viernes, 2 de septiembre de 2011
Divagaciones teológicas de media noche
Desde pequeño me han fascinado las historias bíblicas. Al principio las creía sin cuestionarlas, con el paso del tiempo comencé a preguntarme qué habría de cierto en ellas o si, como decimos en buen chapín, en el asunto existía “gato encerrado”. A pesar de todo lo que he estudiado, se me hace difícil comprender cómo dios se dejaba llevar por esos arranques de cólera, parecidos a los de mi difunto abuelo, en los que arrasaba con lo que encontrara a su paso. Vale la pena aclarar que mi abuelo era pintor y varias veces lo vi agarrar un viejo cuchillo para destrozar algún lienzo al que le había dedicado incontables horas de creación, sólo porque no le complacía el resultado; pero mi abuelo era falible como cualquier ser humano y su cuadro no era un ser vivo…
Es apasionante analizar, sin prejuicios ni fanatismos, la personalidad -si el término le aplica- del que humildemente se describe como “Yo soy quien soy” y que en el fondo es un dios rencoroso, vengativo, con una insaciable sed de sangre y una autoestima tan baja que requiere constantes pruebas de adoración que rayan lo estúpido, o que acepte imperturbable la libidinosidad de sus mensajeros que bajaban a la tierra a “conocer” doncellas sin que a él le pareciera incorrecto… Mejor paro, no quiero que me caiga un rayo. Me ha costado mucho rehacer mi vida y nunca se sabe si ese viejo loco estará escuchando.
Por fin estoy llegando a la razón de hacer estas reflexiones: es el conocido caso de Adán, Eva, la serpiente y el fruto prohibido. Seamos sinceros, Adán y Eva eran un par de huevones nudistas, sin nada más que hacer que ver al cielo esperando que se apareciera el jefe para conversar con ellos en un lenguaje tan elevado, que no entendían ni jota. En su inocencia ni siquiera se les había ocurrido experimentar con el sexo. Sus necesidades básicas, esencialmente comer y dormir, estaban satisfechas. Obviamente eran vegetarianos porque allí convivían en armonía con todos los animales sin que hubiera comenzado el derramamiento de sangre, Yahve sólo les había impuesto una limitación, que no debían comer los frutos de los árboles del conocimiento y de la vida, y por la mente de ellos jamás cruzó la idea de desobedecerle.
Entra en escena la serpiente quien, con astucia, induce a Eva a probar el famoso fruto. La convence que es una especie de pase para que ella y su compañero sean como dioses. Era una oferta tentadora porque supongo que Adán se pasaba de lo más aburrido: sin sexo, televisión, deportes o amigos con quien irse de farra y todavía faltaba bastante historia para que Noé descubriera el vino. Ella, sin lugares a dónde ir de viaje o de shopping, ha de haber pensado
―Más aburrido que esto no puede ser, así que probemos.
Hagamos una pausa. Si esta fuera una película y como tenemos a Eva totalmente desnuda extendiendo su mano hacia el fruto del árbol, dejaríamos la imagen ligeramente desvanecida por si hubiera menores viéndola. Ella está a punto de precipitar a todos los humanos, al menos se dice así en este rollo, al abismo del pecado original. ¿Se han preguntado en dónde estaba dios? Una bucólica opción es que estaba deshojando una margarita diciendo: ―lo hacen, no lo hacen. Ahora bien, si es tan pilas como los doctos en estos temas afirman, debió saber desde el principio que la mujer nos iba a meter en este lío. Si no lo sabía, entonces nos están viendo cara de pendejos con eso de que él todo lo ve y todo lo sabe. En el texto no fue Adán el que nos involucró en esto, si nos atenemos a la tradición, es palabra de dios, entonces dios fue el primer machista del universo y condenó a las mujeres a la sumisión eterna. Tal vez por eso hay tantas feministas ateas.
Reiniciemos la escena que habíamos dejado en suspenso. Ellos se comieron el fruto, por cierto son cuentos eso que haya sido una manzana, esa es una invención de un pintor de la edad media, y de pronto comenzaron a percibir las cosas de manera diferente. Si Adán era un macho hecho y derecho, más derecho se ha de haber puesto, en este momento ha de haber pensado que dios se había rayado porque su mujer era la más bella del mundo. Por favor no lo juzguen, este pensamiento era en homenaje a Eva. Obviemos que, aunque no hubiera sido muy agraciada, era el único ser bípedo e implume que rondaba por allí, y por favor déjenme con el Adán y Eva de los cuadros del renacimiento, no me hagan pensar en las hembras del planeta de los simios porque se arruina la fantasía.
La biblia dice que, horrorizados al verse desnudos, huyeron a esconderse, ¿se creen ese cuento? Se escondieron para seguir descubriendo esos placeres que su padre celestial les había negado. El viejo mañoso, que todo lo ve, ha de haberse escondido tras las copas de los árboles para presenciar con deleite la primera cópula humana, y si nos tomamos una libertad literaria, ha de haber envidiado a su semejante Zeus, quien en el futuro no se perdería oportunidad para “conocer” a las humanas.
La historia continúa con la expulsión del paraíso, la condena a ganarnos el pan con el sudor de la frente y que Eva y sus descendientes parirían a los hijos con sufrimiento ¿por qué él les habló de parir? Eso confirma que el pícaro dios algo vio. Hasta la pobre serpiente recibió su parte y a partir de ese momento ya sólo pudo arrastrarse por la tierra.
Ahora viene lo bueno. ¿No sería que dios tenía todo “fríamente calculado”? No tiene sentido que dejara a Adán y Eva, castamente encerrados en el paraíso para siempre. Dios, a partir del séptimo día, se tomó un early retirement, como se dice ahora, pero alguien tenía que hacer el trabajo duro. Fuera del paraíso había que poner a producir la tierra y para eso lo mejor que tenía era a este par de haraganes, pero tenía que buscar una excusa para justificar el enviarlos a ocuparse de completar su obra, así que se aprovechó de su inocencia en el incidente del fruto y usó como excusa la desobediencia a las órdenes que había impartido. ¿En dónde quedaba el libre albedrío? Dios, como haría cualquier buen político, ofreció algo que nunca cumplió. Los griegos, que lo entendieron así, armaron tremendas telenovelas -aunque aún no se llamaban de esa manera- en donde los pobres seres humanos eran víctimas del "destino", un nombre apropiado para denominar los desvaríos del desalmado titiritero.
Para él era negocio redondo. Si nos reproducíamos el tendría más admiradores, le harían más sacrificios y habrían más especímenes que eliminar cuando la agarraran las rabietas. Si ellos no hubieran sido expulsados ¿de qué viviríamos la gente como yo? Solo había un pero, él con un inmenso decoro no se había atrevido a tener con los chicos la que luego se convirtió en famosa conversación de los pájaros y las abejas. Sin embargo no tuvo qué preocuparse, siempre aparece alguna serpiente dispuesta a hacer el trabajo sucio.
Siglos después apareció un tal Agustín, chavo nada tonto porque se la dio en grande durante su juventud, no se rían por favor, a muchos nos ha sucedido, y luego tal vez a consecuencia de algún amor no correspondido o algún virusino que le pegó una damisela de poca higiene, decidió renunciar a los placeres carnales, se inventó esto del pecado original y proclamó que el sexo sólo era permitido para procrear. Una proyección dirían mis amigos sicólogos. En su inspiración concluyó que el hijo de carpintero nacido en Belén, era el dios reencarnado que había venido a salvarnos del pecado primigenio. Lo curioso del caso es que quien realmente se inventó al Jesús que actualmente veneramos fue Pablo, un misógino rechazado más, pero eso será materia de otra reunión, si no los he aburrido demasiado y me vuelven a invitar.
¿Ya vieron que tarde es? Les agradezco la invitación. Les ruego me disculpen, debo decir misa mañana temprano y estoy algo mareado. Prométanme que esto quedará entre nosotros o se cagarán en mi carrera, porque tengo el presentimiento que voy en camino de llegar a obispo. Hasta la próxima muchá, por favor avísenme cuando la promoción se reúna de nuevo.
Al escuchar que se cerraba la puerta los que aún estaban despiertos se miraron sorprendidos.
―Qué rollo el de Eduardo, si el montón de mulas que lo van a oír cada domingo supieran lo que en realidad piensa.
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