domingo, 15 de mayo de 2011
El Concierto
Para ser franco, me tenías desesperado. Pasaste casi dos meses dando lata con que venía Chayanne. Primero fue la peregrina idea de que te acompañara. ¿Te imaginas cómo me hubiera sentido, sumergido entre ese torbellino de mujeres que se niegan a reconocer que ya no son adolescentes y se portan como alucinadas en presencia del artista que les robaba el corazón hace un cuarto de siglo? Luego se te metió la necedad de ir con esas amigas que me agradan tanto como quedarme atascado en el tráfico vespertino. Como esto es entre nos, te diré que dos de ellas me inspiran cero respeto. Ambos sabemos dónde nació su amistad, así como sabemos que, a diferencia de tí, ellas no han logrado romper el cordón umbilical con aquel inframundo del vicio.
Pasaste toda la tarde arreglándote. Me reía en mis adentros pensando -¿De qué le servirá? El artista apenas distinguirá hasta la cuarta fila. De allí en adelante sólo verá una masa de figuras indefinidas, agitándose al compás de su música. Reconozco que sentí celos. Hace tiempo que no te arreglabas así para mí. Sin embargo traté de tomarlo por el lado positivo y me deleité observando cómo cubrías ese cuerpo maravilloso con lo justo para no ser arrestada por quebrantar las leyes de moralidad. Debajo de la microfalda y la camiseta, llevabas el juego de pantaletas y sostén rosados, de encaje francés, que te traje de Nueva York -¡Querida, por ti no pasan los años!- Exclamé, en un arranque de emoción, luchando por dejar archivada, en mi memoria, la primera vez que entregué mi aguinaldo a cambio de degustar tan delicioso manjar.
El beso de despedida fue un leve roce de labios. -No me vayas a quitar el brillo- dijiste con esa voz sensual que me eriza la piel. Afortunadamente el novio de Leticia, una de esas amigas que me niego a soportar, ofreció venir por tí al edificio y traerte de vuelta al concluir el concierto. No te diste cuenta, pero desde el balcón observé cómo subías a la Range negra.
Casi de inmediato, los malditos celos volvieron a apoderarse de mí. Esa inseguridad, que ha regido mi vida, profundizaba la frustración -¿Has visto que tu mujer es la mejor del grupo? La mejor está con el más pobre. ¿Cuánto tiempo crees que le durará el amor sabiendo la facilidad con que podría conseguir a alguien que satisfaga sus caprichos?-
Tomé un par de tequilas, leí un poco y luego me venció el sueño. No sé cuánto habría dormido cuando sentí que estabas de vuelta. Te movías sigilosa entre las sombras, tratando de no despertarme. Para evitarte la preocupación, te pregunté -¿Cómo estuvo el concierto? En respuesta te lanzaste sobre mí. Tus labios apresaron los míos, tu lengua, que vibraba en mi boca, producía descargas que explotaban entre mis piernas. Sentía la firmeza de tus senos rozando contra mi pecho, mientras tu mano tomaba mi miembro trasmitiéndole vigor. Con el correr de los minutos fui cosechando la maestría que habías adquirido en la casa de Jenny. Mis fantasías se concretaron cuando, de horcajadas sobre mí, te entregaba mis embestidas, recompensadas con tus gemidos de placer. En la agonía del éxtasis interminable le daba gracias a Chayanne, ya que había sido su música o sus movimientos, el afrodisiaco perfecto para esa sesión de amor.
No decías nada. Ni falta hacía. Había otras formas de demostrarme que para ti no había, ni habría nadie más. Luego de visitar el universo del placer, caímos rendidos uno en brazos del otro. Apenas escuché tu respiración acompasada, la maldita costumbre volvió a traicionarme. Me separé de ti y me volteé hacia la orilla de la cama.
El canto de los pajarillos me despertó. Aún no había salido el sol de ese día que presagiaba ser especial. Siempre la hemos pasado muy bien luego de esas apasionadas sesiones de lujuria. En la penumbra, caminé sigilosamente al baño, con la vejiga a punto de reventar. Mientras aliviaba mi necesidad, hacía planes para el resto del domingo. Podríamos escaparnos a la Antigua y desayunar en aquel convento hábilmente transformado en hotel de fama mundial.
Regresé de puntillas y me metí entre las sábanas. Instintivamente extendí el brazo buscándote. Nada. El lado de tu cama estaba frío y vacío… Cómo había permanecido en los últimos dieciséis años, desde aquel día que inesperadamente partiste. Me faltaba el aire, las paredes del dormitorio giraban sin control. En ese instante cada recuerdo comenzó a ocupar el lugar correcto.
Anoche había vuelto a actuar Chayanne. Pero la última vez que viste a tu artista favorito fue hace diecisiete años. En aquella ocasión insististe que te acompañara y, ante mi negativa, fue el novio de Leticia quien te llevó. Cuando regresaste hicimos el amor de una manera desenfrenada. Recuerdo que el encaje del juego de pantaletas y sostén rosados, sufrió las consecuencias de nuestra pasión desbordada y que tú, haciendo el gesto de una niña que ha perdido su mejor juguete, me culpaste por haberlo roto. También recordé el berrinche que armaste cuando te conté que había tirado los restos a la basura.
Todo, excepto el concierto de anoche, ocurrió hace diecisiete años.
Un año después, asqueada de mis incontrolables celos, te marchaste del apartamento. Supongo que, para poner en orden tus pensamientos, decidiste pasar un fin de semana en Costa Rica. Eras uno de los ciento treinta pasajeros que iban en el vuelo de TACA que esa noche se estrelló en el Salvador.
La lógica parecía irrefutable. El retorno del artista había activado mi subconsciente y te había traído de vuelta en mis sueños. Sin embargo, conteniendo la respiración y sin terminar de darle crédito a mis ojos, no lograba entender qué hacían, al lado de la cama, aquellas prendas color rosa con el encaje rasgado, impregnadas con el inconfundible aroma a ti.
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