martes, 5 de abril de 2011
Mal Olor
Llevas más de seis meses sin trabajo. Pasas el tiempo sentado en la acera, bañándote con una extraña mezcla de polvo y sol, perfumándote con las fragancias que brotan de los drenajes a flor de tierra. Acá, en el asentamiento, la vida es tranquila. Las maras dejan vivir, siempre y cuando les paguen su cuota.
Ya aceptaron tu retiro. Saben que siempre serás de la clica y te saludan con camaradería -Adiós Chinto- No eres el Jacinto que los más viejos miran con recelo, partida de retrógrados que siguen poniendo importancia al tatuaje de la santa muerte que llevas en el brazo, y que no has logrado borrar, a pesar de frotarte tres veces al día con aquel líquido que arde como chile cuando cae en los ojos.
Desde que aceptaste a Cristo como tu salvador, las cosas empezaron a ir mal. Antes no tenías escrúpulos para puyar a alguien y robarle sus cosas. Ahora sabes que el Señor te observa, que no debes lastimar a tu prójimo.
Antes, cuando no había comida, o la indiferencia del mundo te pesaba demasiado, bastaba con inhalar pegamento para que tus males desaparecieran. Ahora sabes que no eres dueño de tu cuerpo, que es un templo del Señor. Así que aguantas el ruidero de tripas y la depresión. Vives de esperanza. Hay un paraíso que te recibirá cuando partas de aquí, un maravilloso lugar en dónde no volverás a sufrir hambre o tristeza.
Tu Lupe tuvo que volver a la calle, a coger con el que le pague; era eso o que el Chintío se les muriera de hambre. Lo miras y tu fe tambalea. Cuando se quedan solos, lo sacas de su caja de cartón y lo examinas con cuidado. Ella jura que es tuyo, que con los clientes siempre lo hace con condón, pero ¿de dónde carajos sacó los ojos claros si los tuyos son, como era tu alma antes de entregarla al Salvador? Te consuelas recordando que los senderos del Señor son inexplicables.
Allí viene tu compadre. ¿Te has preguntado cómo le hace el cabrón para estar siempre contento? A él también se lo lleva puta, pero míralo, ésa es la actitud que tú deberías adoptar.
-Compadrito, lo andaba buscando. Hay un trabajito para usted. Tenía un mi socio, pero le pasó un accidente y no creo que se reponga.
En pocas palabras te lo explicó. Se trata de subir a las camionetas, contar algunos chistes, hacer payasadas y luego recorrer las filas para recoger lo que los pasajeros quieran darles.
-El disfraz es importante compadrito. Si la gente nota que nos esforzamos, suelta la lana.
Lana, siempre te has preguntado por qué al dinero le llaman lana. ¿Será porque con él desaparece el frío de las necesidades? La lana se saca de las ovejas, el macho de las ovejas es un cordero. Tu Salvador es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Las ovejas huelen mal. El Señor, ¿olería mal?
El compadre te mira con ojos de desquiciado, está tarareando esa canción tan de moda… mi niña bonita, pedazo de cielo… Hoy el cielo está más azul que nunca, ninguna nube lo cubre. Tú estás cubierto con la sangre de Nuestro Señor, entonces, ¿a qué puedes temerle?
Dile que sí, prueba un par de días y si no funciona, le dices que mejor no. Le das las gracias y santos en paz. No pongas esa cara. Yo soy la voz del que es. No preguntes, ten fe.
Estuve observándote los últimos días. Te felicito, quedó muy bien el arreglo. Como era la primera vez, querías causar buena impresión. Ya vista que el compadre aplaudió con entusiasmo cuando te vio aparecer con la cara pintada, la peluca colorada, los pantalones cutos hechos con un mantel a cuadros y esos grandes zapatones, caminado a lo Charlie Chaplin. Espero que sepas quién fue Chaplin, si no, no hay problema, te lo explicaré después.
Entonces viste que llevaba la bolsa de papel, de allí sacó una y te la entregó. Al verte el gesto de sorpresa, dijo con la sapiencia que dan los años:
-Escóndala. No se preocupe compadrito. No es lo que parece. Luego le explico.
Por la esquina totalmente grafiteada apareció un bus antediluviano, su motor traía un ataque de asma por el esfuerzo. Iba dejando una impenetrable cortina de humo como rastro de su travesía.
-¡Apúrese compadre! Subamos.
Estabas sudando. Sabías que algo olía mal y no era precisamente el diesel quemado.
Se sentaron en la primera banca. Recordabas que cuando eras niño, en lugar de esas tablas, había cojines rellenos de algodón. Cuando el bus estuvo casi lleno, el compadre te dio un empujón. Ambos se pusieron de pie, en medio del pasillo, bamboleándose para sostener el equilibrio. El compadre, a tus espaldas, susurró:
-Sáquela, apúnteles y se pone serio. Sin pena, que no está cargada.
“Damas y caballeros, niños, niñas y etcéteras. Les ruego que me presten atención. Somos pistolita y puñalito, sus payasos asaltantes. Por favor no opongan resistencia, sólo queremos que nos entreguen sus carteras, celulares y relojes…”
Desde el fondo del corredor, alcanzaste a ver el destello que, en fracciones de segundo, explotó en tu cerebro. Tu último pensamiento fue que algo olía mal.
Al verme confirmaste que hay que prestar atención a los presentimientos. Lástima, ya era demasiado tarde. Confieso que fuiste un caso difícil. Tu tiempo había llegado y no lograba moverte de esa banqueta, de tu baño de polvo y sol. Además, no podía hacerlo cuando estuvieras con el Chintío.
¿Sabes? Lo único real soy yo. Soy la única que está del otro lado. ¿De verdad creías que un poco de líquido apestoso bastaba para disolver nuestro trato? Me encanta la arrogancia de ustedes. Que crean que pueden hacer lo que les dé la gana, sin pagar después las consecuencias.
Deja de estremecerte. Cierra los ojos. Cálmate, voy a desenchufarte.
A la una…
a las dos…
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