domingo, 27 de abril de 2014

TESTIMONIAL


NOTA. Esta es una versión actualizada del cuento "Su Primer Milagro" publicado en el 2012.

I

Si te contara cuántas pesadillas me han atormentado durante décadas. Si te contara…

He pasado momentos en los que al temor de dormir, solo lo supera el de volver a despertarme,  porque al menos en sueños sí estás conmigo.

Si supieras cómo ansío que en una de tus apariciones me cuentes en dónde te encuentras. Esa incertidumbre de no saber de ti, de no tener un lugar a donde llevarte flores o una tumba que regar con mis lágrimas, me ha destrozado por años. 

Algunos días presiento que estás vivo, que volverás. Entonces me arreglo, limpio el cuarto, plancho tu ropa, preparo los frijolitos con cebolla y tomate picados que tanto te gustaban y consigo tortillas recién salidas del comal. He perdido la cuenta de las noches que he pasado en vela, sentada en nuestro viejo sofá, esperando que toques a la puerta mientras observo cómo se va enfriando la comidita que con tanto amor preparé. Vieras cómo temo que a tanto entusiasmo, a tanta esperanza que aún conservo, un día les pase lo mismo.

Siempre he creído que me salvé para esperarte. Si estoy equivocada ¿Por qué no dejas de seguir viniendo en sueños a nutrir esa ilusión de volverte a ver? ¿O será que huyes espantado al descubrir lo poco que queda de mí?

Porque así como a ti te sigo viendo joven, lleno de vitalidad, de mí apenas queda el espectro de una existencia que comenzó a marchitarse desde aquel momento que no volviste. Huyo de los espejos. Reflejan la imagen de una anciana de cabellos encanecidos, cuerpo encorvado y mirada marchita. Al verla me pregunto, saboreando la amargura de mis lágrimas: Juventud ¿en dónde te perdí? Conozco la respuesta, esas palabras son como hiel en mi boca y en mi corazón.

Se esfumó en visitas a la morgue, buscando cementerios clandestinos, en marchas de protesta exigiendo tu aparición. 

Cada día incontables interrogantes me abruman: ¿Sirvió de algo el sacrificio de cientos de soñadores como tú? ¿Sirvieron de algo los torrentes de sangre inocente derramados? ¿Para qué me dejaron viva? ¿Por qué, habiendo tantas personas con una fe capaz de mover montañas, escogieron a una mujer que no sabe ni en qué creer para dar testimonio de lo que pasó?

Cuando me abruma la depresión quisiera encaramarme a la baranda del puente que está cerca para volar a tu encuentro, sin embargo, me detiene la esperanza de que tal vez no estés del otro lado, que quizás este sea el día cuando te volveré a ver.

Amado Tonito, estoy cansada. Cansada de rogar, de buscar, de esperarte y de llorar por ti. Has de estar harto de mis lamentaciones. Sé que no es la mejor manera de conseguir que regreses o de que decidas quedarte. Perdóname. Me pongo así cuando el dolor se vuelve insoportable.

Otra vez estoy hablando sola. ¿Qué puedo hacer si por años la soledad ha sido mi única compañía? Prefiero eso a que se me peguen los labios. Quiero estar preparada para decirte las palabras de bienvenida que todos los días ensayo: “Mi negro… ¡Ay Dios! Con tantas cosas que he estado pensando, se me olvidó el resto.

II

Un general de mente trastornada gobernaba Guate-la-mala, el país de la eterna tiranía. En el verano de 1982 las tinieblas devoraban el firmamento por las tardes mientras sus esbirros aniquilaban a profesores y alumnos de la Universidad Nacional. Pero nada detenía el empuje de aquella juventud, ávida de conocimientos, que acudía solidaria a las aulas. Antonio y Clara eran parte de aquel grupo de soñadores que se esforzaban por construir un futuro mejor.

Antonio, delgado, moreno, de intensa mirada, había nacido en el altiplano. Él había emigrado a la capital con la aspiración de ser abogado y así defender a sus paisanos del despojo que sufrían a manos de los terratenientes. Tras cinco años de mostrar su compromiso con la causa, le habían elegido secretario del sindicato en la fábrica de calzado en dónde trabajaba.

Clara cautivaba con la chispeante mirada de sus rasgados ojos negros. La nariz aguileña y el mentón definido revelaban la firmeza en su carácter. Su cabello azabache y ondulado danzaba con el viento al compás de su caminar. Su padre era un líder sindical que había visitado la cárcel con frecuencia.

―Le ha pasado por necio. Quien lo manda meterse a organizar a la gente para que pida mejoras salariales ―refunfuñaba doña Refugio, su madre.

Clara estudiaba leyes motivada por el deseo de defender a las legiones de trabajadores  ―que nunca pasarán de zope a gavilán, como ha sucedido con tu padre ―como comentaba doña Refugio con resignación.

Un amigo mutuo los presentó, en poco tiempo descubrieron que sus almas, así como sus cuerpos, se complementaban a la perfección.

III

 “Un día Tono me comentó que asistiría a los festejos del patrono de su pueblo. Por más que intenté disuadirle, no cambió de opinión, entonces le supliqué:

―Déjame acompañarte.

―Sabes que es imposible. Allá ni siquiera hay un lugar para hospedarte.

―Podría quedarme en tu casa…

―Ni se te ocurra pensarlo. Mis padres serían los primeros en oponerse. Los del pueblo hablarían mal de nosotros. Quédate tranquila, solo me ausentaré una semana.

En la terminal de buses nos dimos un último beso. Era el 21 de noviembre de 1982, una fecha que jamás olvidaré.

Llegué a la estación el día convenido, pero no apareció. Volví a esperarlo, en vano, a diario, las siguientes dos semanas. A punto de enloquecer decidí ir a buscarlo. No llegué lejos. El ejército tenía cercada el área. Esperé en un pueblo cercano acosando a los vecinos con mis preguntas, la sola mención de aquel lugar les sellaba los labios. Algunos, con el terror reflejado en el rostro, me recomendaron que ni intentara subir al sitio. Un anciano me aclaró la razón.

―Los pintos acabaron con todo. Luego, como acostumbran, dejaron el área en poder de los patrulleros civiles. Seño, le aconsejo que deje de estar preguntando. Aquí está lleno de orejas. Váyase antes de que la delaten en el destacamento. Si esos desgraciados la agarran, lo mejor que puede pasarle es que la maten…

Regresé a la ciudad con un insoportable vacío en el corazón y movida por un propósito: que aquel crimen no quedara impune. Confirmé que navegaba en aguas turbulentas cuando comencé a recibir amenazas. Lejos de amedrentarme me animaron a seguir en la lucha. Cada nota, cada llamada anónima, eran claros indicios de que mi investigación iba por un buen camino. Una tarde, saliendo de la universidad, escuché el rechinido producido por un frenazo y vi que tres hombres fornidos, con las caras cubiertas, se apeaban de una panel blanca detenida frente a mí. Sin importarles que la gente los observara, comenzaron a golpearme y me arrastraron dentro. Perdí el sentido cuando me taparon la cara con un trapo.

Desperté tirada sobre un colchón de paja en un frío lugar.

Un hilillo de luz se colaba por una rendija. Cada parte del cuerpo me dolía de una manera que jamás hubiera imaginado. Sentía las caderas desencajadas, mi ropa interior había desaparecido, un líquido espeso de olor desagradable resbalaba por mis piernas. Al comprender lo que habían hecho me puse a llorar. Ignoro cuánto tiempo había transcurrido cuando un joven que vestía uniforme verde de combate entró a la celda. En la penumbra no alcancé a verle la cara, por la voz calculé que tendría mi edad. Su amabilidad me desconcertó.

―Señorita, discúlpenos por lo que pasó. Algo se salió de control, sancionaremos a los culpables. Estamos seguros que usted es una persona razonable. Si colabora, le doy mi palabra que esta misma tarde estará de vuelta en su casa.

Quería que delatara a los compañeros de Tono. Preguntaba nombres, direcciones, lugares de trabajo. Aunque imaginé las consecuencias, decidí que prefería morir antes que denunciar a los compañeros. Cuando escupí sus relucientes botas, su puño se estrelló contra mi nariz.

Setenta y dos horas después mi resistencia había llegado al límite. Me habían violado incontables veces, tenía la nariz quebrada, me faltaban varios dientes, la hinchazón de los párpados no me permitía ver, mis senos estaban cubiertos de mordidas y pellizcos, mis brazos y piernas estaban marcados por quemaduras de cigarrillos, me habían arrancado las uñas y tenía dislocados los dedos de la mano izquierda. La garganta me ardía luego de tres días sin recibir una gota de agua.

El cuarto día me encontró desnuda, temblando en un rincón de la celda.  En aquellos momentos anhelaba, más que nada, la pronta llegada de la muerte. Convencida del poco tiempo que me quedaba, decidí utilizarlo para ponerme en paz con Dios. A menudo perdía el hilo de las oraciones de manera que supongo que entró al calabozo en uno de mis frecuentes desmayos porque estaba a mi lado cuando recobré la conciencia. Tenía sus manos sobre mi cabeza y oraba en un idioma desconocido. La oscuridad, los ojos hinchados, me impedían distinguir su semblante. Aunque ignoraba quien era estaba segura de algo: No era una de esas bestias disfrazadas de hombres que me habían estado martirizando. Bañada en llanto me apoyé en su pecho. Pasó el resto de la noche reconfortándome, limpiando mis heridas y dándome de beber. Con las primeras luces del alba me anunció que debía marcharse. Invadida por el pánico le supliqué que se quedara, él intentó tranquilizarme.

―No temas Clara, mientras yo esté por acá, ellos te dejarán en paz. Voy a pedirte algo, aunque sé que será difícil, te ruego que los perdones, solo así ayudarás a tu alma a superar este sufrimiento. Rézale a nuestra Santa Madre, ella te protegerá.

Antes de desaparecer en la penumbra me entregó un rosario.

Mi primera reacción al quedar de nuevo sola fue que había tenido una alucinación, pero el rosario que apretaba en mi mano, y el bienestar que me iba invadiendo, evidenciaban lo contrario.

El quinto día me dejaron en paz. Esa noche, cuando regresó, pude observarlo mejor. Vestía una túnica blanca, sus rasgos me eran familiares. Con extraño acento me comentó que había tenido un día atareado. A pesar de su agotamiento rezamos toda la noche. A la mañana siguiente, antes de  partir, me hizo una extraña petición.

―Clara, prométeme que guardarás silencio sobre lo que ha sucedido. Escucha a tu corazón, él te revelará cuando puedas contarlo.

Ese día me liberaron. Sin ninguna explicación me fueron a tirar al basurero municipal. Me tomó mucho tiempo y esfuerzos el superar el trauma de lo vivido. Cambié de nombre y de residencia, rompí todo nexo con los compañeros de la universidad. No sé qué hubiera sido de mí sin el rosario. En incontables días me aferré a él, como un náufrago a los restos de la nave que lo transportaba, para no hundirme en el abismo.

El 2 de abril de 2005, con el resto del mundo, lamenté la muerte de Juan Pablo II.  Entonces comprendí que había llegado el momento de revelar mi secreto. Porque estoy convencida que ese santo varón fue quien me consoló cuando desfallecía en aquella horrible mazmorra las noches del 6 y 7 de marzo de 1983, al tiempo que visitaba mi país.”

IV

Qué extraño. Estaba sacudiendo y encontré este sobre debajo del colchón. Se nota que las hojas llevan tiempo metidas allí, están amarillentas y arrugadas. En el sobre también había un rosario. De seguro los olvidó el inquilino anterior. Mejor evito problemas y dejo todo como estaba.

Es casi medianoche. Antonio López ¿En dónde andarás? Obviamente estoy molesta. Ni siquiera hoy, en mi cumpleaños, pudiste venir temprano. Otra vez la comida se te enfrió. Ay hombres, nunca cambian. Se desaparecen cuando una menos lo espera.

El viejo sillón crujió, como había estado ocurriendo durante los últimos treinta años. Un par de apagados ojos se clavó en la puerta. Con el paso de las horas se fueron cerrando y una sonrisa se dibujó en el avejentado rostro de Clara.

 

Comentario agregado el 27 de abril de 2014:

Hace pocas horas, Juan Pablo II fue declarado santo, como habrán leído, él es uno de los protagonistas de este cuento.  Lo que en su momento no escribí fue que estuvo inspirado en una historia que, hasta dónde puedo dar fe, realmente ocurrió. Hace algunos años llegué a conocer a “Clara”, tal vez como una secuela del milagro obrado en ella, en su memoria se habían borrado los recuerdos de lo que vivió en aquellos nefastos años de la represión; sin embargo, su sobrina me permitió leer el documento que ella escribió y en dónde contaba lo sucedido, además, aunque no llegué a tocarlo, pude ver el rosario que se menciona en el cuento. Según me dijeron, varias personas habían sanado luego de tenerlo en sus manos.

“Clara” murió hace seis años. Estoy seguro que hoy su alma celebró jubilosa la canonización del hombre que le dio fortaleza en aquella oscura mazmorra en marzo de 1983.

lunes, 11 de febrero de 2013

El Trabajo Sucio



Aún no me repongo de la sorpresa. Cuándo lo leí temprano, pensé que era una broma. Luego de investigar un poco vine a descubrir que el último que se atrevió a hacerlo ¡fue antes de la caída de Constantinopla!

¿Qué pasaría por la mente de ese hombre tan férreo, a quien no le ha temblado la mano para intentar barrer la porquería acumulada en tantos años dentro de la congregación que le confiaron a su custodia?

Afirman que la noticia tomó por sorpresa hasta a sus más allegados. ¿No es esa una prueba de la soledad que le acompañaba, desde hace tiempo, en esa difícil misión?

En su discurso de renuncia afirmó que no se sentía con fuerzas…

Sin querer recordé aquella súplica en el Monte de los Olivos, cuando su Maestro flaqueó e imploró a su Padre que apartara de Él ese cáliz de amargura, pero que haría lo que fuera Su voluntad.

En su caso, cuántas oraciones habrán quedado sin respuesta, cuántas puertas se le habrán cerrado, cuántas noches en vela habrá pasado buscando una solución, tanto afán que le habrá llevado a confirmar que se ha quedado sin fuerzas… Sin fuerzas para completar la misión que se impuso. Sin fuerzas para desenmascarar a la oscuridad que se ha apoderado de su Iglesia y que les han llevado a olvidar el mensaje fundamental de aquel que sufrió muerte de cruz para la redención de los pecados.

Solo él sabe cómo se marcha y solo Dios podrá pedirle cuentas. Hoy no puedo más que reconocer su entereza por ese paso a un lado que está dando para cederle el lugar a otro (que según Malaquías, será el último).

Afirma que ya no tiene fuerzas, pero ha demostrado que tuvo el valor de reconocer los pecados de la Iglesia y desenmascarar a varios lobos vestidos de ovejas que se habían infiltrado en ella, eso le merece un reconocimiento especial.

Tal vez no logró terminar la tarea pero lo que hizo es el inicio de un inevitable cambio en la Iglesia, en todo lo que han enseñado. Ese cambio no se hubiera podido dar si él no hubiera tenido el valor de hacer el trabajo sucio.

Ojalá Dios nos enviara más Joseph Ratzinger al mundo.

Ojalá que la Iglesia, sus ministros y fieles, salgan fortalecidos de esta prueba.

jueves, 31 de enero de 2013

ALGO COTIDIANO


Mary llegó muy alterada a la clase, parecía como si hubiera esperado a sentirse en un ambiente protegido para liberar la tensión. Le di un vaso con agua y traté de tranquilizarla.  Ella lloraba, no dejaba de temblar.  En ese momento recordé lo difícil que le resultaba estudiar en la Universidad, huérfana, sin pareja, del interior del país, con empleos esporádicos. Cada día, para movilizarse de un extremo a otro de la ciudad, usa el transporte público y todas las que hemos pasado por eso sabemos a qué nos exponemos.
Cuando por fin se calmó, nos contó una historia que parecía sacada de algún libro de ficción.
Como todos los días abordó el autobús para dirigirse a la Universidad. Cuando iban por las cercanías de la que en algún tiempo fue la estación del ferrocarril, hoy un refugio de charamileros y asaltantes, levantó la vista de las fotocopias que estaba estudiando al escuchar una discusión.  Era un pasajero que discutía con el ayudante del bus.  El pasajero era un señor maduro, de voz ronca, ligeramente obeso y con aspecto de finquero. El ayudante, como todos los ayudantes de autobús (comúnmente conocidos como brochas), parecía que se había teñido con el humo oscuro que salía por el escape, y hablaba a gritos.  El tema era que el señor quería que el bus avanzara y no se quedará detenido esperando más pasaje, algo con lo que ni el piloto ni el brocha estaban de acuerdo.
La discusión fue subiendo de tono. De pronto el ayudante señaló hacia la parte trasera del bus y con tono insolente dijo
-Mire don, el bus tiene seguridad armada para calmar a gente como usted. ¿Verdad mi agente?
Un guardia, con cara de niño, se levantó del último asiento y sonriendo, se abrió la chaqueta para mostrar un viejo revolver que llevaba al cinto. El pasajero, sin mediar palabra, desenfundó un arma que llevaba escondida y disparó contra el guardia. Una bala pegó en la mujer que iba a lado de Mary. El ayudante bajo del bus y escapó corriendo. El pasajero también desapareció entre el tumulto de la gente que huía. Mary abandono a su compañera de asiento y se unió a la estampida. Como una autómata buscó otro bus y continuó su camino a la Universidad. Hasta que llegó allá vino a caer en cuenta de lo que había pasado.
Al día siguiente busqué la noticia en los periódicos.  El brocha jamás fue mencionado. Prefirieron una versión más condensada. Un guardia había discutido con un pasajero y éste le había disparado.  Era más sencillo así. En Guatemala es algo cotidiano.

martes, 18 de diciembre de 2012

A desocupar el cuarto


Sabía que el día tenía que llegar, pero no esperaba que fuera tan pronto. Apenas abrí los ojos, escuché inconfundibles ruidos en el cuarto de mamá. Caminé hacia allá y encontré el más increíble revoltijo. Gavetas y cajas volcadas sobre el suelo revelando las entrañas de tantos años pasados acá. No quise distraerla en su afán de escoger lo que nos debíamos llevar de esa mezcolanza.

– ¡Ay mamá! –Pensé conteniendo una sonrisa. –Cuántas veces te dije que no guardaras tanto cachivache. Ahora ¿cómo nos los vamos a llevar?

De mi parte el asunto estaba resuelto. Solo llevaría lo que cupiera en dos maletas. Más que preocuparme por lo que se iría conmigo, mi meta era dejar limpio el sitio que nos había acogido. No quería que el próximo inquilino lo encontrara sucio. Sin embargo, a pesar de que el lugar era pequeño, parecía una tarea titánica. La basura se reproducía en cada rincón, como los problemas en la vida de algunos desafortunados. Era una basura negra, pegajosa, irreconocible. El colmo era que no tenía una herramienta que me ayudara en la tarea, así que agachado y con las manos, fui formando un asimétrico volcán que en cada viaje amenazaba con ocupar todo el cuarto.
Pegué un salto cuando escuché el timbre. La hora había llegado y aún no terminábamos. Mamá me pidió que abriera. Yo me veía las manos negras, el volcán, las maletas a medio llenar. Me agarró un inmenso deseo de quedarme para terminar la tarea, pero sabía que había llegado el momento de desocupar el cuarto.  

sábado, 15 de diciembre de 2012

A mis hijas e hijos


Por más de tres décadas he tenido la dicha de contar con ustedes. Ustedes me han hecho crecer. De ustedes he aprendido alegrías y tristezas, hemos compartido triunfos y derrotas. Las grandes han comenzado a vivir sus propias vidas, los pequeños están dando sus primeros pasos en busca de su identidad. Sin embargo todos tienen en común esta raíz que se pierde en la niebla del pasado, de la que he tratado de rescatar lo positivo, un ancla para enfrentar las tormentas que, como a todos, la vida nos tiene reservadas. Tormentas que no son más que lecciones disfrazadas, pruebas que superar, peldaños que subir en el interminable camino hacia la perfección.

Anoche, al enterarme de la terrible noticia de la matanza en Newtown, recordé a su abuela cuando la vida de mi hermano se interrumpió abruptamente. Sus lágrimas. El dolor que desde ese día fue carcomiéndola por dentro hasta que finalmente la llevó con él. Oré por esos padres que esa noche velarían en aquellos cuartos vacíos, tan vacíos como han de haber quedado sus corazones, destrozados por esta inexplicable tragedia en vísperas de Navidad. ¿Qué se le puede decir a alguien que pasa por algo así? ¿Cómo confortarlo? ¿Es posible que esa sea la voluntad de Aquel que mora en las alturas? O más bien, ¿Será que Él los recogió consigo de manera prematura por alguna razón que escapa a nuestro entendimiento? No sé.

Pero anoche, con los ojos llenos de lágrimas di gracias por tenerlos conmigo. Por todas esas vivencias que llevo guardadas y que me han dado una razón para vivir.

Ignoro si yo tendría la fuerza para pasar por algo como esto, porque mi mayor anhelo es que todos ustedes estén juntos el día que me toque partir. Cuando llegue ese momento quiero dejarles mis sueños y mis esperanzas. Dejen que me lleve mis temores y mis frustraciones para que su camino sea menos pedregoso y empinado del que a mí me tocó.

Mientras ese día llega, recuerden que los he amado, los amo y los seguiré amando de manera incondicional hasta que exhale mi último suspiro.

domingo, 2 de diciembre de 2012

CATARSIS


Ha vuelto con la mirada borrosa y el corazón estrujado. Camina hacia allá reviviendo los recuerdos de aquella madrugada cuando los gemidos se mezclaban con el polvo. Su hijo le acompaña. Le da fuerzas para avanzar hasta aquella puerta a la que ahora protege una reja de hierro. La ve y añora. Añora aquellos tiempos cuando se podía caminar sin temor. Cuando todos se conocían. Hoy no conoce a nadie. Nadie sabe que sus primeros pasos fueron en estas viejas calles cuyas arrugas son casi tan profundas como las que atraviesan sus pensamientos.



La anciana que abre la puerta guarda un ligero parecido con aquella mujer que a regañadientes compró un suéter de cuello de tortuga al soñador adolescente que cumplía doce años. A él no se le ha olvidado aquel gesto de enfado que hizo cuando le dijeron lo que costaba la prenda. Ella lo volteó a ver como esperando que a él le diera pena y dijera que no lo comprara. Esperó en vano. Fue la dulce revancha de ese niño al que ella privó del gusto de nacer en la casa de sus abuelos. Solo Dios sabe por que, cuando la ciudad quedó en ruinas, ella encontró techo, en el hogar de aquel niño, por casi cuatro décadas. Solo Dios lo sabrá.
Luego de más de diez años la casa, su casa, lo recibe con la misma calidez que cuando volvía agotado tras pasar otro día de suplicio en la Academia. Le da la bienvenida el retrato de su hermano, con aquella sonrisa que los disparos borraron para siempre antes de que pudieran reconciliarse. Lo reciben los recuerdos de aquella última vez que pasó por acá. Los familiares hablando en voz baja y con los ojos llorosos mientras en el cuarto de al lado por fin descansaba su madre.
El alma de su madre la abandonó allí. Ella sacrificó sus mejores años para hacer de él lo que hoy es. En sus últimos momentos ella escuchó su desgarradora confesión, una tardía petición de que le perdonara por no haberle agradecido suficiente esa devoción y entrega.
Las palabras se quiebran mientras le cuenta a su hijo lo que sucedió en aquellos días. Voltea ver y sonríe en tanto amargas lágrimas brotan de sus ojos.

Cuando se alejan, estrecha contra su corazón el ajado sobre que guarda los testimonios de aquella parte de su existencia que abandonó allí.



martes, 13 de noviembre de 2012

Preparandome para el 13 Baktun


Por fin terminaron los albañiles. Cada noche bajo a revisar el bunker.  Tal vez  no tendrá las comodidades del que tenía aquel loco -que desangró medio mundo- en sus últimos días en Berlín, pero tiene lo indispensable para sobrevivir las tres semanas que, según mi amigo que lee el tarot, durará el fuego divino. Tengo los dos generadores listos, las alacenas con cientos de latas debidamente etiquetadas, la puerta a prueba de incendios y terremotos funciona a la perfección, una litera, muchos libros para matar el tiempo mientras la profecía maya hace lo mismo con los incrédulos que no quisieron atender el mensaje, un espacio para la Travis y la nueve milímetros debajo de la almohada por si las previsiones o los cálculos me fallan.

En enero renuncié al trabajo. ¿Pará qué seguir obsesionado por forrarme de dinero si cuando llegue el fin del mundo no servirá para nada? No me arrepiento de jamás haberme casado, mucho menos de no haber tenido descendencia. Bien merecido tenemos el castigo por la manera cómo hemos destruido el legado que nuestros antepasados celestiales nos dejaron.

Estudié cuidadosamente la estructura geológica del país y fui descartando los lugares cercanos al mar o las montañas por donde pasan las fallas. Al final encontré este valle “a prueba de mayas” incluso porque ellos jamás pusieron un pie por acá. Nadie vive cerca, por eso la construcción del bunker pasó desapercibida. He estado meses navegando en la red y creo haber descifrado las claves de lo que va a suceder. No es casualidad que estén ocurriendo tantos desastres naturales. Los mayas están haciendo sus pruebas para que nada falle cuando llegue el gran día. La verdad, me estoy aburriendo de lo lindo. Apliqué los conocimientos aprendidos luego de más de veinticinco años en la fábrica y como resultado de ello, estuve listo casi tres meses antes de la fecha fatídica. ¡Tres meses sin hacer nada! Casi cien días en los que he vagado como un loco prisionero de mi maldita eficiencia.

Menos mal que la Travis me acompaña.  Esa gata negra de ojos color ámbar que apareció un día, quién sabe de donde, y que tiene comportamientos casi humanos, hace el tedio menos pesado. No importa el momento ni el lugar, ya sé que ella está a mi lado con su intensa mirada fija en mí. Basta que la llame para que se acerque mimosa a frotarse contra mis piernas o mis brazos. Cómo quisiera tener la sabiduría para entender lo que pretende decirme con sus maullidos. Coelho dice que todo sucede por alguna razón por eso estoy seguro que algo hay detrás de su aparición, justo en las vísperas de una fecha tan especial. En lugar de incomodarme, modifiqué los planos de mi refugio para que ella también tuviera cabida.

Una noche soñé que se transformaba en una hermosísima mujer de piel bronceada y mirada felina. Que insinuante se frotaba contra mi cuerpo y me susurraba sus más íntimos deseos. Desde entonces no se me quita la idea que ella es un mensajero del más allá, enviada para que juntos repoblemos el mundo una vez pase la catástrofe. Dentro del bunker guardé un cofre con hermosas prendas que adquirí para mi amada, luego que se transforme en mi compañera tras el cambio de era. Mientras ese anhelado momento llega, la tengo bien aprovisionada con su concentrado y su arenero.

* * * * *

Faltan tres días. Estoy haciendo una prueba final, hasta el momento todo ha funcionado como está previsto. Incluso verifiqué el funcionamiento del plan B, por eso tengo la nueve milímetros sobre la mesa, al costado de la cama. Olvidaba contar que hoy es mi cumpleaños. Estos malditos mayas echaron por la borda la celebración que tenía planeada. No todos los días se llega al medio siglo. Para no pasar por alto el logro de mis padres, destapé la botella de Zacapa XO y la estoy degustando mientras ordeno el álbum con los mejores recuerdos de mi vida. ¿Qué habrá sido de aquella hermosa niña de ojos cafés a la que adoré en silencio en mi lejana adolescencia? Adriana ¿Se llamaría Adriana? Tenía cara de Adriana, aunque con cuerpo de Marilyn. Malditos Kennedy, bien merecido tuvieron lo que les pasó. No tenían derecho a arruinarle la vida de esa manera, ni siquiera llegó a sus cincuenta. Demi si llegó a esta edad, ella si pudo celebrarlo. Inolvidable Demi en Ghost. Ojalá que luego que pase esto no me encuentre con que el mundo poblado de fantasmas que no pudieron desconectarse y largarse de acá.

La Travis me está viendo. Creo que está leyendo mis pensamientos.

-Ya falta poco mi amor para que recobres tu figura humana y seas mi compañera en esta misión que nos espera. Por algo nos escogieron. Por algo estamos aquí. Ven conmigo. Quiero abrazarte, escuchar los latidos de tu corazón.

¡Te dije que vengas gata maldita! ¿Se te olvida que tienes prohibido correr acá? Vas a desordenarme todo.

Casi te alcanzo. Ya te agarré la cola. Que fuerza tiene la desgraciada. No te subas sobre la mesa. Cuidado con el arma…

Un último pensamiento acudió a mi mente al ver el fuego saliendo de ese agujero negro.

-¿De qué sirvió tanto esfuerzo si nunca sabré si los mayas tenían razón?