viernes, 4 de febrero de 2011
Ritual del Alba
Semejaba a una aparición. Él ignoraba quién era esa mujer que, recubierta de velos y flotando en el aire, le desgarraba la piel con sus uñas mientras lo conducía por un oscuro sendero. Parecía una fiera aferrándose a su presa y esa noche la presa era él. El sendero desapareció y cayeron al vacío. La cabellera de su compañera se desplegó, como buscando regresar a la superficie. Entonces apreció su rostro. Jamás olvidaría aquella impresión que le dejó sin aliento: esa sonrisa demoniaca. Esos ojos, que brillaban con destellos de fuego mientras se precipitaban a las profundidades del averno.
Despertó asido a la orilla de la cama, bañado en sudor, sintiendo el corazón a pleno galope. La ansiedad le dificultaba leer los números del reloj que parecían danzar en la oscuridad. Eran las tres y cuarto de la mañana. A tientas y con sumo cuidado, se alejó procurando no despertar a su pareja.
Tomó el pasillo que conducía al salón de los rituales. Todo estaba en orden. Podía retomar la tarea que había ocupado sus madrugadas por más de una década. Se sirvió un vaso de agua y se envolvió en la cobija de colores indefinidos que su esposa había bautizado como “la chamarra de la inspiración”. Un par de minutos después dio inicio a la ceremonia. La pantalla desplegó ante su ansiosa mirada… Nada. Una nada similar al instante anterior al big bang. Era el momento que más disfrutaba: tenía frente a él el desafío de la creación. La excitación le provocaba cosquilleos en la punta de sus dedos.
Hoy quería aprovechar las sensaciones que conservaba de su reciente sueño. Las mezclaría con algún recuerdo de las correrías de su juventud; o quizá lo haría con algún deseo frustrado, uno de aquellos que se había jurado jamás saldrían a luz mientras él aún pisara la tierra. Y para conseguir la fórmula ideal, abriría su mente a las historias que los espíritus a su alrededor pugnaban por comunicarle. Historias que en alguna dimensión habían sido vividas, que en otras se estaban viviendo o que estaban por suceder. Porque al fin y al cabo él estaba convencido que el ayer, el hoy y el mañana solamente eran diferentes facetas de ese tránsito temporal al que ilusoriamente llamamos vida.
Aspiró profundo, se frotó las manos y con gesto decidido, se lanzó a mancillar la pureza de la hoja en blanco.
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Esta es la primera tarea que me han dejado en el Taller de Raúl de la Horra. Mi intención es ir publicando todos los trabajos en el blog.
ResponderEliminarMe parece una excelente idea, Braulio! De acá saldrá un libro, seguramente!
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