sábado, 9 de julio de 2011
Confesiones a un cantor y su guitarra
Viví mi juventud en los setentas. De esa época me queda el recuerdo de haber conocido el amor, el dolor de no ser correspondido y la pérdida de algunos amigos. Mi país comenzaba a desangrarse y nosotros, los universitarios de entonces, inconscientes herederos de aquellos inmortales que paralizaron al mundo en el 68, nos vimos forzados a enfrentar una dura decisión: luchar -y seguramente morir- por nuestros ideales o hacernos a un lado y callar. Decidí sacrificar mis sueños y buscar un camino para asegurarme el sustento.
Han pasado casi cuarenta años. Tal vez el remordimiento de no haber tenido el valor de decir ¡presente! cuando mi pueblo lo demandaba, es el que me ha abierto el corazón para, por medio de las palabras, expresar lo que no me atreví a hacer de otra manera. ¿Qué otros recuerdos me quedan? La música. La música de mi época alentaba ilusiones, pintaba idílicos sueños de un mundo ideal, en donde todos viviríamos en paz, con las mismas oportunidades y disfrutando las riquezas de la tierra, a las que Dios no ha dado derecho, sin distingos de ninguna clase. Hay canciones que llevo tatuadas en el alma, como aquella que hablaba de haber tenido un sueño, en el que todo el mundo gozaba de libertad. A través de la música conocí cómo vivía triste la gente en las casas de cartón y también que no éramos de aquí, ni de allá…
Nunca te conocí Facundo, incluso recuerdo que pensé, cuando supe que regresabas a Guatemala, ¿será que aún irán a escucharte? Ya estás viejo y enfermo ¿por qué no te quedas en casa? Mi admirado viejo y enfermo trovador, acabas de lanzar tu último suspiro en mi tierra. Moriste acribillado a sangre fría sin un motivo aparente, ignoro que tramaba la mente siniestra que planeó el ataque. ¿Acallar al mensajero de la paz y el amor para que la paz y el amor huyan definitivamente de Guatemala? ¿Poner a Guatemala bajo los reflectores del mundo para que nadie quiera poner un pie acá? ¿Poner la guinda en este pastel hecho de terror y sangre que es el postre del día a día en este, otrora, bello país?
Facundo, ya visaste tu pasaje de regreso y en el más allá has de estar viéndonos, tan incrédulo, como nosotros nos sentimos al escuchar la noticia de tu muerte. Preguntándote si las palabras que dijiste al pisar este ensangrentado suelo, se convirtieron en un presagio “Creo que esta será la última vez que vendré a Guatemala”.
He buscado en google las fotos de cuando tuviste que abandonar tu tierra porque eras incómodo para el sistema: barbudo, con el pelo largo y tu inseparable guitarra. Esa guitarra que hoy se ha quedado viuda y que jamás volverá a sentir las caricias de tus manos. Y con un inexplicable dolor que no encuentra una puerta de escape, quiero confesarte que te admiraré siempre porque hasta el último día, viejo y enfermo, fuiste fiel a tus ideas y seguías, como algunos insensibles pensaban, arando en el mar, trasmitiéndonos esos mensajes hechos para sacudir las conciencias. Te fuiste, pero no todo está dicho. No todo está hecho.
Tú decías que no hay que desperdiciar el tiempo, pero hoy decidí bajarme del mundo, dejar que siga girando en su loca carrera que le lleva a la destrucción. Porque hoy es día de llorar, y no sólo es por ti, también es por mí, por la cobardía de mi juventud y por la vergüenza de tener que decir que soy de este país en dónde hoy te hicieron callar. Te callaron en tu vida terrenal y te transformaron en leyenda.
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