viernes, 19 de noviembre de 2010

Algo Cotidiano



Él fue descubriendo las señales de violencia tatuadas en aquel cuerpo joven que ya mostraba los estragos del abuso. Intentó averiguar qué había sucedido presintiendo la respuesta que, similar a una bofetada, cortó en seco el interrogatorio

-No quiero hablar de eso

Entonces se dio cuenta que la sonrisa desenfadada que le había llevado a escogerla entre el menú de piel y miserias expuestas a los ojos pletóricos de lujuria de los clientes, no era más que una fachada. Una máscara que ella se ponía para ocultar su tristeza y abandono.

Entonces le hizo el amor de una manera diferente. No quería que se sintiera utilizada. En los cuarenta minutos que recibió a cambio de sus trescientos pesos se empeñó en demostrarle que hay hombres diferentes. La acarició y besó como si fuera la mujer de su vida. Los estremecimientos que logró arrancarle (a pesar de la obvia resistencia que ella ponía para entregarse) fueron su recompensa. La sorprendió con tanta dulzura y delicadeza. Dulzura y delicadeza que continuaron aún cuando habían terminado los vaivenes en el crujiente lecho. Le acarició la cabellera alborotada. Su mano cálida le recorría la espalda rodeando los tres infames cardenales, mudos testigos de la última golpiza.

Los minutos que quedaban dieron lugar a las confesiones.

Dijo llamarse Magdalena (-Otra vez la pecadora- pensó él). Le contó que abandonó los estudios por seguir al amor de su vida. Se unió a él cuando recién había cumplido los quince años.
(-Quince años. ¿Será que a los quince años uno tiene la madurez necesaria para tomar una decisión tan trascendental? ¿O es que para el amor no existe la edad?-).

"Era un hombre maravilloso en todo sentido" dijo ella.
Y él, al ver sus ojos brillando de emoción, confirmó que aún en los lugares más insospechados, encuentra cobijo el amor.
Engendraron un hijo que su amado "Conoce desde el cielo."
Cuando tenía tres meses de embarazo, a su amado le dieron "Una visa al otro mundo."
El brillo se diluyó en lágrimas. La sonrisa adquirió un toque de resignación.

Él se vistió sumido en sus reflexiones. No sólo llevaba la ropa ajada. También su alma estaba estrujada por el sentimiento de culpa. Una culpa colectiva por formar parte de esa sociedad maldita que rinde culto consuetudinario a la violencia. Se marchó con la intención de volver. De volver el tiempo atrás para darle otra oportunidad a ese amor quinceañero que sólo había cosechado los amargos frutos de la soledad. Sus labios se encontraron por última vez en la puerta de salida.
-Volveré- le dijo, resistiéndose a soltarle la mano.

Se acercó a su auto sin reparar en los dos jóvenes que cruzaban precipitadamente la calle.
-Dame el celular y la cartera hijo de puta- Parecía que las palabras eran vomitadas por el frío cañón puesto contra su nuca.
Alzó la mirada.
Alcanzó a verla, apenas oculta tras la raída cortina.
Inconscientemente levantó la mano.
En ese momento, la detonación explotó en su cerebro.

"Ayer por la tarde fue asesinado el sacerdote de origen español Jésús Varela en una calle de la zona 5. Se supone que fue por oponerse a un asalto. El padre Varela, quien vestía de particular al momento del percance, recibió un disparo en la cabeza. El Gobierno lamentó el incidente y ofreció castigar a los responsables. Se informó que el cadáver será repatriado a su país de origen."

1 comentario:

  1. Muy buen relato. Crudo como la misma realidad. Algo trillado lo del sacerdote, pero crea polémica (que en parte es el objetivo de escribir). Me hubiera gustado que el final no sea tan abrupto. Que ese relator, en tercera persona (un buen recurso) pueda repasar los sentimientos de ese cura, culpa, miedo, preocupación, de forma más amplia y que sobretodo, pueda llevarle a una reflexión trascendente en el momento culmen del asalto. Momento en el que se paraliza el tiempo y la vida pasa ante ti como un film en blanco y negro dirigido por Korosawa, de forma lenta y cadenciosa.
    Francisco

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