viernes, 11 de febrero de 2011

Something




En el ala de oncología del hospital había una sección asignada a pacientes terminales. Allá se vivían experiencias diferentes. Al dar por perdida la confrontación con la parca, disminuía la presión de defender la vida a toda costa y sólo el juramento hipocrático nos impedía acelerar un proceso inevitable. De hecho, nuestra principal preocupación era que los pacientes estuvieran cómodos hasta que les llegara el momento de partir

La favorita de todos era Vanessa. Una preciosa jovencita que llevaba meses internada. La leucemia que la consumía había acabado con la rubia cabellera que lucía en una foto que estaba sobre la mesa de noche, pero había hecho florecer la luz que irradiaba de su alma. La dulce voz de Vanessa era como un manantial que me refrescaba cuando llegaba a visitarla. Me encantaba perderme en el diáfano celeste de sus ojos y al leerle, soñar que podíamos escapar a otros mundos donde tomaríamos el control de nuestro destino.

Ella había quedado huérfana desde pequeña, al cumplir dieciocho años había pasado del asilo al hospital. Excepto por el personal, nadie llegaba a visitarla. A menudo nos sorprendía la manera como, a pesar de las dificultades, ponía tanto empeño en ver el lado amable de la vida. Sucedió lo que ustedes habrán imaginado. Me enamoré y ella me correspondió.

En mi perturbada fantasía creí que la fuerza de lo nuestro sería tan grande que vencería a la enfermedad. Que Dios, ese Dios todopoderoso, haría el milagro de curarla en nombre del amor. Sucedió lo contrario. Desde el primer momento que nuestros labios se encontraron, el deterioro de su cuerpo se aceleró. El último día que disfruté su mirada fue el 18 de enero. Desde entonces entró en un estado letárgico que nos impedía saber si estaba consciente de lo que sucedía a su alrededor. Pasé largas vigilias salpicadas de lágrimas, suspiros y evocaciones de lo que pudo haber sido y no fue.

Llegó febrero y con él, la saturación con-su-mística exhortando a abrir la billetera para mostrar el amor. Se aproximaba el que sería nuestro único día de San Valentín. Con una mezcla de sentimientos, preparé el regalo para mi Vanessa. Para asegurar el éxito de mi idea solicité la ayuda de dos enfermeras. Yoly, la delgada alta, y Martita, la gordita bajita, el dúo conocido como el “1o” de nuestra sala. Yoly sólo movió la cabeza en sentido afirmativo. Martita pasó un pañuelo por sus ojos y me dio un abrazo. –Eres un loco Eduardo- dijo -Aunque nos despidan, cuenta con nosotros.-

El catorce a mediodía movieron a Vanessa a la habitación que habíamos acondicionado. No me pregunten cómo, pero tenía una cama como las de casa. Martita le puso la bata de encaje que compré para la ocasión, le aplicó sombra en los ojos y un poco de pintalabios. En el lugar se respiraba un delicado aroma a rosas. El equipo de sonido difundía arreglos instrumentales de los Beatles, su grupo favorito. Al entrar me pareció haberme transportado a una tierra de fantasía, como las que visitábamos en nuestras lecturas, y que estaba admirando a una princesa de cuento de hadas.

Una carretilla cerca de la cama tenía el equipo que necesitaba. Yo ya estaba preparado. Me recosté a su lado y tomé su brazo. Había llegado el momento. Con la mayor ternura le dije cuánto la amaba, que así quería demostrárselo. Cuando comenzó a sonar “Something” sentí el placer indescriptible de ver cómo mi sangre fluía a ella a través de la aguja que penetraba en su piel. Me adelanto a responderles. No. Nuestros tipos no eran compatibles. En realidad ¿qué importaba? Era mi flujo vital recorriendo su cuerpo. Estábamos consumando una unión más allá del sexo, de las creencias religiosas o científicas.

Al cabo de unos minutos sus mejillas recobraron el rubor. Hasta me pareció que sonreía. La tuve en mis brazos toda la noche, esperando lo que inevitablemente iba a acontecer. Así nos encontró el alba, momento cuando su espíritu partió al más allá.

-Vete mi amada mariposa. Vuela alto. Algún día te alcanzaré.- Murmuré entre sollozos.

Por décadas, cada catorce de febrero, he ido al lugar en dónde llevé a reposar su cuerpo; pongo música de los Beatles y al escucharse “Something”, una mariposa blanca aparece agitando delicadamente sus alas.

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