sábado, 22 de mayo de 2010
Mis Antepasados
Leyenda de mis abuelos paternos
Ya corrían los primeros años del siglo XX pero aún había peninsulares que soñaban con venir al nuevo mundo en busca de fama y fortuna. Uno de ellos, de nombre Onésimo, cuyo único activo era su buena presencia (su hijo decía que lo recordaba rubio, fornido y de ojos color cielo) decidió embarcarse en busca de aventuras. No hay forma de conocer la verdadera causa, sólo sabemos que se vio obligado a desembarcar en México. Sus pasos le llevaron a un poblado del sur llamado San Cristóbal las Casas. Allí conoció a una joven llamada Valeria.
Valeria era la menor de cuatro hermanos y la única mujer. Pronto el amor brotó entre ellos y ella terminó aceptando las proposiciones de él(de seguro alentada por las promesas de lo maravillosa que sería su vida juntos). A no dudar les entró el pánico cuando comprobaron las consecuencias de su pasión y decidieron huir antes que los hermanos de ella se enteraran y decidieran cobrarse la afrenta.
En su afán de poner tierra de por medio cruzaron la frontera. O les tomó demasiado tiempo la travesía o la iniciaron cuando el embarazo ya estaba muy avanzado (esta es otra de las incógnitas que quedarán sin resolver), el hecho es que sólo alcanzaron a llegar a un caluroso departamento en la costa sur de este pequeño país. Mi padre vio la primera luz el 21 de julio de 1909 y recibió el nombre de Daniel, como podrá concluirse, era guatemalteco y específicamente escuintleco, por pura casualidad.
Menos de una década después, Onésimo continuó su periplo por las Américas dejando a Valeria abandonada en tierras extrañas y con tres chiquillos que criar. Valeria nunca regresó a México ni volvió a casarse. Entiendo que aca tuvo una vida muy dura y que a base de disciplina y sacrificios sacó adelante a sus tres hijos. Daniel fue el único que se dedicó a los estudios (uno de sus grandes dones era la inteligencia); Carlos, quien tenía un carácter más bonachón, se dedicó a taxista, y Alicia, sólo sé que hubo una tía Alicia, pero nunca se hablaba de ella, ni siquiera sé si aún vivía. También ignoro cómo abrazaron la religión evangélica, que fue en la que fueron criados los niños Salazar Muñoz.
Papá aseguraba que el abuelo había echado raíces en Costa Rica y que allí reposaban sus restos. Papá aseguraba muchas cosas.
Leyendas de mi bisabuelo y abuelo maternos
En el pueblo se hablaba con envidia de don Marcelino Zelada. Las malas lenguas decían que de la noche a la mañana había pasado a la opulencia y que cuando el dinero le comenzaba a escasear, tomaba su recua de mulas y se perdía en las montañas para regresar semanas después con las alforjas repletas de pepitas de oro. Nadie sabía en dónde recolectaba ese tesoro, lo que sí era de sobra conocido es que Marcelino derrochaba el dinero sobre todo en bebida y en conquistar nuevos amores. Así como lo obtenía sin esfuerzo, sin esfuerzo lo dilapidaba.
Dicen que pasó sus últimos días en completa miseria.
Su hijo mayor se llamaba Braulio, le pusieron así porque había nacido el 26 de marzo (en aquella época era común que los niños fueran bautizados con el nombre que el santoral indicaba para ese día. San Braulio fue víctima de una depuración que llevó a cabo uno de los papas de finales del siglo XX, de manera que los que nacimos antes de la purga gozamos de cierta exclusividad con el nombre, supongo que esto también nos exime de seguir su ejemplo de santidad). Entiendo que gracias a su responsabilidad logró rescatar un poco del dilapidado patrimonio, la finquita de café ubicada en la Costa Cuca (por Coatepeque) que se llamaba “La Concepción Zelada”. También entiendo que ya siendo el jefe de la familia se dedicó a buscar a los otros hijos de su padre y se hizo cargo de su mantenimiento. Uno de ellos resultó siendo el papá de un compañero de oficina (Lizardo, un joven brillante), de manera que Lizardo y yo teníamos cierto parentesco.
Dicen que el abuelo Braulio comenzaba a sentir afición por la bebida y parecía que seguiría los pasos de su padre. Una noche regresaba sosteniéndose a duras penas sobre su caballo cuando vio un bulto envuelto en una frazada al pie de un árbol. Picado por la curiosidad se bajó y lo tomó consigo. Conforme seguía su camino iba sintiendo que el bulto pesaba más y más. Para salir de la duda decidió destaparlo ¡y cuál no sería su sorpresa al descubrir una cara como de duende, que mostrándole las manos le dijo “¿te gustan mis uñitas?”! No está de más decir que el abuelo tomó muy en serio la lección y abandonó la bebida.
(Me han asegurado que esta historia forma parte de las leyendas que se cuentan en los pueblos, sin embargo me gusta pensar que el verdadero protagonista fue mi abuelo.)
Como ya he dicho, el abuelo pasaba la mayor parte del tiempo en su finca y allá gustaba vestirse de manta blanca. Su figura destacaba entre el resto de la gente por ser alto y delgado. Supongo que se amaron mucho con mi abuelita y que su desaparición fue un duro golpe para él ya que la sobrevivió menos de tres años. Cayó desplomado en el beneficio de la finca, víctima de un ataque al corazón.
Tiempo después comenzó a correr el rumor de que el espíritu de mi abuelo se aparecía en el beneficio. No lo llegué a escuchar personalmente, pero decían que por las noches se veía rondar una aparición por allí, vestida de pantalón y camisa blancos.
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Braulio, que linda historia de mi abuelo MARCELINO ZELADA. Yo tuve el gusto de conoce a uno de sus peones, don MUNDO. Mi hermana mayor y yo nos sentabamos horas a escuchar las historias fascinantes de mi abuelo. Tus comentarios sobre el abuelo coinciden con lo que nos contaba don MUNDO , cuando yo tenia 6 anios. Braulio te aprecio mucho y te admiro. tu tio Lisardo. jajajajajajaj
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