jueves, 31 de enero de 2013

ALGO COTIDIANO


Mary llegó muy alterada a la clase, parecía como si hubiera esperado a sentirse en un ambiente protegido para liberar la tensión. Le di un vaso con agua y traté de tranquilizarla.  Ella lloraba, no dejaba de temblar.  En ese momento recordé lo difícil que le resultaba estudiar en la Universidad, huérfana, sin pareja, del interior del país, con empleos esporádicos. Cada día, para movilizarse de un extremo a otro de la ciudad, usa el transporte público y todas las que hemos pasado por eso sabemos a qué nos exponemos.
Cuando por fin se calmó, nos contó una historia que parecía sacada de algún libro de ficción.
Como todos los días abordó el autobús para dirigirse a la Universidad. Cuando iban por las cercanías de la que en algún tiempo fue la estación del ferrocarril, hoy un refugio de charamileros y asaltantes, levantó la vista de las fotocopias que estaba estudiando al escuchar una discusión.  Era un pasajero que discutía con el ayudante del bus.  El pasajero era un señor maduro, de voz ronca, ligeramente obeso y con aspecto de finquero. El ayudante, como todos los ayudantes de autobús (comúnmente conocidos como brochas), parecía que se había teñido con el humo oscuro que salía por el escape, y hablaba a gritos.  El tema era que el señor quería que el bus avanzara y no se quedará detenido esperando más pasaje, algo con lo que ni el piloto ni el brocha estaban de acuerdo.
La discusión fue subiendo de tono. De pronto el ayudante señaló hacia la parte trasera del bus y con tono insolente dijo
-Mire don, el bus tiene seguridad armada para calmar a gente como usted. ¿Verdad mi agente?
Un guardia, con cara de niño, se levantó del último asiento y sonriendo, se abrió la chaqueta para mostrar un viejo revolver que llevaba al cinto. El pasajero, sin mediar palabra, desenfundó un arma que llevaba escondida y disparó contra el guardia. Una bala pegó en la mujer que iba a lado de Mary. El ayudante bajo del bus y escapó corriendo. El pasajero también desapareció entre el tumulto de la gente que huía. Mary abandono a su compañera de asiento y se unió a la estampida. Como una autómata buscó otro bus y continuó su camino a la Universidad. Hasta que llegó allá vino a caer en cuenta de lo que había pasado.
Al día siguiente busqué la noticia en los periódicos.  El brocha jamás fue mencionado. Prefirieron una versión más condensada. Un guardia había discutido con un pasajero y éste le había disparado.  Era más sencillo así. En Guatemala es algo cotidiano.

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