domingo, 20 de febrero de 2011
Tekum Umam
Cinco centurias atrás el consejo k’iche’ se reunió en Q’umarcaj. Los rumores se habían confirmado. Un ejército de invasores blancos se acercaba al reino. Se decía que sus guerreros se conducían sobre inmensas bestias, que estaban recubiertos de metal y que portaban artefactos que arrojaban truenos. ¡Eran tan poderosos que hasta el imperio mexica había sucumbido!
Luego de una acalorada discusión, la mayoría votó por enfrentarlos en lugar de negociar una alianza. Eligieron para comandar la defensa al príncipe Ahau Galel. El valiente entre los valientes, nieto del gran rey Kikab. Ahau Galel ordenó levantar obstáculos para detener a los invasores. Cientos de esclavos construyeron barricadas con piedras y profundas zanjas con estacas clavadas en el fondo en los caminos de acceso. Luego de varias escaramuzas contra las avanzadas de los invasores, Ahau creyó llegado el momento de presentar combate. Ya conocía a los enemigos, sabía que las bestias tenían dificultades para movilizarse en terrenos quebrados, que los troncos que arrojaban fuego necesitaban espacio para provocar daño. Escogió una quebrada cercana a Tzijbachaj, lugar en dónde estableció su centro de comando.
El plan parecía perfecto. Sin embargo no contaba con el ímpetu de su hermano menor, el príncipe Umam Kekab quien desplegó a sus tropas en el valle de Olintepek, terreno propicio para las tropas españolas, y fue barrido por ellos. Los señores k’iche’s ordenaron a Ahau Galel que acudiera en su auxilio, trastocándole todo el plan que había urdido. El nieto de Kikab se vio obligado a obedecer. Lanzó un gemido cuando llegó al lugar y vio a cientos de guerreros masacrados, entre ellos su hermano. Las aguas del río que corría cerca se habían teñido de rojo por la sangre derramada. Hirviendo de furia se colocó el hermoso tocado de plumas de quetzal, su nahual, y arengó a sus tropas. El grito de ¡libertad o muerte! sacudió los corazones de esos guerreros.
El sol brillaba en todo su esplendor cuando ambos adversarios se vieron. Al frente de los invasores, iba un hombre cuya armadura relucía, las pisadas de la bestia que montaba denotaban su deseo de aplastar enemigos. Ahau Galel analizó la situación. Era obvio que ese hombre, que parecía ser el jefe, una vez desmontado de la bestia sería más fácil de vencer, pues perdería la ventaja de la altura y la armadura le restaría agilidad a sus movimientos. Lanzando un escalofriante grito arrojó su lanza contra el caballo. Pero cometió un error de cálculo. La lanza no atravesó el cuello de la bestia, quedó trabada en el arnés. Ahau Galel trató de recuperarla para asestar un nuevo golpe, momento que uno de los guerreros enemigos aprovechó para hundirle su espada por la espalda.
El valiente príncipe cayó. El penacho se empapó con su sangre, y así comenzó la leyenda.
* * * * *
Dicen que la historia la escriben los vencedores. No les bastó esclavizarnos,apropiarse de nuestras tierras y riquezas, también quisieron arrebatarnos la dignidad. Inventaron la historia de un guerrero tan tonto que ni siquiera sabía identificar un caballo del jinete, que había presentado batalla en un terreno inadecuado. Yendo contra la lógica, afirmaron que el capitán que iba sobre el caballo fue quién lo mató. Al ver el tocado empapado de sangre inventaron la leyenda del quetzal muerto. Fueron tan torpes que hasta confundieron su nombre. Pero el espíritu de ese héroe que entregó su vida por los suyos permanece en tantos otros que han visto la primera luz en la tierra del quetzal, que con el paso de los años han henchido el pecho rememorando ese grito inmortal: ¡Libertad o muerte!
Tus herederos, los que amamos esta sufrida tierra te recordamos y te honramos, valiente entre los valientes, príncipe Ahau Galel.
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Excelente Braulio!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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