viernes, 5 de noviembre de 2010
Luciérnagas
David conducía hacia el altiplano preguntándose qué terribles secretos ocultaban las majestuosas montañas que iban saliéndole al paso.
El padre Falla estaba oficiando misa en un claro de la selva. El espectáculo le confirmó que para encontrar a Dios no se necesitaban lujosas iglesias o imágenes recubiertas de oro y piedras preciosas. Dios estaba allí, manifestándose en esa arboleda bañada de luz, en el armonioso gorjeo de los pájaros, en el dulce murmullo del arroyo que corría por las cercanías.
Al concluir la ceremonia, el sacerdote se acercó a saludarle.
-David, alabada sea la Providencia que guió tus pasos hasta aquí. Te suplico que nos acompañes mañana y seas testigo de lo que encontremos. Déjame explicarte. Hace ocho días un grupo de investigadores localizó los restos de un poblado llamado San José. Muchos en la región conocían en dónde estuvo situado, pero por alguna razón callaban. Entre los vecinos corre un rumor. Que algo diabólico ocurrió cuando lo destruyeron. Dicen que el lugar está embrujado y que las almas de los ajusticiados aún rondan por allí. Para complicarnos más las cosas, el alcalde de la región nos ha estado acosando. Se trata de un acaudalado terrateniente llamado Pedro Coyoy. Sabemos que es un ex PAC y sospecho que alguna razón ha de tener para querer obstruir nuestra investigación. A diario se presenta acompañado de hombres armados a preguntar qué estamos haciendo.
-No se preocupe padre, pueden contar conmigo.
La caminata por la montaña les tomó casi doce horas. Llegaron a su destino cuando el sol estaba ocultándose. Decidieron descansar e iniciar el trabajo al alba. David no lograba conciliar el sueño. Prefirió sentarse bajo la ceiba que dominaba el lugar. Le sorprendió observar algo así como un estallido de luces detrás de una colina cercana. Semejaban diminutas estrellas de movimientos erráticos que violentaban la oscuridad de la noche. De pronto se acercaron. Era un enjambre de luciérnagas. Revolotearon sobre él y retornaron tras la colina.
Al notar cómo repetían la maniobra, David decidió seguirlas.
Caminó unos cuatrocientos metros y llegó a una explanada cubierta de maleza. En su extremo más lejano se levantaba un montículo. Las luciérnagas revoloteaban en la cima. Cuando David lo trepó le rodearon. Con su frenético aleteo le obligaron a cerrar los ojos. De pronto unas ráfagas de viento comenzaron a azotar el área y las arrastraron consigo. David experimentó una extraña sensación, que no estaba solo. Una especie de quejido prolongado brotaba de la tierra. David intentó moverse pero fue en vano. Sentía que unas manos invisibles le sujetaban los pies. El viento transportaba sonidos parecidos a una emisión de radio con muchísima estática. Poco a poco comenzó a diferenciarlos... semejaban llanto, disparos, gritos de terror, fuego devorando madera...
Temblando en medio de la oscuridad, alcanzó a musitar una oración.
-¡Dios mío! Estoy aquí porque tú lo has querido. Pongo mi vida en tus manos. Que se haga tu voluntad. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
En cuanto pronunció la última palabra, un silencio, tan denso como las tinieblas que le rodeaban, se apoderó del lugar.
Retornó al campamento sintiendo los violentos latidos de su corazón y a punto de desfallecer. No pegó los ojos por el resto de la noche.
En la mañana comentó el suceso con el resto de expedicionarios.
-Llévanos allá.
El montículo parecía un tumor maligno emergiendo de la faz de la tierra.
-Eso no parece natural. Veamos que hay allí.- dijo Falla.
Comenzaron a escavar y pronto hallaron una masa de restos semidestruidos por el fuego. Siguieron profundizando, encontraron osamentas casi completas.
-Han de haber sido los primeros ajusticiados. Por eso el fuego no los llegó a consumir- comentó uno de los expertos.
-La ropa tiene el diseño que se usaba en San José- dijo otro.
David examinó los cascabillos y esquirlas que recogieron.
-Son las municiones que el ejército utilizaba en esa época- confirmó casi sin mover los labios.
A los forenses les tomó una semana concluir su tarea. Estimaron que habían encontrado los restos de entre cien y ciento cuarenta hombres. No se encontraron osamentas de mujeres o niños.
Ya había entrado la noche cuando Falla celebró un oficio religioso suplicando a Dios por el eterno descanso de las almas de los caídos. David alcanzó a ver detrás de la arboleda cómo un enjambre de luciérnagas se elevaba en el firmamento.
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