esto sucedía, ella apartaba la mirada y lo ignoraba.

Con el paso de los meses, con una mezcla de inquietud y temor, él comprendió que su reprimida masculinidad luchaba por manifestarse. Más de una vez, en sus fantasías nocturnas, había sentido cómo iba descubriendo las sinuosidades del voluptuoso cuerpo que yacía en su lecho y despertaba con una húmeda sensación entre las piernas. Los baños en los pies se convirtieron en un tormento. Bastaba con que bajara la vista para alimentar sus ansias ante el lujurioso agasajo que se le ofrecía, apenas cubierto por pronunciados escotes. Buscó en las duchas heladas y la penitencia, una manera de enfriar su pasión, pero todo fue en vano. Ella seguía llegando en sueños a convidarle de su amor.

Comenzaba a clarear. El estridente sonido del teléfono le hizo saltar de la cama. Medio dormido contestó.
-Habla el padre Espósito.
-Padrecito, soy Carolina. Creo que llegó la hora. Mi madre se nos va. Venga pronto por favor.
Corrió al baño. La sorpresa que le aguardaba detrás de la puerta lo dejó paralizado, enmudecido, idiotizado. Hasta se olvidó de respirar.
Lucía ofrecía un magnífico espectáculo saliendo de la ducha.
Ella sonrió. Él, temblando, musitó una disculpa y se retiró.
A partir de ese momento le fue imposible alejar de su mente ese cuerpo joven, esa resplandeciente piel morena, esas magníficas curvas que le invitaban a ser exploradas y sobre todo, esa sonrisa irreverente. Esa muda invitación a más.

(Sabía que estaba siendo tentado y evaluó mal su capacidad de resistencia. Pensó que redoblando sus oraciones y con ayunos más rigurosos podría sobreponerse a la prueba. No se atrevió a tomar una resolución lógica y radical, echarla de la casa. Cuando esa idea cruzaba por su cabeza, recordaba cómo la había conocido y se confesaba incapaz de asumir la responsabilidad de lanzarla de nuevo a sufrir privaciones.)

Una mañana, cuarenta días después, él no bajó a desayunar. Lucía tocó la puerta. Al no recibir respuesta, solicitó ayuda para derribarla. Lo encontraron desplomado sobre su mesa de trabajo. El médico le ordenó reposo y buena alimentación. Lucía cumplió con devoción el encargo.

En una límpida tarde, armonizada por el trinar de los cenzontles, él percibió su presencia. Abrió los ojos. Ella estaba, como aquella primera vez, reclinada contra el marco de la puerta. Pero ahora, los rayos del sol que la acariciaban iban revelando sus encantos, apenas ocultos bajo su vestido blanco y traslúcido. Con una mezcla de sorpresa y excitación observó que comenzaba a soltarse los listones del corpiño. Momentos más tarde el vestido a sus pies formaba un gigantesco capullo del que ella emergía en espléndida desnudez. Avanzó hacia él, grácil, como flotando, con una insinuante sonrisa dibujada en su rostro. Llegó a su lado y le tendió los brazos.
-Amado mío. Llevo tanto tiempo ansiando este momento.

Pasaron los siguientes meses disfrutando de su intimidad. El embelesado Efraín imaginaba que era un colibrí, porque al penetrar en la flor que le brindaba su néctar, recobraba energías y alimentaba sus ansias de volver por más.

Un día, al regresar de sus visitas a enfermos, le sorprendió su gesto de preocupación.
-Efraín, tenemos que hablar.
Se sentaron a la mesa. Ella con mano temblorosa le entregó un papel. Apenas alcanzó a leer “Resultado de la prueba de embarazo: Positiva”. Al igual que en aquel primer encuentro, ella soltó el llanto. Él la tomó entre sus brazos.
-Cálmate mi amor. Una vida nueva es una bendición de Dios. Controla tus temores. Verás que encontraremos una salida.
En efecto, una prima aceptó recibirla en su casa sin pedir mayores explicaciones.

El ritual se repetía cada mañana. En la soledad de la iglesia, Efraín Espósito, de rodillas, conversaba con Dios.
-Dios mío, imploro tu infinita misericordia porque fui débil al llamado de la carne. En mi ceguera arrastré conmigo a personas inocentes. Por favor perdónales. Dame otra oportunidad. Señor, no soy digno que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…
Pasados siete meses, su prima le envió un telegrama “Lucía tuvo una niña. Ambas están sin novedad.”

La extraña mujer de exótica belleza regresó dos años después. El padre Efraín se volvió blanco de las habladurías del barrio.
(Se necesitaba ser ciego o idiota para no reparar en el parecido de la niña con él.)
Otro detalle llamó la atención del vecindario. Ella regresó sin el niño. Lucía les explicó que el padre se lo había arrebatado al enterarse su nueva maternidad.

Una tarde, cuando la niña tenía cinco años, Efraín regresaba de visitar enfermos y la encontró muy seria. Sus rasgados ojitos delataban que había estado llorando.
-¿Qué pasa mi amor?
Ella extendió su manita y le entregó una nota.
“Efraín: Muchas gracias por el tiempo que compartimos. Siempre lo recordaré con cariño. Te encargo a nuestra hija. Por favor no trates de encontrarme. Cuídate.
Lucía.”

El padre Espósito literalmente removió cielo y tierra para encontrarla. Luego de siete meses de infructuosa búsqueda se resignó. Era evidente que la había perdido para siempre.

martes, 20 de abril de 2010

¿Milagro?

I
Si te contara cuántas pesadillas me han atormentado durante estos veinticinco años.
Si te contara…
He tenido momentos en los que al temor de dormir, sólo lo ha superado el temor de volver a despertar. Porque al menos en sueños de vez en cuando te tengo.
Si en alguna de tus apariciones te dignaras contarme en dónde te dejaron. Porque esa incertidumbre de no saber de ti, de no tener un lugar para llevarte flores, de no poder regar tus restos con mis lágrimas, es como un filoso cuchillo que constantemente hurga en mi corazón. Aunque por otro lado, me alienta la esperanza de que tal vez vuelvas. Por eso todos los días sacudo el cuarto, veo que tu ropa esté bien planchada, me baño y me perfumo. Hasta preparo los frijolitos que tanto te gustaban y consigo tortillas frescas. Porque quiero que cuando vuelvas encuentres tu ropa limpia, tu cuarto limpio, a tu esposa limpia.
Cada noche me siento en el viejo sofá que escuchó nuestros sueños de paz e igualdad y paso las horas con la mirada fija en la puerta, repitiéndome que ese Dios que tanto alaban no puede ser tan cruel. Que si me permitió salvar la vida fue para estar acá esperándote. Si estoy equivocada ¿Por qué no me lo dices? ¿Por qué sigues viniendo en sueños a alimentar esa ilusión de volverte a ver? ¿O será que vienes, pero huyes espantado al ver lo que queda de mí? Porque tú sigues conservándote joven, lleno de vida, pero de mí sólo queda el espectro de un alma que comenzó a extinguirse aquel día que no regresaste. Evito los espejos pues reflejan una imagen arrugada, de cabellos encanecidos y mirada marchita. Me hacen saborear lo amargo de mis lágrimas y preguntarme ¿en dónde se quedó mi juventud? La respuesta es obvia. Se esfumó en visitas a la morgue, en la búsqueda de cementerios clandestinos, en marchas de protesta exigiendo tu aparición.
Hace un par de años vi tu foto en un documento que bautizaron como el Archivo Militar. Era de tu carné de la U. Ese 300 puesto a mano debajo de tus datos y fechado 29-11-82 ¿Tendrá el significado que le atribuyen? Los del ejército niegan que sea un documento oficial -no está en papel membretado- dicen. ¡Cómo no! ¿Desde cuando la descripción de sus crímenes, las desapariciones y ejecuciones clandestinas, ha quedado en papel membretado?
Mi amado Tonito estoy cansada de rogar, de buscar, de esperarte, de llorar por ti. ¡Llevo tantos años con esta carga! Perdóname. De todo corazón te ruego que me perdones. No todos los días me siento así. Cuando me agarra la depre, quisiera correr al puente y volar a tu encuentro. Pero me detiene el pensar que tal vez hoy sea ese día que he ansiado por más de veinticinco años y que debo estar acá para recibirte de vuelta. Si no es así. ¿Para que me dejaron vivir? ¿Por qué, habiendo tantas personas llenas de fe, me escogieron a mí, una atea confundida? Y digo confundida porque ya ni creo, ni dejo de creer.
Hay días en que mi razón se doblega. Entonces voy a la iglesia. Abro mi corazón. Muestro mis heridas y busco sanación en la fe. En otros mi frustración es tan grande que le digo a ese Dios, que tan indiferente se muestra a mis súplicas -¿Sabes qué? ¡Andate al diablo con esa tu diz que infinita misericordia!- (así como lo oyes, aunque suene ridículo).
Tonito, mi Negro. Sin querer desanimarte, te confieso que aquí nada ha cambiado. Los ricos se han hecho más ricos. La pobreza es una plaga. Cada día somos más los contagiados y no hay forma de curarla. A los políticos sólo les interesa el poder para llenarse los bolsillos. Nos morimos de hambre. Y no sólo nos falta comida, también estamos hambrientos de justicia. No vayas a ofenderte pero ¿De qué sirvió el sacrificio de tantos soñadores como tú? ¿De qué sirvió el que se derramara tanta sangre inocente? ¿Para qué te perdí? ¿Para qué?
Has de estar harto de mis lamentaciones. Sé que no es la mejor manera de lograr que regreses. Discúlpame. Tengo mucho dolor y resentimiento dentro. Dicen que me paso hablando sola. ¿Y qué quieren que haga si la soledad es mi única compañía? Cuando no apareces prefiero hablar a solas. Es mejor eso a que se me peguen los labios. Así, cuando regreses, podré decirte esas lindas palabras que todos los días ensayo para darte la bienvenida:
“Mi negro…
Ay Dios, con tantas cosas que he estado pensando, se me olvidó el resto.

II
De los destartalados buses salían mares de gente que se dirigían a los edificios, cuadrados y de color ladrillo, de la Ciudad Universitaria. El sol caía tras los volcanes. Las tinieblas devoraban al firmamento de vívido azul. Eran los inicios de los ochenta. Profesores y alumnos de la Universidad Nacional engrosaban a diario la lista de mártires del oscurantismo, pero ni así se detenía el empuje de esa juventud ávida de conocimientos y repleta de sueños que a diario acudía a las aulas.
Antonio y Clara caminaban tomados de las manos entre la multitud.
Antonio era un joven delgado, moreno y de intensa mirada. Uno de tantos idealistas que luchaba por implantar un sistema en el que todos tuvieran las mismas oportunidades. Su familia vivía en el altiplano. Él había emigrado a la capital para estudiar leyes. Lo movía el sueño de poder defenderlos algún día de los despojos que padecían a manos de los terratenientes. Había buscado trabajo en una fábrica de calzado y tras cinco años de esfuerzos, le habían elegido secretario general del sindicato.
La chispeante mirada de los rasgados ojos de Clara cautivaba. La nariz aguileña y el mentón definido revelaban la firmeza de su carácter. Su cabello azabache danzaba con el viento. Tenía esa bronceada tez que da un toque exótico a las gitanas. Su padre, un maestro y líder sindical, había pasado por la cárcel más de una vez. –Ha sido por necio. Quien lo manda estarse metiendo en líos de organizar a la gente- refunfuñaba doña Refugio, su madre. Clara estudiaba leyes motivada por el deseo de defender a esa legión de trabajadores -Que nunca pasarán de zope a gavilán, como ha sucedido con tu padre- afirmaba con resignación doña Refugio.
El destino los ubicó en la misma aula. Un amigo mutuo los presentó. Al poco tiempo descubrieron que sus pensamientos y sus cuerpos se complementaban a la perfección.
Era 1982 y un general con la mente trastornada por ideas apocalípticas se había apoderado del mando. Cada domingo inculcaba moralistas discursos en las cabezas de los citadinos.
Sus tropas no sólo arrasaban el altiplano. La morgue rebosaba de cadáveres con señales de tortura y el tiro de gracia. La prensa callaba.
El Cardenal amonestaba a los miembros del clero que denunciaban las atrocidades. Él era un maestro en el arte de congraciarse tanto con la oligarquía como con los militares. De una forma u otra hacia suya la legendaria expresión de aquel defensor de la fe cuando liquidaban a los cátaros centurias atrás:
-Mátenlos a todos, que Dios escogerá a los suyos.

III
“Un día me comentó que iría a los festejos del patrono de su pueblo. Temiendo por su seguridad, intenté disuadirle. Como no cambió de opinión, le supliqué
-Déjame acompañarte
-Mi amor, me pides algo imposible. Allá ni siquiera tenemos un lugar para hospedarte.
-Podría quedarme en tu casa
-Mis padres serían los primeros en oponerse. Recuerda que ellos no saben que vivimos juntos. En el pueblo hablarían mal de nosotros. Quédate tranquila. Sólo será una semana.
En la estación, bajo una densa cortina de agua, nos dimos un último beso.
Era el 21 de noviembre de 1982. Fecha que jamás la olvidaré.
El día convenido llegué a la estación a esperar su regreso.
Estuve allí al siguiente, al siguiente y al siguiente…
Al cabo de dos semanas, sintiendo que me volvía loca, decidí ir a buscarlo. No llegué lejos. El ejército había cercado el área. Esperé en un pueblo cercano hasta que trasladaron sus operaciones a otro sitio. Pasé días acosando a los vecinos con mis preguntas. La sola mención de aquel pueblo les sellaba los labios. Algunos, con el terror reflejado en el rostro, rompieron su mutismo para decirme que ni intentara subir al sitio en donde había estado emplazado. Un anciano me aclaró la razón.
-Los pintos acabaron con todo. Como acostumbran hacerlo, dejaron el área en poder de los patrulleros civiles. Seño, si esos desgraciados la agarran, lo mejor que puede pasarle es que la maten…
Regresé a la ciudad con el corazón roto y movida por un propósito. Trabajaría para que el crimen no quedara impune. Mi vía crucis continuó al enterarme que nunca había llegado a su pueblo. Unos testigos me contaron que lo bajaron en un retén del ejército a la salida de la ciudad y lo subieron a culatazos a un camión. A mi amado Tono, lo agarraron el 21 y fue “300” el 29… ¿Qué le harían durante esos nueve días?
Confirmé que navegaba en aguas turbulentas cuando comencé a recibir amenazas. Eso, lejos de amedrentarme, me dio ánimos para seguir en la lucha. Cada nota, cada llamada anónima, eran buenos indicios. Significaba que mi investigación iba por buen camino.
Una tarde, saliendo de la universidad, escuché el rechinido producido por un frenazo. Como en cámara lenta observé la panel blanca que se detenía frente a mí. Tres hombres con las caras cubiertas se apearon. Sin darme tiempo a reaccionar comenzaron a golpearme y me arrastraron dentro. Me taparon la cara con un trapo y perdí el sentido.
Desperté en un oscuro y frío lugar. Estaba tirada sobre un colchón de paja. Cada parte del cuerpo me dolía de una manera que jamás imaginé. Mi ropa interior había desaparecido. Sentía las caderas desencajadas. Un líquido viscoso y de olor desagradable resbalaba por mis piernas. Al comprender lo sucedido me puse a llorar.
Ignoro cuánto tiempo había pasado cuando la puerta de la celda se abrió y entró un joven como de mi edad. En su uniforme resaltaba el distintivo de kaibil. Su amabilidad me desconcertó.
-Señorita, lamento lo que le sucedió. Quiero ayudarla, pero ayúdeme usted también. Si habla, le doy mi palabra que esta misma tarde estará de vuelta en su casa.
Quería que confesara quiénes eran los cómplices de Tono. Que diera nombres, direcciones, lugares de trabajo. Dijo que muchos compañeros habían aceptado colaborar. Sabía que de mi decisión dependería si liberaba los demonios del infierno contra mí o contra otros. Así que me mordí los labios y me preparé para lo por venir.
Setenta y dos horas después la resistencia de mi cuerpo había llegado a su límite. Había perdido la cuenta de las veces que me habían violado. Me habían quebrado la nariz. Había perdido varios dientes. La hinchazón de los párpados me impedía ver. Mis senos estaban cubiertos de mordidas y pellizcos. En mis extremidades tenía incontables huellas de quemaduras provocadas por cigarrillos. Me habían arrancado las uñas y dislocado los dedos de una mano.
El cuarto día me encontró desnuda, tirada temblando en un rincón de la celda. Anhelando, más que nada, la pronta llegada de la muerte. Esa tarde ninguno se apareció. Estaba segura que tenía las horas contadas. Así que aproveché el tiempo para ponerme en paz con Dios. (No me avergüenza confesar que ya sin esperanza de nada, estaba dispuesta a creer en Él).
Estaba tan débil que me desmayaba constantemente y perdía el hilo de mis oraciones.
Supongo que él entró en uno de mis desvanecimientos. Cuando recobré la conciencia, estaba de rodillas a mi lado. Oraba en un idioma desconocido con sus manos sobre mi cabeza. La oscuridad y mis ojos hinchados me impedían distinguir su semblante. Ignoraba quien era, pero de algo estaba segura. Él no era una de esas bestias disfrazadas de hombres que me habían estado martirizando. Rompí a llorar y me apoyé en su pecho. Pasó el resto de la noche reconfortándome, limpiando mis heridas y dándome de beber. Con las primeras luces del alba anunció que debía marcharse. Le supliqué que se quedara.
-No temas, mientras yo esté por acá esa gente te dejará en paz. Te ruego que los perdones. Como dijo nuestro Padre Celestial ellos “no saben lo que hacen”. Rézale a nuestra Madre, ella te protegerá.
Me entregó su rosario.
Mi primera reacción, al estar de nuevo sola, fue que había sufrido una alucinación. Pero el rosario que apretaba en mi mano y el bienestar que me iba invadiendo, evidenciaban lo contrario.
El quinto día lo pasé rezando. Mis captores siguieron sin aparecer.
Regresó al caer la noche. Esta vez pude verlo mejor. Vestía una sotana de inmaculada blancura. Los rasgos de su cara me eran familiares, sin embargo no me atreví a preguntarle quién era. Le noté fatigado. Con su extraño acento me comentó que había tenido un día muy atareado. A pesar de su agotamiento, rezamos toda la noche. A la mañana siguiente, antes de partir, tomó mis manos y me hizo una extraña petición.
-Clara, hazme un favor. Prométeme que guardarás silencio sobre esto. Tu corazón te dirá cuando podrás contarlo.
Ese día me liberaron. Hasta hoy nadie ha podido aclararme quién dio la orden.
Antes de soltarme en el basurero de la zona 3 me advirtieron
-Mirá hija de cien mil putas, si apreciás tu vida, dejá de meterte en babosadas.

IV
El dos de abril del año dos mil cinco, junto al mundo lamenté la muerte de Juan Pablo II. Mentiría si dijera que aquella lejana experiencia me volvió religiosa. Pero reconozco que ese gran hombre dejó el legado de una vida dedicada a luchar por la libertad y la dignidad de hombres y mujeres, sin importar su raza, lugar de nacimiento o religión.
Luego de profundas reflexiones concluí que había llegado el momento de revelar mi secreto. Porque, aunque resulte difícil de creer, estoy convencida que fue ese santo varón quien estuvo consolándome las noches del 6 y 7 de marzo de 1983 cuando visitaba mi país.”

Perdona que se me escapen las lágrimas cada vez que leo esto. Lo escribí hace años. Lo tengo guardado en un sobre junto con el rosario. Cuando me agarra la depre lo leo y me pregunto ¿Será que realmente viví esto? ¿Por qué? ¿Para qué?
Mi Negro, qué lindo sería que retornaras esta noche y me dijeras
-Amor ¡yo soy la respuesta!

martes, 13 de abril de 2010

Mí, dinosaurio

Como el dinosaurio de Tito
Hoy desperté
Y aún me encontraba aquí

El efecto Mozart

Desperté con una extraña sensación, que estaba iniciando el último día de mi vida. Por años he pregonado que no le temo a la muerte, pero como decía mi abuela “Del dicho al hecho hay mucho trecho”. La muerte, el misterio supremo que ha intrigado a mentes brillantes durante siglos. Me encantaría estar seguro que esto, a lo que llamamos vida, es sólo una parte del trayecto hacia lo eterno; que como alguien dijo, es una experiencia material que pasamos los seres espirituales. Si como escribió Calderón, la vida es un sueño, de pronto la muerte nos servirá para descorrer el velo de la realidad, que aquello a lo que llamamos morir, es simplemente volver. Pero no deseo hacerles perder tiempo con mis reflexiones, como les comenté al principio, presiento que hoy voy a morir y tengo miedo.
Entonces ¿en qué quedamos? Tranquilos. No me estoy contradiciendo. Primero lo primero. Presiento que la parca está a punto de cortar el hilo de mi existencia porque ya no tengo correcciones que hacerle a la novela.
-¿Y cuál es el rollo de este? – Se preguntarán ustedes.
Paciencia, permítanme.
Todo comenzó tres años atrás, cuando por primera vez vinieron por mí. Los médicos me habían desahuciado, llevaba meses en continuo deterioro y a pesar de tantas cosas bellas que me ataban a la vida, había perdido el gusto a seguir acá. Me sentía en esa región que los príncipes de la iglesia inventaron y que bautizaron con el significativo apelativo de limbo, no estaba ni aquí ni allá.
Se acercaba la despedida de otro año y una noche recibí la visita de Uriel. Su presencia sólo indicaba una cosa. Que había llegado mi hora. De algo estaba seguro. Nada ganaba negociando con él, porque él es sólo un mensajero. Así que decidí recurrir al jefe de jefes. No me pregunten cómo, pero logré comunicarme. Activé los botones adecuados y para mi fortuna, Él estaba disponible. Para lograr su benevolencia le argumenté que mi legado a la humanidad aún no estaba completo. Aunque en teoría Él todo lo sabe, le refresqué la memoria. Yo estaba escribiendo un libro, mi obra maestra, mi legado. Y logré convencerlo. Me sentí un poco mal con Uriel. Tiene tantas ocupaciones que no puede estar perdiendo el tiempo con gente que se niega a acompañarlo. Reconozco que es muy disciplinado. Le dieron la orden de dejarme acá y se largó sin poner objeciones. Eso sí, antes de irse, fue claro al decirme con una enigmática sonrisa.
-Regresaré cuando termines el libro.
Así que, en cumplimiento de mi parte del convenio, dediqué los últimos tres años a escribir. Sé que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente (incluida mi esposa) pues cuando parece que ya lo he concluido, vuelvo a revisar cada capítulo, cada párrafo, cada oración, cada palabra, cada coma. Nunca he sido perfeccionista, pero como ahora sé lo que pasará cuando concluya, me cuido y soy como Penélope, de noche destejo lo que he hecho de día para engañar a mi pretendiente.
Fiel a mi costumbre, esta madrugada me levanté a escribir. Aprovecho cuando la familia duerme para dar rienda suelta a mis ensueños. Acabo de concluir la enésima revisión y ahora estoy en un aprieto. No me queda nada por corregir. No queda nada adicional que contar. Mi libro está terminado.
No logro controlar el temblor de mis manos.
Imagínenme, sentado en la sala de mi casa, con el manuscrito descansando sobre mis piernas, reteniendo la respiración y mirando fijamente hacia la puerta. (estoy cometiendo otra estupidez. Uriel no necesita las puertas para entrar.)
¿Sentiría lo mismo Mozart cuando concluyó su Réquiem? Lo dudo. La leyenda, tal y como la conozco, en ningún momento cuenta que él hubiera conocido lo que le esperaba al completar su trabajo. ¡De pronto y fue el pícaro de Uriel aquel desconocido cliente que le encargó con tanto apremio la obra! Vaya usted a saber. Al fin y al cabo ese era un problema de Mozart.
¿Por qué siento que los minutos discurren más lentamente?
En la oscuridad del firmamento comienzan a formarse grietas de luz. Dentro de poco va a amanecer
¡Y yo aquí con cara de idiota, esperando al ángel de la muerte!
¿Y si allá arriba se les escapó el detalle de que ya terminé?
Hay tantas guerras en el mundo que de pronto a Uriel ni tiempo le queda para venirme a traer. Tengo unos minutos, unos preciados minutos para pensar...
¿Qué puedo hacer para prolongar mi estadía...?
Es cierto que hace poco consideraba a mi manuscrito perfecto. Pero ya he pasado por esta experiencia. Estoy seguro que si lo dejo descansar un par de meses, cuando lo tome de nuevo, hallaré fallas que hoy pasaron desapercibidas.
¿Y si tomó un camino más radical y lo destruyo por completo? Las ideas básicas están en mi cabeza. Hoy soy mejor escritor que cuando Uriel me visitó por primera vez. Y no me cabe la menor duda que en algunos años habré mejorado mi estilo. Ya me convencí. Para que no quede huella lo quemaré en la chimenea.
Que incómodo estar agachado acá soplando para que avivar el fuego.
¿Quién tocará a la puerta?

El guardián jura que como vio encendida la luz de la sala, decidió subir su periódico a don Raúl.

La esposa declaró que la despertó el sonido del timbre y que al bajar, lo encontró desvanecido en la sala.

El forense certificó que la muerte se debió a una fractura en el occipital; se especuló que Raúl se irguió de manera abrupta antes de sacar todo el cuerpo de la chimenea.

Lo que nadie se explica es por que los restos de su amada novela se encontraban chamuscados entre los leños. Desafortunadamente era la única copia.

Malquerido

I
“Mis labios jamás pronunciaron la palabra madre y jamás sentí lo que era ser arrullado en sus brazos.
¿Por qué? ¿Por qué a mí?
La falta de respuestas me ha atormentado desde que tengo conciencia de ser.
Desde que tengo conciencia de ser me han obligado a ocultarme en un desesperado intento para que sobreviva al rechazo del que será conocido como mi padre.
Ese mal parido es un verdadero hijo de puta. Obtiene millonadas permitiendo aterrizajes clandestinos en las pistas de sus fincas. Se ha vuelto el amo del pueblo. Su voluntad es ley y sin mayor escrúpulo se deshace de cualquiera que ose atravesarse en su camino. Seré su primogénito. Motivo suficiente para quererme. Sin embargo mi madre recibió una tremenda paliza cuando él se enteró de su embarazo.
Desde que tengo conciencia de ser recuerdo a mi madre llorando.
Dicen que era la muchacha más linda del pueblo. No entiendo cómo cayó en brazos de este desgraciado que desde que tengo conciencia de ser, se ha dirigido a ella como la “maldita puta”. Dicen que esas son malas mujeres. No logro concebir que mi madre sea una de ellas si desde que tengo conciencia de ser la recuerdo visitando el santuario de aquel pueblo lejano para buscar consuelo a los pies de la Virgen de Lourdes.
Tal vez no tendré tiempo para aclarar la situación, tal vez sea mejor así y que sea Él quien juzgue imparcialmente los hechos.”

II
A don Ángel Portocarrero le abundaba lo que la mayoría de hombres ambiciona: fortuna y poder.
Perdidos en la bruma de sus recuerdos habían quedado los tiempos de su niñez cuando, para sobrevivir a las miserias de su orfandad, incursionaba en huertos y graneros. El correr de los tiempos transformó a Angelito en un experto para apropiarse de lo ajeno. Y con la cosecha de bienes emparejó una cosecha de sangre. Antes de cumplir veinticinco ya disfrutaba de lo que muchos llaman las cosas buenas de la vida. Su despiadada gavilla tomó el control del pueblo. Ángel presumía su hombría trayendo llamativas mujeres de la capital. Ninguna de las sencillas muchachas del pueblo había logrado captar su atención hasta que descubrió cómo la adolescencia había transformado a Lupita, la hija de don Diego.
La agraciada Lupita estudiaba en la capital y había llegado al pueblo a pasar sus vacaciones. Sus hermosos ojos rasgados, naricita respingada, carnosos labios y cuerpo bien formado, despertaron de inmediato la codicia de Ángel.
El insólito pretendiente ignoraba que Lupita, a sus veinte años, ya había pasado por el dolor de perder al dueño de su corazón y que sólo sentía rechazo al llamado del amor. Con un agravante más.
A sus treinta y cinco años Ángel constituía una verdadera burla de la naturaleza. La flácida barriga le colgaba de sus cortas piernas. Sobre su cuello de toro se erguía lo que más que cabeza, aparentaba ser una máscara mal acabada, cuyo más destacado atributo era un inmenso labio inferior que casi le ocultaba la barbilla y del que constantemente fluían verdaderos riachuelos de viscosa baba. Unos diminutos ojos negros, como de rata, y una corona de espinosos cabellos, completaban este surrealista mosaico.
Tras seis meses de acoso, el pretendiente consiguió su propósito. La boda fue todo un acontecimiento, aunque la tristeza se reflejaba en la cara de la novia.
Antes del año la novedad cedió paso a la variedad y continuó la exhibición de mujeres venidas de la capital mientras la señora de Portocarrero permanecía recluida en su casa.

III
A sus diecisiete años Luis Escobar había enfrentado la terrible disyuntiva de escoger entre el amor de su vida o el compromiso hecho con Dios. Amaba a Lupita con locura, pero estaba atado a la promesa hecha tiempo atrás cuando su madre desfallecía por los estragos de un cáncer en el estómago.
Hacía seis años el desenlace parecía próximo, cuando una de las vecinas llegó a visitarles llevando un pequeño frasco. –Ésta es agua de Lourdes. Recen por un milagro.- Les dijo.
Al quedarse a solas con ella, Luisito se arrodilló frente a la cama y bañado en llanto, le prometió a Dios y a la Virgen que les dedicaría su vida a cambio de la salvación de su madre. Luego tomó su inerte cabeza y le dio a beber el líquido.
Pocos días más tarde, ante el estupor de los médicos, su madre se recuperó.
Luis estaba en último grado cuando conoció a Lupita y desde el primer momento estuvo seguro que ella estaba destinada a ser la dueña de su corazón. Sin embargo cada vez que veía a su madre, recordaba la promesa que le ligaba al Señor. Llegado el momento, transido de dolor, dejó a su amada para tomar el sendero religioso. Pasaron los años y pareció que el dedicado seminarista había sepultado el recuerdo de la mujer que había ganado su fervor.
El obispo, conociendo la devoción del recién ordenado sacerdote, le envió al Santuario de las Nubes, en donde se veneraba una réplica de la Virgen de Lourdes. Y la providencia se encargó de completar lo que había quedado truncado algún tiempo atrás.
Él no sabía que era ella quien ese día se arrodillaba ante el confesionario.
Ella no sabía que sería él quien escucharía el desahogo de su corazón.
Pero sus almas, estremecidas de júbilo, se reconocieron de inmediato y retoñó con arrebato ese amor que sólo esperaba el regreso de la primavera. Luis se aferró a una esperanza, que esa era una señal de Dios; que Él, en su infinita misericordia, le estaba relevando del juramento hecho ante el lecho de su madre.
Miles de veces Luis le suplicó que no regresara con Ángel. Miles de veces forjaron planes de huída a un lugar remoto en dónde nadie los conociera. Pero todos sus sueños se estrellaban ante una irrefutable realidad. Era imposible que ella escapara de los tentáculos de su marido porque Ángel tenía a su padre como rehén.
De manera que ambos se consolaban con los fugaces y apasionados encuentros que ocurrían al amparo de la Virgen de Lourdes.

IV
Los compinches de Ángel temblaban cuando él se levantaba de mal humor. Él le echaba la culpa a la pesadilla, pero nunca entraba en detalles.
En realidad no se trataba de una pesadilla. Era el indeleble recuerdo de un accidente que había sufrido de joven y que le había marcado para siempre.
(Las manzanas del huerto de don Diego eran famosas en la comarca y Angelito, sin dinero para comprarlas, era uno de sus mayores consumidores. Don Diego, buscando como detener a los depredadores, se hizo de un feroz perro para custodiar su propiedad. Una mañana Ángel, como de costumbre, saltó la cerca para disfrutar de los deliciosos frutos. Tan entretenido estaba que no sintió acercarse al animal. Recibió la dentellada justo entre las piernas. A duras penas logró escapar. Sin embargo, pese al esfuerzo de los médicos, no hubo forma de restituirle su desgarrada masculinidad.)

De manera que las prostitutas de lujo y el matrimonio eran pura pantalla.
La cruda realidad era que Ángel era un impotente que ocultaba su humillante castración tras su fachada de violento machismo.
Se casó con Lupita por venganza. Juró hacerla infeliz para cobrarse la deuda que, según él, don Diego le tenía. Entonces, si su incapacidad de poseer a una mujer era el secreto más comentado del pueblo… ¿Cómo se explicarían los vecinos el milagro de su mujer encinta?
Lupita fue juzgada y sentenciada antes de que se evidenciara su estado.
Por eso mis labios nunca pronunciaron la palabra madre
y nunca sentí lo que era ser arrullado entre sus brazos.
Porque sólo llegue a tomar conciencia de ser.
En una fría noche mi padre, o al menos el que legalmente debió serlo,
puso fin a nuestra historia.
Se convenció que así preservaría su reputación.

La coartada perfecta

Fue amor a primera vista.
Ella cayó rendida ante la profundidad de aquellos ojos tan oscuros como las noches en el altiplano de su tierra natal, su luminosa sonrisa y esa seguridad en si mismo que muchos consideraban engreimiento.
Fabio estaba en el umbral de los treinta años. Su privilegiada inteligencia, aunada a una increíble mezcla de suerte y audacia, le habían llevado a consejero “senior” en la multinacional para la que trabajaba. Era un mimado del destino que contaba con un sexto sentido para sacar provecho de los inexplicables vaivenes de la bolsa. Su ascendencia italiana le daba un particular encanto. Cultivaba su cuerpo a la par de su intelecto y sus admiradoras se contaban por decenas. Poseía un penthouse en el East Side, cerca del Met, y acostumbraba frecuentar algunos bares de los alrededores en donde encontraba particular deleite escuchando los caprichosos acordes del jazz.
Ella y otras amigas disfrutaban sus vacaciones en Nueva York. Era la hija consentida de un general con considerable fortuna. De su madre (una famosa vedette, llegada de exóticas tierras, para quien la fidelidad no era una de sus virtudes y que tras una década de drenar las riquezas del General, lo había abandonado, escapándose con un capitán treinta años menor) había heredado aquella enigmática belleza de dorada cabellera, ojos que recordaban el cielo de su país y la grácil figura que justificaban el sobrenombre con el que la conocían desde niña: Barbie.
En cuanto se vieron, sintieron el dulce flechazo de Cupido y se volvieron inseparables.
Para consolidar su conquista él bajó a ese país, con un nombre difícil de pronunciar, ubicado en el ombligo de América, y del que un mes antes ni siquiera sabía de su existencia. Con una mezcla de repugnancia y sarcasmo observó su folclore. Le parecieron exóticos sus paisajes con abundantes volcanes y lagos, pero no lograba entender cómo podían ser tan atrasados que ni siquiera tenían un McDonald’s en cada poblado. Aceptó casarse en esa tranquila ciudad que se enorgullecía por haber detenido el tiempo, reteniendo en cada rincón rastros de su pasado colonial.
Su futuro suegro le pareció ridículo. Por más esfuerzos que el general hacía por parecer un potentado, no lograba ocultar su rusticidad. El viejo militar lo recibió con los brazos abiertos. Fabio representaba la culminación de sus sueños: ¡Su niña estaba por casarse con un ejecutivo que gozaba de elevada posición en la capital del mundo!
Con el primogénito del general y futuro cuñado, el teniente coronel Benítez, surgió, desde el primer instante, una mutua antipatía. Como dicen por aquellas tierras, no hubo química entre ellos.
Luego de la fastuosa ceremonia, partieron de luna de miel por el Mediterráneo y regresaron a vivir a Manhattan.

Apenas habían pasado seis meses y el gusanito de la infidelidad comenzó a corroerle. Era algo difícil de explicar. Él tenía lo que cualquier hombre hubiera podido ambicionar: una esposa bellísima que a la vez era una amante de ensueño que satisfacía todos sus deseos y a quien le sobraba el dinero. Sin embargo sentía la imperiosa necesidad de conquistar, ansiaba el reto por la única satisfacción de saberse vencedor.
Ella no parecía sospechar. Su trabajo le exigía atender largas sesiones, sobre todo cuando les visitaban importantes inversionistas del exterior. Aunque en realidad no eran tantos como Fabio le contaba.
Cuando llegó septiembre y el insoportable calor comenzó a ceder su lugar a las refrescantes brisas otoñales, su hermano llegó a visitarla.
(Pocos conocían el tenebroso pasado que se ocultaba tras las numerosas condecoraciones que adornaban el uniforme del coronel Benitez. Aunque la guerra en su país había oficialmente concluido, sus habilidades continuaban siendo valoradas para neutralizar a los activistas que reclamaban por los abusos cometidos en contra los campesinos del altiplano. Así como años antes lo había hecho en la selva, Benítez seguía siendo muy eficaz en las labores de búsqueda y eliminación, ahora en un nuevo escenario de combate, la jungla urbana).

Al comprobar que ella tenía con quien entretenerse, Fabio dedicó más tiempo a Melissa, una voluptuosa mulata dominicana que con sus ardientes dotes amatorias, no sólo le estaba sorbiendo su esencia sino hasta el sentido común.
La mañana que habían convenido para un nuevo furtivo encuentro, Fabio procuró despedirse sin mostrar su emoción. Estaba en la puerta cuando ella le detuvo.
-Amor, hoy es un buen día para que salgamos los tres. Mira lo que conseguí.
Y le mostró tres boletos para la obra de moda en Broadway. Fabio hizo gala de la más encantadora de sus sonrisas.
-Lástima que me avisas hasta ahora. Hoy nos visitarán aquellos árabes que te conté el otro día, y sinceramente no sé a qué hora quedaré libre.
-Please darling. Ya sé que no te apasiona el relacionarte con mi hermano, pero sólo esta vez, hazlo por mí.
Él alzó los ojos al cielo, consultó su reloj y finalmente contestó.
-Okay, sabes que por ti soy capaz de todo. Vendré por ustedes antes de las siete.
Ella le guiñó un ojo y con una sonrisa picaresca le dijo.
-Gracias amor, más tarde te compensaré por esto.
En el coche le reiteró las órdenes a su secretaria. Estaría incomunicado el resto de la jornada. Luego desconectó el celular. Era el primer paso en ese proceso largamente anhelado de aislarse del mundo. Su BMW enrumbo hacia el acogedor apartamento que había alquilado en Long Island. Su corazón latía de emoción sólo de imaginar lo que estaba por venir.

Ella tomaba café con su hermano cuando escucharon la primera noticia.
Casi de inmediato todas las estaciones pasaron a trasmitir el acontecimiento.
Los habituales semblantes despreocupados de los neoyorkinos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.
Ella estuvo a punto de volverse loca al no poder localizarlo. Convenció a su hermano de ir a buscarlo, pero no pudieron vencer al empuje de la marea humana que pugnaba por escapar de allí.
Con el paso de las horas comenzaron a rendirse ante lo inevitable.

Caía la tarde cuando Fabio y Melissa culminaron su apasionada maratón amatoria. Melissa había estado tan complaciente que las horas se le hicieron cortas ante ese desborde de placeres. Salieron abrazados, se dieron los últimos besos y se prometieron que, tal y como lo habían decidido, volarían a Punta Plata la siguiente semana para seguir disfrutándose, así como de las playas y el mar.
Encendió el celular y ante tantas llamadas, decidió responderle.
Del otro lado escuchó su voz angustiada.
-Darling ¿En dónde has estado?
-¿Te está fallando la memoria? Te dije que pasaría todo el día en la oficina. La reunión duró más de lo esperado y hasta ahora estoy saliendo. Espero que ya estés arreglada…
No llegó a terminar. Al otro lado se escuchó un golpe seco. Tras unos segundos escuchó la fría voz de su cuñado
-Espero que tengas una buena explicación a esto, desgraciado- y le colgó.
-Esto me saco por enredarme con una familia de estúpidos- musitó entre dientes -Menos mal que estoy de humor. Hoy nada podría perturbar mi felicidad.-
Para distraerse, encendió la radio. Sin temor a exagerar, él era posiblemente uno de los últimos residentes de la Gran Manzana que se enteraba de lo ocurrido. Su corazón comenzó a latir con violencia, pero contrario a lo sucedido en la mañana, esta vez lo provocaba otra emoción. Un sudor helado iba recorriendo su cuerpo. Sintió que le faltaba el aire. Movió el carro a un costado y por primera vez reparó en el inexplicable vacío que se notaba en el horizonte. El par de conocidas siluetas en dónde supuestamente había pasado el día, simplemente se habían desvanecido. En su lugar, una espesa columna de humo se elevaba hasta el firmamento.
Se despedía el 11 de septiembre de 2001.

Farewell

-Si alguna vez me has querido, aunque sea un tantito, por favor no vuelvas a hacerme esto.
Tus palabras, tu rostro, tus ojos bañados en llanto, me hicieron sentir peor que cucaracha. En la vida he causado mucho daño, y la mayoría de veces no sentí ninguna culpa. Pero verte a ti, mi muñequita, prácticamente deshecha, y todo a causa de esos excesos que no puedo controlar, es algo que desborda la copa de mi resistencia.

Me preguntaste cuántos años tengo de andar en correrías. Te sorprenderías si supieras la respuesta. Más de la mitad de tu vida. En el camino han quedado decenas de relaciones que no significaron gran cosa para mí, aunque algunas de mis parejas quedaron marcadas de por vida. Me creía muy macho luego de leer aquellos libros en los que descubrí ancestrales técnicas para complacer a una mujer. Era un don, sí. Y tenía que haberlo usado con responsabilidad. Pero no fue así. Volé por la vida, cual si fuera un picaflor. Engañándote a diestra y siniestra, confiando en que, por el inmenso amor que me tenías, no ibas a darte cuenta. ¿Recuerdas cómo te conmovía aquel mi jueguito de hacerme la víctima? Era el anzuelo que picaron muchas incautas. Me veían tan frágil, tan lleno de sufrimiento, que despertaba en ellas un incontrolable deseo de mostrarme que sí podía haber alguien que me revelara las bondades de la vida. Pero en el momento que caían en mis brazos, se liberaba la arpía que les clavaba las garras hasta arrancarles el corazón. ¡Y algunas hasta me lo agradecían! De ese don de dar placer, que dilapidé de manera miserable, hoy no queda ni el eco de un suspiro. Sembré desamor y coseché indiferencia. Creí que siempre estarías a mi lado, que me perdonarías siempre, que nuestro amor duraría hasta que la muerte nos separara. Pero todo se esfumó. De aquello que prometía ser tan bello hoy sólo quedan profundas heridas que no logran cicatrizar. No hay necesidad que lo repitas. Mi presencia te lastima, mi voz te hiere, mis caricias te repugnan. Si yo fuera tú, ya hubiera buscado la forma de acabar con ese maldito que me robó mi juventud y que no supo apreciar el tesoro de mi inocencia que le estaba entregando.

Si pudiera regresar el tiempo, si pudiera. Lo que buscaría sería no cruzarme en tu camino. Dejaría que volaras para encontrar un amor que te diera el lugar que te mereces. Pero ya es muy tarde para eso. Dos ojitos nos miran y sufren al ver nuestras peleas. Por sus dos oídos penetran cosas que nunca entre parejas deberían decirse. Sus dos manitas se empuñan impotentes por no poder detener esa violencia que estalla hasta sin motivo. Tú no tienes la culpa. Es tu reacción ante mi falta de amor. Porque el amor sin obras que lo respalden, es como un pez artificial nadando en un acuario. Podrá verse bonito, pero todos sabemos que es una burda imitación de la realidad.

Hoy, que te vi sufriendo de nuevo, sentí un inaguantable peso oprimiéndome el corazón. Y por enésima vez en muchos años, se activó esa voz interior para reprocharme que tú no mereces esto. Y que mi hijo tampoco tiene por qué sufrir a causa de mis errores. Ya no hay forma de remediar tanto daño causado. Estoy cansado. Cansado de ser esclavo de mis pasiones. Cansado de vivir con tanta culpa. Y ni el alcohol es un escape. Al contrario. Abre la puerta para que mis demonios me persigan gritando ¡Culpable! ¡Culpable! No tengo a donde huir. Sólo me queda la opción de presentarme ante el que nos evalúa del otro lado. De antemano sé que escucharé: que no pasé la prueba. Perdóname por hacer esto. Y si te digo adiós es porque me conozco. Hoy podría jurarte por el alma de mi madre que no volveré a caer, pero dentro de un día, una semana, un mes, tarde o temprano, los vicios volverán a apoderarse de mí y me arrastrarán de nuevo a lo que tú y yo odiamos. Voluntad es una palabra que no existe en mi diccionario. ¿Para qué prolongar la agonía? En uno de mis cuentos escribí que basta con un minuto de valor para terminar con una vida de cobardía. Por lo menos déjame recobrar la dignidad en ese último minuto. Tal vez mi vida tenga sentido cuando ya me haya ido.

Que Dios te bendiga. Te encargo a mi hijo.

sábado, 10 de abril de 2010

Bendito oficio

Otro día más, ¿qué me traerá? Les juro que el sólo pensar en este ambiente hostil en el que me gano la vida, me pesa tanto levantarme. Pero soy jefe de familia y no puedo ser un irresponsable. Mi mujer y mis hijos no pueden alimentarse de mi miedo. En momentos así es cuando me arrepiento de no haber obedecido a mis padres. Por huevón me pasa esto. Si hubiera estudiado, algún mi chance tendría en una oficina. Estaría seguro, sin estarme exponiendo en las calles. Pero como siempre me gustó ser el payaso del grupo mírenme, terminé siéndolo. Hasta la vergüenza terminé perdiendo. Ahora ya ni me importa que me vean por las calles con la cara pintarrajeada. Con esta ropa floja de estridentes colores y con zapatones casi tan largos como mis piernas. Siempre que abordo un bus lo hago con la esperanza que allí me esté esperando mi suerte. Y cuando me bajo, me siento más pobre que los que quedaron allá. No le he preguntado al cuñado cómo se siente. Pero es tan cierto eso de que siempre hay alguien al que le va peor que a uno. Al pobre lo deportaron de los Estados y sólo trajo la ropa que tenía puesta. Ni oportunidad le dieron de traerse los ahorros que con tanto esfuerzo había logrado acumular. Tres años de sacrificio y a saber quién los va a aprovechar. Nada le logra quitar la tristeza. Por eso le llaman el payaso triste. Pero al menos me echa ganas. Y como dicen en mi pueblo: A dos puyas no hay toro bravo. Al irme a la calle, una preocupación no se me quita de encima. Y es que ahora medio mundo anda armado. Por eso, antes de comenzar nuestro acto, controlo al auditorio tratando de detectar algún peligro. Afortunadamente nunca nos hemos topado con uno de esos locos que sólo parecieran estar esperando un motivo para comenzar a volar plomo. La crisis hasta a nosotros nos está pegando. La gente ya casi no sale. Y los que lo hacen, apenas llevan lo necesario para su transporte de regreso y uno que otro quetzalito. Hay días que apenas sacamos para los frijoles. Yeso que somos muy convincentes. Pero que se le va a hacer, si no hay, no hay.

Ahí viene aquel. Pobre infeliz. Dice que le faltaban meses para que le dieran su green card. Ahora, en lugar de estar limpiando vidrios en esos rascacielos que de verdad pareciera que rascan las nubes, me tiene que acompañar en estas extenuantes jornadas. ¡Por un momento me asusté! Pensé que había olvidado las herramientas que hacen más creíble nuestro acto. Obviamente las mostramos hasta que es necesario. Es parte del show. Si las vieran antes, estoy seguro que la gente sin corazón se bajaría del bus para no darnos una contribución. Esta es la mejor hora. La gente va para su trabajo y como mínimo lleva lo del almuerzo. Esa sesenta y cuatro viene bien llena, así que ¡vamos pa arriba!
-Señoras y señores, niños y niñas, les ruego que presten atención a este importante mensaje. Somos pistolita y cuchillito, sus payasos asaltantes. Les suplico que pongan billeteras, relojes, anillos y celulares en la bolsa que mi socio irá pasando de fila en fila. Ni piensen en oponer resistencia porque esta es una treinta y ocho especial y no me gustaría emplearla contra ustedes.

“Dos hombres vestidos de payasos fueron acribillados ayer cuando asaltaban un bus. Los aterrorizados testigos declararon que uno de los pasajeros desenfundó su arma, les acertó varios disparos y luego huyó aprovechando la confusión. Los occisos no fueron identificados. Portaban un revolver de juguete y un cuchillo de plástico.”

EGO

I
Ocultos entre las sombras rodearon el rancherío.
Hicieron pasar a los inocentes pobladores del sueño de una noche a aquel del que no se retorna.
Después, con fuego intentaron borrar las huellas de lo sucedido

II
Al llegar el alba, los grillos se perdieron la llegada del sol.
Miles de ellos, presas de un incontrolable temblor, permanecieron ocultos en sus madrigueras.
Habían decidido callar.
Temían que en sus melodías se develara el secreto de lo que habían presenciado.
Y que los verdugos reaparecieran para silenciarlos.

III
Los “ombres”, vistiendo de verde y deinexpresivos semblantes, caminaban de regreso a la base.
El comandante marchaba a la cabeza. Los ojos le brillaban. Sonreía satisfecho.
-Fue una tarea perfecta. Ninguno se nos escapó. Otro par de misiones y habré asegurado mi ascenso.
El gusanillo de la vanidad, al deslizarse por su ego, le producía un placentero cosquilleo.

Apacible victoria

I
Era difícil reconocer en ese prisionero, que cruelmente torturado yacía en la mazmorra, a aquel destacado estudiante que había cambiado las aulas por la lucha contra la represión. Tirado en una esquina, temblando a causa de la fiebre y con la respiración agitada, sólo parecía esperar el inevitable desenlace que, a sus veinte años, pondría fin a sus sueños.


II
Abrió los ojos y se encontró en un lugar desconocido. Estaba tendido sobre la hierba, escuchando el dulce murmullo de un arroyo.
Desde una frondosa arboleda los pájaros saludaban al astro rey que, radiante, iniciaba su recorrido.
Cuando intentó moverse, las heridas de su cuerpo le volvieron a la realidad.
En eso escuchó pasos. Y cual si fuera una angelical aparición, ella asomó, engalanada con esa sonrisa que le había cautivado desde la primera vez que el destino los cruzó.
(Se veía tan diferente al último recuerdo que guardaba de ella, cuando justo antes de perder el sentido, apenas alcanzó a verla, con el rostro destrozado, caída sobre el ventanal, aún asiendo la metralleta.)
Ella le dio un beso y acariciándole los cabellos susurró
-No te muevas tontito. Mi amor servirá para curar tus heridas. Por favor quédate conmigo. Tendremos la eternidad para amarnos.
Poco a poco él fue cerrando los ojos, y se entregó a la dulce sensación que le trasmitían sus manos.


III
Por la puerta de la mazmorra aparecieron dos gorilas de inexpresivos rostros y uniformes verde olivo.
Se acercaron al que, para ellos, era simplemente otro enemigo del régimen. Un nombre más que pasaría a engrosar la lista de desaparecidos. La dureza de sus semblantes denotaba que venían preparados a someterlo por la fuerza.
Pero contrario a sus expectativas, no hubo lucha, maldiciones o resistencia. La escena parecía tan absurda que los verdugos se miraban sin atinar a comprender. Porque mientras se alejaban llevando a rastras al joven…
Él sonreía y les daba las gracias.

La muñeca "ida"

Pequeña muñeca ida,
Cierro los ojos y vuelvo a ver
tu pelo rizado, tu carita plana
Y la sonrisa ausente...

Cuando te tomé la manita
y acaricié tus dedos inertes,
Comprendí que nunca estarán en la mano de un enamorado
¿por qué?

Recordé la respuesta fácil, de quien no tiene fe
“es un castigo de Dios”
Cuantos años, ciego, fui un ignorante
Otro más que creía que Dios nos envía aquí a sufrir.

Poco a poco, he logrado correr las cortinas
La verdad de mi Dios, amor puro y perfecto
Me ha cegado
Un torrente de luz que inundó mi corazón

Y aunque ahora
Comprendo la inmensidad de mi ignorancia,
Me sumerjo en tus ojos vacíos
y entiendo la razón de tu presencia aquí.

Dentro de tí hay un ángel con una misión,
deseas despertar en nosotros la bondad y el amor,
tu espíritu noble escogió encerrarse allí
Para que el que sepa ver, vea.

¿Estarás en busca de un alma en particular?
¿Cuántos años esperaras, tiradita allí, hasta que llegue?
¿Cuánto sufrimiento tendrá que pasar ese cuerpecito inútil?
¿Y si es a mí a quien buscabas?

Mi amada muñequita ida
No sé si volveré a verte
No sé si tocaré de nuevo tus opacos cabellos
Ni si podré darte otro beso en la frente.

Pero ten por seguro,
Que he recibido el mensaje.
Hoy mis ojos, nublados de lágrimas, te recuerdan.
Tiradita, sin moverte, sin mirarme, sin apenas respirar.

Agradezco a Dios y al espíritu que mora en ti,
la oportunidad de haberse cruzado en mi camino,
la lección que hoy,
has grabado con fuego.

No hay amor más grande que el que se da sin esperar nada a cambio
Y tú mi pequeña muñeca ida,
Tocaste mi corazón. Hiciste nacer en mi el deseo de amarte
Amo tu rostro plano, tus cabellos alborotados, tu manita que nunca apretará la mía.

Y para seguir amándote, no necesito estar junto a tí.

Tal vez no soporte el volver a verte.
Pero oraé por ti
Daré gracias a Dios por lo que tengo y lo que soy en esta vida
Y agradeceré la Gracia que me toco cuando viniste a mí, así, ida.

Porque en tu lejanía, estás en contacto con Él
Ese "vacío" está lleno de Él,
Eres algo tan puro que no tienes forma de pecar, o caer
Tú vinise a conmovernos y a salvar almas para Él.

¡Bendita seas mi muñeca ida!

22 de diciembre de 2001
(visita a Anini)

Katyn hace 40 años

Luego que Hitler y Stalin firmaran un acuerdo de no agresión, decidieron repartirse Polonia. De hecho los alemanes fueron los únicos que combatieron contra los polacos. Las tropas rusas se limitaron a observar. Cuando los restos del derrotado ejército polaco huía del ejército alemán, cayeron en las manos de las tropas de Stalin. En Katyn se perpetró una de las peores infamias de la guerra. Miles de oficiales polacos, desarmados, fueron ejecutados a sangre fría por las tropas rusas.

Terminó la guerra, y como en todas las que han ocurrido y ocurrirán, la historia la escribieron los vencedores. Los mismos rusos "descubrieron" las fosas comunes con los ejecutados y lanzaron la versión de que eso había sido obra de las tropas alemanas. ¿Quién, en aquella época, iba a osar desmentir la versión rusa, si era una de las dos grandes potencias del mundo? ¿Quién había quedado para desmentirla?

Pasó el tiempo. El imperio soviético se derrumbó. Los países del este de Europa recobraron su libertad. Y con esa libertad comenzó a cuestionarse la versión oficial. Hace algunos años un cineasta polaco obtuvo reconocimiento internacional al filmar la, hasta ese entonces "versión alternativa" de Katyn. En días recientes, por fin Rusia reconoció que ésta había sido obra de sus tropas.

La semana entrante se cumplen 70 años de la masacre de Katyn. Hoy por la mañana el presidente polaco, acompañado de su esposa y un séquito oficial, viajaban hacia Smolensk, la ciudad más cercana a Katyn. Acudían para estar, por primera vez, presentes en un acto conmemorativo de esos miles ajusticiados allí.

Cuándo el avión presidencial se acercaba, una densa nebina cubrió el aeropuerto. Como si miles de almas estuvieran levantando una muralla blanca que impediría al avión aterrizar. Contrariando las instrucciones de la torre de control, que le ordenaba volar a otro aeropuerto, el piloto decidió aterrizar. Al cuarto intento se estrelló en un bosque cercano, uno de los bosques donde 70 años antes, militares polacos fueron puestos de rodillas y liquidados con un tiro en la nuca.

¿Casualidad? ¿Mensaje? ¿Destino?

Juzgue usted.

sábado, 3 de abril de 2010

Apocalíptico

En los últimos días he estado pensando en la crisis que sacude a la iglesia católica a causa de la manera como han tratado los casos de curas pederastas.

Es innegable que, ante las pruebas conocidas, no puede argumentarse que esto sea un ataque contra la iglesia, como desafortunadamente algunos de sus líderes siguen diciendo. El delito existió, con el agravante de haberse aprovechado de niños, en algunos casos niños con problemas físicos. Esa conducta aberrante no tiene justificación. Lamentablemente, los dos últimos papas han sido señalados de encubrimiento activo, es decir que conociendo las denuncias y la situación, optaron por, de alguna manera, “proteger” a algunos de los sindicados del brazo de la justicia seglar. ¿Por qué lo hicieron? Sólo su conciencia y Dios lo pueden saber. Sólo nos queda pedirle a Dios que sea Él quien los juzgue.

El problema es que, ante estos acontecimientos, mi cabeza ha comenzado a mezclar ideas (como con frecuencia me ocurre). Por eso se las quiero compartir, para que quede constancia de ello. Acá van sin ningún orden especial.

Profecías de San Malaquías. Según esta tradición, este es el penúltimo papa. Luego sólo vendrá Pedro II y el final de la iglesia.

Apocalipsis. El Anticristo se presentará como un enviado de Dios antes que la Bestia reine en Roma

Apocalipsis. La batalla final se librará en oriente medio (Israel – halcones al mando. Irán – armas nucleares, Estados Unidos – distanciamiento de Israel, ¿significará algo?)

Calendario maya. En diciembre de 2012 acabará el tiempo (al menos esta era como la conocemos)

Desastres naturales. Terremotos, huracanes, erupciones, calentamiento global.

¿Estaremos en el umbral del momento final?

jueves, 1 de abril de 2010

Domingo de Ramos

Luego de tomar un delicioso desayuno típico en Samborns, decidimos con Marlene dirigirnos al Zócalo. Como todos los domingos, el paso hacia el centro por la Reforma está cerrado. Cientos de mexicanos aprovechan para pasear en bicicleta. Es una sensación extraña. Falta el bullicio de las cinco filas de carros deslizándose de manera ininterrumpida por la extensa alfombra de asfalto.

El sol comienza a causar sus estragos y luego de comprar las entradas para Mamma Mía, la convenzo que tomemos un taxi. Detenemos uno casi frente al edificio en el que algunos sindicalistas reclaman que el actual gobierno está entregando el país a las potencias extranjeras. Esas carpas son parte del paisaje urbano del Distrito Federal. Me pregunto ¿alguien los tomará en cuenta o se habrá convertido en una manera alternativa de holgar? A mí los taxistas, al igual que los chinos, me parecen todos iguales. Mentiría si al subir al Nissan reparé en el hombre que lo conducía. Sólo recuerdo esos rasgos morenos, como otros miles que a diario se han cruzado en nuestro camino, que desafiando el paso de los siglos y de los cruces de sangre, nos recuerdan que ellos controlaban estas tierras mucho antes que aquellos hombres barbados atracaran en Veracruz.

Me dejo llevar por la inveterada costumbre de conversar con ellos. Aunque ya me sé los libretos: Si son jóvenes, son artistas a la espera de una oportunidad, casi siempre herederos de familias acomodadas venidas a menos; los mayores en cambio, sueltan la lengua para quejarse del político de turno. Menuda sorpresa estaba por llevarme. Este hombre anónimo, conduciendo su humilde coche, conserva la calma a pesar de la vorágine que se forma por el cierre de la Reforma. Parco de palabra, parece ver más allá de los problemas cotidianos compartiendo una visión positiva de la vida y su esperanza en el ser humano. Encerrados en esa jaula de acero que se mueve lentamente, esperamos cada vez con mayores ansias cada una de sus palabras. Llegamos a una calle que varios jóvenes la han vuelto su morada. Nada diferente a los de nuestro país. ¿Qué los llevó a ese estado? Mentiría si alguna vez no me he dejado llevar por el pensamiento de que mejor sería si no estuvieran allí porque ¿de qué sirven? Sus esqueléticas figuras, sus miradas perdidas, que reflejan las neuronas calcinadas por la droga, me recuerdan las películas de zombies, muertos en vida, sin posible redención. El taxista, que parece leer mis pensamientos comenta

-Mucha gente los desprecia. Algunos no los consideran ya humanos. Sin embargo ellos no se meten con nadie, no le hacen daño a nadie, al contrario. Los he visto compartir lo poco que consiguen para comer o para protegerse de la intemperie. Si una anciana necesita ayuda para cruzar la calle o para que le lleven los bolsos, ellos lo harán. Un peso que se les de, los hace felices. Incluso los he visto cuidar a perros atropellados ante la indiferencia del resto de la gente.
Sus palabras van marcándome como un hierro candente. El taxista no lanza una sola palabra de reproche contra nadie. El taxista no juzga. El taxista ve con ojos de amor todo lo que le rodea. El taxista me está dando una inmensa lección. El silencio nos envuelve. No se necesita más.

Bajamos. El taxi se pierde entre el bullicio. Caminamos unas cuadras y llegamos al majestuoso Zócalo. El sol brilla. Las campanas de la catedral invitan a la misa de 12 del domingo de ramos del año del bicentenario de la independencia. Entramos a la catedral erigida sobre los restos del Templo Mayor. No importa en quien creas o qué. Algo mágico vibra en el lugar. Algo que me traslada a aquel momento, dos mil años atrás, cuando aquel humilde carpintero que veía con ojos de amor todo lo que le rodeaba y que estaba destinado a cambiar el mundo, decidió entrar a Jerusalén montado en un borrico para que se cumpliera la promesa de nuestra salvación. Mi corazón se detiene. Inmerso en esa multitud que eleva sus ojos al Cielo para adorar a su Creador caigo de rodillas mientras digo ¡Gracias Señor por enviarme a tu Mensajero del taxi!