domingo, 22 de mayo de 2011
Mateo 18.3
Domingo 22 de mayo del 2011. Despierto, o al menos creo haber despertado. Más allá de mis párpados percibo una luz. ¿Será la misma que penetra cada día por la ventana de mi dormitorio? Con temor extiendo la mano y toco el cuerpo que reposa a mi lado. Mis dedos lo recorren procurando no despertarla. Confirmo que en realidad es ella. Todo parece seguir en su lugar, entonces abro los ojos, giro a la derecha y poso los pies sobre el piso. Qué delicioso siento ese frío que comienza a subir por mis piernas. Qué hermoso es sentirse vivo.
Ya aliviado, luego de mi habitual visita al baño, enciendo el televisor. En Barcelona, un Red Bull encabeza la carrera. Los Ferrari relegados a posiciones secundarias. Nada novedoso este año en la fórmula uno. Apago el televisor y salgo a recoger los diarios. Como siempre están tirados tras la verja del garaje. Me siento a leerlos en la sala familiar.
Qué raro. Son casi las ocho y los chicos no se han despertado. Voy a su dormitorio y observo sus camas. Están tan ordenadas como las vi la noche anterior, antes de enviarlos a dormir.
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De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mateo 18.3)
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