martes, 18 de mayo de 2010
Conciencia
I
Roxana supo que vivía sus últimos momentos cuando oculta en aquel oscuro rincón, sintió la fría mirada del verdugo que se aprestaba a lanzar el golpe definitivo. Dejaba a sus herederos condenados al calvario de mantenerse escondidos, perseguidos, desapercibidos a la indiferente mayoría de habitantes de ese país. Listos para continuar engrosando la inacabable lista de víctimas de las brigadas de exterminio que operaban bajo la complacencia del gobierno.
En ese último instante se encogió y cerró los ojos. Un certero golpe puso fin a sus desgracias. Su ejecutor, con gesto de satisfacción, observó con mirada impasible los despojos de quien hasta hacía poco había sido el objeto de su persecución. Luego se alejó. La palabra remordimiento no existía en su vocabulario. Estaba inmerso en los vaivenes de una sociedad que había perdido el respeto a los valores más elementales. Muchas veces, entre amigos y sin el menor recato, se vanagloriaban calculando quién de ellos había liquidado más de esos marginados. Y en una incoherente cadena de ironías, en pocas horas, durante el desayuno, criticarían con su cónyuge la incapacidad del gobierno para controlar la violencia.
(Ella era algo más que su cómplice. En los momentos en que su voluntad flaqueaba y abría la puerta a las dudas sobre si debía proseguir las matanzas, ella le alentaba a continuar. Lo retaba recordándole que los maridos de sus amigas formaban parte de los escuadrones de exterminio. No dudaba en calificar a los marginados de “peste que debía aniquilarse”. Pocos podrían imaginarse que ese profesional de la contaduría al regresar por las noches a su casa, se despojaba del disfraz de hombre maduro y sereno para convertirse en un despiadado asesino. Él, que se consideraba un esposo y padre responsable, en el momento de la verdad no había dudado un segundo en contribuir a engrosar la lista de huérfanos del país.)
II
Roxana vino al mundo como resultado de un parto múltiple. Desde pequeña asistió a las reuniones que la comunidad celebraba al abrigo de lugares oscuros y en altas horas de la noche. Los líderes recalcaban las reglas básicas de sobrevivencia, mismas que regían el comportamiento de todas las colonias asentadas en la ciudad: No dejarse ver, no dejarse oír, no dejar ningún rastro de su presencia. También les inculcaban el principio de sacrificarse por la comunidad:
-Si los descubren, huyan en dirección contraria a la colonia. Venimos al mundo marcados con un desgraciado destino y tarde o temprano sufriremos una muerte violenta. Si les llega ese momento, que su sacrificio no sea en vano.
A causa del invasor las comunidades sobrevivían en el umbral de la miseria.
(Llamaremos a las cosas por su nombre. Robaban porque ningún invasor se mostraba dispuesto a establecer relaciones con ellos y tampoco les permitían el acceso a los servicios básicos que proporcionaba el Estado. Los invasores, únicos ciudadanos reconocidos por la Constitución, y los clandestinos marginados, convivían en dos mundos paralelos, conociendo y repudiando la existencia uno del otro.)
La pequeña Roxana, Rochy como le llamaban cariñosamente, conservaba un imborrable recuerdo de su niñez.
Todo comenzó una noche. Se habían reunido para celebrar el fin de la temporada de lluvias y a la vez aprovecharon para presentar a los miembros de la comunidad nacidos durante el invierno. Una vez terminada la cena varios jóvenes, Roxana entre ellos, se lanzaron a recorrer los alrededores. Sin darse cuenta se adentraron por aquellos territorios que los adultos les habían prohibido frecuentar. Su falta de experiencia, el jolgorio del grupo y la atracción de lo vedado, se conjugaron en una fórmula letal.
De repente, un estallido de luz les encegueció.
La mayoría se dispersó lejos de la colonia pero algunos pequeños olvidaron la regla fundamental y buscaron la protección de sus padres. A los invasores les bastó con seguirlos para descubrir el refugio que con tanto cuidado se había construido y que hasta ese día había pasado desapercibido.
Lo único lamentable esa noche fue la dura reprimenda que los jóvenes recibieron conforme fueron regresando. Se declaró alerta máxima y se redobló la vigilancia. Con la llegada del sol, y en vista que nada pasó, los líderes ordenaron que se retiraran a descansar. Era el momento que Roxana había estado esperando. En cuanto pudo se escabulló del campamento y se dirigió al lugar que habían visitado la noche anterior.
-Que descuidada fui. Debo encontrarlo. Si mis padres se enteran...
De pronto el estruendo de unos pasos la obligó a esconderse. Al sentirse a salvo se asomó y observó a un puñado de enemigos que, en tanto avanzaban, ocultaban sus caras con máscaras de hule. Vestían uniformes diferentes a los que ella conocía y por eso concluyó que se trataba de alguna unidad especial de combate. Otra cosa que llamó su atención fue que estos comandos tampoco portaban armas convencionales, en su lugar llevaban pesados tanques a sus espaldas. Las mangueras que de allí emergían semejaban serpientes enroscadas sobre sus hombros. Sin poder evitarlo, amargas lágrimas de frustración comenzaron a resbalar por su rostro ya que no podía hacer nada para alertar a su comunidad.
Los profesionales del exterminio rodearon la colonia y bloquearon las rutas de escape. A una señal del comandante giraron las llaves de los tanques. Un gas blanquecino, certeramente dirigido, comenzó a difundirse por el área en dónde descansaban sus víctimas.
Aunque Roxana se encontraba a buena distancia, casi de inmediato comenzó a sentir un insoportable ardor al respirar. Se lanzó a buscar un lugar ventilado. Las fuerzas le abandonaban. Sus debilitadas extremidades apenas lograban sostenerla. Hubo un momento en que casi se dio por vencida pues estaba a punto de caer al vacío.
-¡Es el fin, no puedo más!
Pero prevaleció su instinto de sobrevivencia. Se desmayó cuando finalmente llegó a la cima. Abrió los ojos cuando la luz de la luna dibujaba tenebrosos reflejos sobre el solitario lugar. Roxana soltó el llanto. Su pequeño cuerpo se convulsionaba de dolor y de miedo. Incontables veces lo había escuchado en las pláticas, pero nada le había preparado para la dureza de lo que estaba viviendo. Una terrible incertidumbre la invadía ¿Cómo sobreviviría a esto?
El dolor por la pérdida de sus seres queridos se agravaba por algo más. Ellos sabían que los enemigos limpiaban meticulosamente el área en dónde cometían las masacres. Su sadismo era tal que hasta les privaban del consuelo de poder visitar una tumba y honrar los restos de los caídos.
Permaneció en su escondite por casi una semana. Al sentir que desfallecía se vio obligada a tomar una decisión: o moría de sed allá arriba o corría el riesgo y bajaba. Haciendo un supremo esfuerzo para vencer el terror, comenzó a descender. Cuando llegó a la explanada, se dirigió al que había sido su hogar. Los residuos del gas volvieron a provocarle ardores pero Roxana iba decidida a no retroceder. Se introdujo por el pasadizo que conducía al campamento y una escalofriante escena la dejó sin aliento.
¡El cadáver de uno de sus vecinos yacía petrificado, prendido de una red!
Con los ojos anegados en llanto le reconoció. Era un anciano al que todos respetaban porque siempre tenía una palabra amable, un consejo y un confite para los más jóvenes. Tal vez en otras comunidades más civilizadas le hubieran guardado las consideraciones inherentes a su edad, pero ese no era el caso de sus oponentes. La mejor forma de describir lo que encontró del anciano era que de él sólo quedaba un cascarón tieso. Sus carnes habían sido devoradas por las alimañas que merodeaban por el campamento.
Roxana acarició los restos de una de sus manos y musitó una palabras agradeciéndole sus enseñanzas y su cariño.
Fue el único cadáver que encontró. De nuevo los invasores habían borrado toda evidencia de sus atrocidades. Los restos del anciano habían escapado a la limpieza realizada y quedaron como un macabro testimonio de las vidas que habían sido segadas en el lugar.
Llegó hasta la que había sido su casa, que ahora estaba invadida por un pesado silencio. Se acostó en su cama, clavó la mirada en el techo y trató de ordenar sus ideas. Pasadas varias horas se incorporó dispuesta a superar los obstáculos que se le fueran presentando con tal de preservar su especie. Tenía claro que necesitaba integrarse a otra colonia. Si seguía vagando sola, sus probabilidades de sobrevivir eran prácticamente nulas. Luego de sopesar diferentes opciones, recordó que en las afueras de la ciudad vivían unos familiares lejanos y decidió buscarlos. Emprendió su travesía orientándose por la posición de las estrellas; ocultándose en improvisados refugios durante el día. Tras caminar varias jornadas divisó, disimulada entre los centenarios árboles que rodeaban a la ciudad, a la colonia que buscaba.
Su extraña apariencia hizo que la recibieran con recelo.
(Cómo había permanecido escondida casi toda su vida su tez era mucho más clara que la de sus congéneres del campo quienes, por no tener la presión de ocultarse constantemente, lucían un saludable bronceado.)
Roxana estaba en el florecer de su juventud y la naturaleza había sido generosa con ella. Su agraciada figura provocó más de un suspiro entre los solteros del lugar. César, el primogénito del líder de la colonia, un joven de fuerte constitución y mirada resuelta (un verdadero macho, como comentaban con ojos brillando de emoción las jóvenes casaderas del lugar), usó sus influencias para que se autorizara su permanencia.
A Roxana tampoco le fueron indiferentes los encantos del galán. Luego de un corto romance los jóvenes solicitaron permiso para continuar su vida en pareja. En cuanto lo recibieron, se trasladaron a la vivienda que él había construido.
Pasaron los días y sólo un tema nublaba la felicidad del nuevo hogar. Contrario a lo que Roxana ambicionaba, César se mostraba renuente a encargar descendencia. Desesperada consultó con sus amigos quienes le explicaron.
-Él sueña con irse a la ciudad. Si se llenan de hijos ya no podrían mudarse.
Roxana decidió armarse de paciencia.
Caminaban por el bosque cuando César cobró ánimos y le externó sus ambiciones.
-Amor, si queremos un futuro mejor debemos buscarlo fuera de aquí. No me pongas esa carita. He escuchado miles de historias sobre las privaciones que se pasan en la ciudad, sin embargo soy joven, fuerte y decidido. Estoy seguro que triunfaré. Quiero para mis hijos un destino mejor. No concibo mayor frustración que verlos crecer siendo unos campesinos ignorantes como yo. Estoy seguro que con tu experiencia y mi astucia superaremos cualquier obstáculo. Te ruego que me apoyes. No quisiera llegar a viejo lamentándome por no haberlo intentado.
Roxana pasó varios días presa de sentimientos encontrados, finalmente decidió apoyarlo.
En un desesperado intento por diferir la tragedia, que su atribulado corazón le recordaba que tarde o temprano tendrían que enfrentar, lo convenció de buscar acomodo en uno de los nuevos suburbios que aún estaban poco habitados por los invasores. Él aceptó y por un tiempo disfrutaron de tranquilidad y abundancia. César, una vez cumplidos sus anhelos, estuvo anuente a realizar los de ella. Al poco tiempo Roxana percibió las inconfundibles señales de su inminente maternidad.
Los cuatro retoños colmaron de felicidad al joven hogar. César asumió con entusiasmo sus nuevas responsabilidades, multiplicándose para proveer lo necesario para su familia. Ella permanecía en casa cuidando a los pequeños. Aunque prodigaba las mismas atenciones a los cuatro, no ocultaba su preferencia por Tito, el único varón y quien era el vivo retrato de su padre.
El tiempo se fue volando y pronto los críos tuvieron edad suficiente para realizar su primera excursión nocturna. Como en un sueño, Roxana se encontró repitiendo los mismos consejos que tiempo atrás había recibido de sus mayores. Al caer la noche la familia en pleno salió de su escondrijo. Las tres jovencitas caminaban detrás de su madre. Tito se deslizaba al lado de su padre, explorando los lugares más alejados. La expedición les fue propicia ya que esa noche descubrieron un depósito de provisiones de los invasores.
A partir de ese día Tito acompañó a César en sus correrías nocturnas, lo que acongojaba a Roxana. La tranquilidad del hogar se alteraba cada vez que ella le planteaba sus temores a César.
-Siempre te dije que vendría a triunfar, mira cómo nuestro muchacho se ha adaptado a ésta vida. No puedes negarme que gracias a nuestra osadía ahora disfrutamos de mayores comodidades.
-Tienes razón, pero no se descuiden tanto. Recuerda que hay ciertas reglas...
-¡Reglas! Dime ¿Acaso las reglas salvaron a tu familia? La única regla que conozco es la de luchar para realizar tus sueños. Riesgos siempre ha habido y siempre los habrá. ¿Por qué no confías en nuestra fuerza y astucia? Los invasores se apropiaron de lo que nos pertenecía porque les dejamos el camino libre, siempre hemos preferido escondernos y huir. Si ni nosotros confiamos en nuestras capacidades ¿Quién lo hará?
Una noche el emocionado Tito regresó contando cómo, junto a su padre, habían logrado que un invasor huyera.
-Estábamos tomando provisiones de aquel depósito que ustedes conocen, cuando se encendieron las luces. Un invasor, al que no habíamos sentido llegar, nos observaba con los ojos bien abiertos. Se trataba de un niño y aunque me aventajaba en tamaño, decidí no mostrarle temor. Comencé a moverme hacia él mirándole fijamente. Cuando estaba a menos de un metro tensé mi cuerpo y con gestos le reté a luchar, y ¿adivina qué pasó?... ¡Salió corriendo dando de gritos! Esa reacción me permitió comprobar que la teoría de papá es correcta. Nos explotan porque nos hemos dejado. Los invasores nos temen tanto o más que nosotros a ellos.
Sus hermanas lo veían con admiración mientras Tito hinchaba el pecho.
-Mamá, si hubieras visto el terror reflejado en sus ojos cuando levantaba mis brazos velludos retándolo a luchar. ¡Fue algo increíble! A cada paso que daba, él se cubría los ojos y retrocedía.
(Roxana sabía que en la milenaria guerra que venían librando, alguna vez habían logrado pequeños triunfos. Pero no recordaba un solo caso en el que hubieran recuperado algún territorio ocupado por los invasores.)
-Mi amor, estoy segura que así fue y que con tu agilidad hubieras tenido un buen chance de vencerlo, pero recuerda que ese niño estaba desarmado. Ellos cuentan con una tecnología superior. Estamos a merced de sus sofisticadas armas, por eso no nos conviene provocarles.
César intervino.
-Jovencito, escucha los consejos de tu madre y prométenos que no vas a andar por allí haciendo locuras.
A regañadientes Tito se comprometió a no tomar ninguna iniciativa que pudiera poner en peligro su vida o la de su familia.
(Dos días después, sin que Roxana o los suyos se enteraran, los enmascarados con tanques a la espalda, reaparecieron.)
Ajenos a ello, César y Tito organizaron su incursión semanal. Cuando se estaban despidiendo, Roxana sintió un desesperado llamado de su corazón: ¡No los dejes marcharse!
-Por favor cuídense mucho. Prométanme que retrocederán ante la menor señal de peligro.
Iba a continuar pero la dura mirada de César la detuvo.
Quedó grabada en su memoria la escena de ambos, con el mismo característico caminado, alejándose sonrientes.
Como de costumbre se colaron por debajo de la puerta y sin perder tiempo comenzaron a recolectar lo que necesitaban. Pasados algunos minutos Tito dejó de hurgar entre las cajas. Un profundo silencio le rodeaba. Algo no encajaba. No se escuchaban los ruidos que debía provocar su padre al estar moviendo las cosas.
-Papá ¿estás bien?
Como repitió varias veces la pregunta sin obtener respuesta, corrió hacia donde lo había visto desaparecer. Conforme avanzaba sentía que la garganta se le iba cerrando. La irreconocible voz de su padre le provocó un sobresalto.
-Tito, aléjate… Era una trampa.
Lo encontró tendido de espaldas, agitando sus extremidades y víctima de tremendas convulsiones. Un torrente de espuma blanca escapaba por su boca.
-Tu madre tenía razón, debimos ser más cuidadosos.
Tito se debatía entre el dolor de ver a su padre moribundo y la angustia de sentir que también él comenzaba a sufrir los efectos del veneno. César, a punto de desfallecer, apenas alcanzó a expresarle su última voluntad.
-Vete de aquí y no vuelvas nunca a este maldito lugar. A partir de ahora serás el responsable de la familia. Cuida a tu madre y a tus hermanas. Diles que mis últimos pensamientos fueron para ellas y que me perdonen por haberles fallado. ¡Vete!
-No papá…
-¡Vete!
Tito se alejó tambaleante, sintiendo el ardor que le quemaba por dentro. A duras penas alcanzó a salir de la bodega pero segundos después sus ojos, cocidos por el ácido, dejaron de servirle. Sumido en la oscuridad, presa del terror y totalmente desorientado, vagó en círculos hasta que las fuerzas le abandonaron.
Roxana encontró su cuerpo casi deshecho al día siguiente. Conocía muy bien lo que había causado ese daño y el dolor la desgarró por dentro al imaginar el terrible tormento que su idolatrado hijo había padecido antes de morir. De su esposo no encontró rastro, lo que confirmaba lo acontecido.
Regresó a su casa sintiendo una profunda depresión.
-La tragedia ha vuelto a repetirse. Ay naturaleza ¿Por qué eres tan cruel? ¿Por qué permites que tengamos hijos para luego hacernos atravesar por el dolor de verlos partir prematuramente? Perdí a mi Tito. El era la luz de mi vida. En él cifraba mis esperanzas de perpetuar mi estirpe. Ahora todo acabó. ¿Qué sentido tiene el buscar otro compañero y ser feliz unos días, si en nuestro destino está escrito que volveremos a pasar por esto?
Pasó semanas ansiando que la muerte llegara a liberarla de persecuciones y sufrimientos. Hasta que tocó fondo y recapacitó. Comprendió que la vida debía continuar. Que sus hijas también merecían una oportunidad de ser felices. Recobró los ánimos y retornó a la rutina diaria. Al cabo de los días establecieron contacto con otra comunidad y pronto surgieron varios pretendientes para sus agraciadas muchachas.
III
Precisamente la noche en la que llega el desenlace de esta historia, Roxana se vio obligada a salir. Los vecinos las habían invitado a comer el día siguiente y ella quería llevarles un obsequio especial. Rossy, su hija mayor, le había comunicado la invitación, y aunque no le explicó el motivo, Roxana había notado las intensas miradas que su princesa se cruzaba con el apuesto primogénito de la otra casa.
El tiempo apremiaba y ella registraba sin mayores precauciones.
-Cómo pude olvidar el regalo. Son una buena familia. Debemos quedar bien con ellos...
Por un nefasto designio ella buscaba en el baño, justo cuando el dueño de la casa sintió la necesidad de aliviar su vejiga a punto de reventar.
El encuentro fue inevitable.
Él, para no despertar a su esposa, caminaba descalzo y a oscuras. Ella, en su loca huída, trepó por su pie. El roce de las patitas sobre su piel desnuda le provocó un sobresalto que terminó de despertarle.
Él, aguzando sus sentidos, observó a la cucaracha inmóvil en una esquina. Buscó a su alrededor pero no encontró algo que pudiera servirle de arma, así que sigilosamente salió de allí.
En menos de un minuto regresó aferrando un zapato.
Quien sabe por qué, el bicho había dejado ir una oportunidad de oro para escapar y seguía en el mismo lugar.
Él avanzó despacio y alzando el brazo, lo dejó caer con fuerza.
El estruendo interrumpió la quietud de la noche y se escuchó el crujido del pequeño cuerpo al ser aplastado.
Él hizo un gesto de asco al observar la blanquecina sustancia que había impregnado la suela.
Su esposa, disgustada por el abrupto despertar, le gritó.
-¡Braulio, regrésate a dormir! Deja de armar tanto ruido por una simple cuquita.
Y aquí voy, de regreso a mi cama, acongojado por una interrogante que me impedirá pegar los ojos por el resto de la noche.
Preguntándome si Dios, Creador de la vida, aprobará lo que acabo de hacer.
Si mi última víctima era simplemente una cucaracha asquerosa, o si como nosotros, habrá tenido una familia, un sueño y una historia que contar...
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