sábado, 26 de febrero de 2011

Parásitos



Toda mi vida se han aprovechado de mí.

Primero fue mi padre. Su presión para que fuera el mejor de la clase era insoportable. De mi infancia sólo guardo el recuerdo de haber estado estudiando. Papá era el hipócrita más grande del mundo, murió de un infarto en un motel, acompañado de un travesti. Del desgraciado heredamos no sólo vergüenza, también muchas deudas.

Comencé a trabajar recién terminado el colegio. Mi sueldo se iba en pagar a los acreedores. Como no podía darme el lujo que me corrieran, acepté que mis jefes sorbieran mi talento y energías.

Cuando mamá murió, busqué consuelo en amores fugaces, de esos que se transan por unas monedas. Así conocí a Bárbara. Ella hizo honor a su nombre. Le di carro, apartamento, joyas… Vivía para complacer sus caprichos. Al quedarme sin nada, dio la vuelta y me olvidó.

Seleccioné a mi nueva compañera empeñándome en no volver a cometer los mismos errores. Ahora paso el tiempo libre encerrado en mi apartamento, acomodado en el sillón reclinable. Enciendo el televisor y me doy gusto comiendo papalinas, maní, nachos con queso, salami. Todo el colesterol imaginable, acompañado de una abundante provisión de cerveza. A ella le he prohibido acercarse por aquí.

Luego de mis desenfrenos gastronómicos, el cargo de conciencia del día siguiente me lleva a pujar por más de media hora en la caminadora. Mientras mi sudor empapa el piso y con el corazón a pleno galope, me impaciento por saber cuál será su reacción.

Estamos juntos apenas unos instantes al día. Generalmente la visito por las mañanas. Como no quiero que ni la vean, la mantengo recluida al fondo, cerca del baño. Podría pensarse que le doy un trato injusto… ¡Injustas las humillaciones que yo he recibido! Ella está acá para complacerme. Ese fue el acuerdo. Buscaba una relación de conveniencia, sin embargo, a pesar de que cubro sus necesidades, ella sólo me da un mecánico y rutinario desprecio.

Desprecio y rutina caracterizan nuestra relación. Esta parásita oculta en el apartamento sólo acepta que lo hagamos de la manera más simple y cuando terminamos, se queda como si nada hubiera ocurrido. Su rechazo me obsesiona, me incita a regresar. Arrebatado de deseo, quisiera penetrar su caparazón de indiferencia. En otras ocasiones, alucinado por la frustración, quisiera lanzarla por la ventana para ver cómo se esparcen sus entrañas al estrellarse contra el suelo.

La desgraciada sabe cómo provocarme. Me espera sobre la alfombra mostrando sin pudor su cuerpo desnudo. Su apatía dice más que las palabras. Si me hablara tal vez diría: -Pagaste por mí, puedes hacerme lo que quieras, pero jamás seré esa dócil compañera que te engañará sólo por complacerte.-

De nuevo estoy aquí deleitándome con la blancura de sus bien diseñadas formas. Cierro la puerta y me quito la ropa. Al trepar sobre ella siento la excitación que recorre mi cuerpo. No me moveré. Así es como ella prefiere. He llegado al extremo de contener el aliento para darle gusto. Cuatro, a lo sumo cinco segundos después, culmina nuestro encuentro.

Oigo el clic del mecanismo al activarse. Observo los fríos números que se dibujan en la pantalla. Doscientas ocho libras.

Otra vez bajo con las ilusiones rotas. Ella sigue como si nada hubiera ocurrido.

De nuevo ha vuelto a lastimarme y eso se refleja en mi desilusionada mirada.

2 comentarios:

  1. Esta es la versión 2011 de "La Enemiga". La actualiacé para usarla de tarea en el taller.

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  2. Excelente!!!! Ya está!!!! Me encantó finalmente como quedó. Que te vaya bien amor!!!

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