sábado, 12 de junio de 2010
Utopia
María se levantó cuando los primeros rayos del sol comenzaban a calentar la tierra. Su amado José aún dormía. Ella sonrió al recordar la pasión de la noche anterior. Con la mirada recorrió el rancho, que aunque pequeño, llenaba las necesidades de ellos y sus dos niños. Gracias a Dios tenían un techo que los protegía del agua y del viento. Afuera los pájaros cantaban ocultos entre los árboles. Era un día hermoso.
María fue a la cocina, encendió la leña y comenzó a preparar el desayuno.
La lengua, húmeda y pegajosa, que recorría su rostro, la volvió de golpe a su soledad. Ahuyentó al famélico perro y en la penumbra del amanecer divisó cientos de bultos que comenzaban a prepararse para otra jornada de penurias.
Llovía y el frío le calaba hasta los huesos.
El grifo de sus ojos se abrió y entre gemidos recordó que lo único que había rescatado de la persecución de los pintos era la vida. Todo lo demás se había perdido.
Todo.
Y mientras envolvía los restos de dos tortillas tiesas, se preguntaba ¿por qué Dios no había dejado que ella también partiera con José y con sus hijos? ¿Por qué precisamente el día en que el ejército incursionó, ella se encontraba en el otro pueblo visitando a su comadre?
¿Por qué?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario