sábado, 30 de abril de 2011
Carta a Karol W
Dentro de un día, te nombrarán beato. No soy experto en temas eclesiásticos, pero entiendo que eso significa que ahora estarás más cerca de Dios, para interceder por nosotros. Por decisión de tu sucesor, pertenecerás a un selecto grupo de seres humanos que se ganaron ese derecho, gracias a lo especial de sus vidas.
Y vaya si la tuya no fue especial. Independientemente de si creo o no en toda esa parafernalia religiosa, reconozco que eres uno de los líderes más influyentes del siglo pasado. Basta con observar el mundo que recibiste, tu mundo, y el que nos legaste. Te llaman el papa viajero porque llevaste el magnetismo de tu presencia a lugares que jamás alguno de tus predecesores, esos encopetados guardianes de la dinastía de aquel galileo, que enviaron a pescar hombres, había visitado.
Defendiste como una roca aquello en lo que creías, y aunque te hiciste de la vista gorda respaldando a algunos de tus fanáticos acompañantes (¿qué líder no ha confiado en personas que luego se ha demostrado que no eran tan buenas o tan fieles a la causa como se creía?), encabezaste una cruzada para acabar con esa doctrina atea que, años atrás parecía que terminaría dominando el mundo.
Dicen que un líder se mide por sus seguidores y por los cambios que provoca. Para bien o para mal, fuiste un agente del cambio. Para bien o para mal, viniste a revitalizar una iglesia que parecía estar en los estertores de su inminente desaparición.
Jamás olvidaré el fervor que provocabas con tus visitas. Los millones de personas que, presas de un despertar religioso, coreaban tu nombre y olvidando sus miserias cotidianas, depositaban una esperanza renovada en el representante de Dios en la tierra. Tú, Karol, el desconocido obispo que vino de la fiel Polonia.
Como tampoco puedo evitar el recordarte cada vez que escucho que “tu eres mi hermano del alma, realmente el amigo, que en todo momento y lugar está siempre conmigo…”
Si, eso eras, un amigo que derrotó a la muerte, a la que enfrentaste aquel día de Fátima, y que a partir de allí, caminaste con paso arrollador dejando una imperecedera huella en el mundo y en nuestras almas.
Para muchos de nosotros fuiste el único papa. Nuestro papá. Te conocimos en el apogeo de tus fuerzas y fuimos viendo como, poco a poco, la tarea te iba consumiendo. Sin embargo nos negábamos a reconocer que algún día nos dejarías. Por eso padecimos contigo tu agonía y lloramos desconsoladamente tu partida.
Ante todo y sobre todo, sufrimos porque sentíamos que habíamos perdido a un amigo, y que ese vacío nadie lo podría llenar.
Mañana subirás a los altares. Enhorabuena. Que hagan figuras de ti, para que les enciendan velas, me es irrelevante. A mí déjenme con el recuerdo de tu presencia viva, esa ola de buena vibra que se sentía a tu paso. Esa unión que provocabas, esa fuerza, ese liderazgo. Ese gran Hombre que tuve la dicha de conocer y de admirar.
martes, 26 de abril de 2011
Veintiseis de Abril
En diez minutos llegaría a su casa. Mientras luchaba por no dormirse al volante, los ecos de lo discutido con su hermana, seguían resonando en su cabeza. Le dolía reconocerlo, pero ella tenía razón. A su edad ya no tenía fuerzas suficientes para enfrentarse a aquella bestia, que había despertado de su sueño de impunidad, con el documento hecho público dos días atrás. De pronto percibió la silueta por el retrovisor.
-Que susto me diste. No esperaba que estuvieras de vuelta hoy.
Su relación, con el extraño visitante, había nacido dos décadas atrás, bajo el estruendo de las ráfagas y los estallidos de granadas, que desgarraban las noches en el altiplano. Estaba a su lado cuando, con palabras entrecortadas, comunicaba a la comunidad su decisión de cerrar la diócesis. Temblaron juntos al escuchar que Su Santidad le ordenaba volver. Y se fundió a él, como su sombra, luego que las autoridades le impidieron reingresar a su tierra.
¡Cuántos remordimientos lo acosaron lejos de su comunidad! Una voz retumbaba en su cabeza reprochándole que aquellas plegarias, implorando a Dios perdón por su cobardía, no eran suficientes. Que sólo las obras cambiarían su destino porque ¿De qué habían servido tantos escritos a favor de los pobres, si el autor de tan fogosas palabras había dejado, sin consuelo, a miles de seres indefensos en el momento que más lo necesitaban? Siempre sostuvo que cerró la diócesis para detener la matanza de sus colaboradores, pero su conciencia le recordaba lo que él se negaba a aceptar: que había sido el temor, ese acompañante que había conocido bajo el estruendo de las ráfagas y los estallidos de granadas, quien lo había guiado.
Veinte años después, decidido a lavar su culpa, asumió la responsabilidad de elaborar el documento que bautizó con el revelador título de “Guatemala nunca más”. Pasó meses sintiendo cómo su corazón se desgarraba, reviviendo cada tragedia que la gente le confió. Dejando al miedo de lado, dedicó todo su empeño en revelar la verdad.
Tomó el empedrado camino que conducía a su casa. Abrió el portón y acomodó el coche en el lugar de siempre. Caminaba por el oscuro corredor, cuando tuvo una extraña sensación. Frunció los ojos y distinguió, al otro lado, a un adolescente pálido y delgado que parecía aguardarlo.
-Buenas noches joven.
-Buenas noches Monseñor. Le estaba esperando. Me urge hablar con usted.
-Hijo, es casi medianoche, ¿no podemos hacerlo mañana?
-Monseñor, nunca sabremos si habrá un mañana…
Los labios del muchacho seguían moviéndose, pero el torbellino de confusiones, que azotaba sus pensamientos, le impedía escucharle. Un estremecimiento le helaba la sangre e iba recorriendo hasta el más recóndito rincón de su otrora vigoroso cuerpo porque ese misterioso joven, que decía estar esperándolo, tenía los rasgos de su acompañante, aquel que instantes antes había observado en el asiento trasero de su auto y que, hasta ese momento, había considerado sólo un fruto de su imaginación.
Alzó la mano para ajustarse los anteojos, pero el temblor le impidió sujetarlos y se estrellaron a sus pies. Antes que la mano asiendo la piedra surgiera de la nada, cayó de rodillas, abrió los brazos y, con los ojos anegados en llanto, pronunció las palabras que saldarían aquellas cuentas pendientes desde hacía tantos años:
-Perdóname hijo.
miércoles, 13 de abril de 2011
El Regalo de la Bootsie
Nos tomó meses recuperarnos de su partida. Había sido uno de los veranos más calurosos que se tenía memoria y dejábamos la puerta abierta para ventilar la casa. Muy ajenos estábamos que el clima despertaría en la Bootsie el deseo de responder al llamado de un anónimo don Juan callejero.
Bautizamos así a nuestra gata porque sólo la parte inferior de las patas delanteras, es blanca, el resto de su cuerpo es de un reluciente azabache. Como es menuda y su pelo sedoso, despierta un incontrolable deseo de acurrucarla. A mi esposa le encanta llevarla a la cama. Sin moverme, y con los ojos fijos en el techo, tengo que aguantar el ronroneo que antecede a sus sueños.
Varias veces discutimos la conveniencia de operarla para que no quedara preñada, pero desistíamos razonando que era muy pequeña.
-Además- decía ella -has visto que no le gusta salir ni al jardín. ¿Cómo vas a creer que le pase algo?
Ignoramos la fuerza del llamado de natura y pagamos las consecuencias de ello. El don Juan callejero la sedujo con su romántico maullido y nuestra niña abandonó al hogar persiguiendo al amor.
Tres meses después, así como se había marchado, reapareció rascando la puerta. Cuando sucedió no estábamos en casa y Silvia, la señora que nos ayuda con el oficio, llamó emocionada a darnos la noticia.
En el camino de regreso paramos en PriceSmart. Queríamos agasajar a la hija pródiga y le compramos latas de comida especial. Recordé la famosa parábola y, aunque fuera una gata, comprendí la reacción de aquel padre al enterarse de la vuelta del retoño desaparecido.
Cuando llegamos, Silvia nos indicó que estaba escondida debajo de una mesa que tenemos en el estudio. Esa mesa la conocemos como la mil usos, porque nos saca de apuros cuando necesitamos un lugar en dónde colocar algo. Es un mueble viejo que mi esposa heredó de su abuela. Miles de veces he prometido que lo volveré a barnizar, ofrecimiento que ha terminado en el archivo de los pendientes, a realizar si la profecía maya no se cumple el año entrante.
Si fuera por mí, hace rato estuviera en la basura. Sus patas, largas y delgadas están medio carcomidas por la polilla. Para disimular su estado, la cubrieron con una manta verde que llega hasta el piso -para que no se vea tan fea- dijo Silvia. La veo y me pregunto ¿Se habrá visto al espejo cuando sale los domingos? Con la masa de maquillaje y toda apretada para que no se le noten las lonjas,
Apagamos la luz y nos acercamos de puntillas para no asustarla. Oíamos sus maullidos debajo. Mi esposa levantó el cobertor, y en ese momento descubrimos la magia oculta debajo de la mesa.
¡Allí estaba la Bootsie amamantando a cinco gatitos!
martes, 5 de abril de 2011
Mal Olor
Llevas más de seis meses sin trabajo. Pasas el tiempo sentado en la acera, bañándote con una extraña mezcla de polvo y sol, perfumándote con las fragancias que brotan de los drenajes a flor de tierra. Acá, en el asentamiento, la vida es tranquila. Las maras dejan vivir, siempre y cuando les paguen su cuota.
Ya aceptaron tu retiro. Saben que siempre serás de la clica y te saludan con camaradería -Adiós Chinto- No eres el Jacinto que los más viejos miran con recelo, partida de retrógrados que siguen poniendo importancia al tatuaje de la santa muerte que llevas en el brazo, y que no has logrado borrar, a pesar de frotarte tres veces al día con aquel líquido que arde como chile cuando cae en los ojos.
Desde que aceptaste a Cristo como tu salvador, las cosas empezaron a ir mal. Antes no tenías escrúpulos para puyar a alguien y robarle sus cosas. Ahora sabes que el Señor te observa, que no debes lastimar a tu prójimo.
Antes, cuando no había comida, o la indiferencia del mundo te pesaba demasiado, bastaba con inhalar pegamento para que tus males desaparecieran. Ahora sabes que no eres dueño de tu cuerpo, que es un templo del Señor. Así que aguantas el ruidero de tripas y la depresión. Vives de esperanza. Hay un paraíso que te recibirá cuando partas de aquí, un maravilloso lugar en dónde no volverás a sufrir hambre o tristeza.
Tu Lupe tuvo que volver a la calle, a coger con el que le pague; era eso o que el Chintío se les muriera de hambre. Lo miras y tu fe tambalea. Cuando se quedan solos, lo sacas de su caja de cartón y lo examinas con cuidado. Ella jura que es tuyo, que con los clientes siempre lo hace con condón, pero ¿de dónde carajos sacó los ojos claros si los tuyos son, como era tu alma antes de entregarla al Salvador? Te consuelas recordando que los senderos del Señor son inexplicables.
Allí viene tu compadre. ¿Te has preguntado cómo le hace el cabrón para estar siempre contento? A él también se lo lleva puta, pero míralo, ésa es la actitud que tú deberías adoptar.
-Compadrito, lo andaba buscando. Hay un trabajito para usted. Tenía un mi socio, pero le pasó un accidente y no creo que se reponga.
En pocas palabras te lo explicó. Se trata de subir a las camionetas, contar algunos chistes, hacer payasadas y luego recorrer las filas para recoger lo que los pasajeros quieran darles.
-El disfraz es importante compadrito. Si la gente nota que nos esforzamos, suelta la lana.
Lana, siempre te has preguntado por qué al dinero le llaman lana. ¿Será porque con él desaparece el frío de las necesidades? La lana se saca de las ovejas, el macho de las ovejas es un cordero. Tu Salvador es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Las ovejas huelen mal. El Señor, ¿olería mal?
El compadre te mira con ojos de desquiciado, está tarareando esa canción tan de moda… mi niña bonita, pedazo de cielo… Hoy el cielo está más azul que nunca, ninguna nube lo cubre. Tú estás cubierto con la sangre de Nuestro Señor, entonces, ¿a qué puedes temerle?
Dile que sí, prueba un par de días y si no funciona, le dices que mejor no. Le das las gracias y santos en paz. No pongas esa cara. Yo soy la voz del que es. No preguntes, ten fe.
Estuve observándote los últimos días. Te felicito, quedó muy bien el arreglo. Como era la primera vez, querías causar buena impresión. Ya vista que el compadre aplaudió con entusiasmo cuando te vio aparecer con la cara pintada, la peluca colorada, los pantalones cutos hechos con un mantel a cuadros y esos grandes zapatones, caminado a lo Charlie Chaplin. Espero que sepas quién fue Chaplin, si no, no hay problema, te lo explicaré después.
Entonces viste que llevaba la bolsa de papel, de allí sacó una y te la entregó. Al verte el gesto de sorpresa, dijo con la sapiencia que dan los años:
-Escóndala. No se preocupe compadrito. No es lo que parece. Luego le explico.
Por la esquina totalmente grafiteada apareció un bus antediluviano, su motor traía un ataque de asma por el esfuerzo. Iba dejando una impenetrable cortina de humo como rastro de su travesía.
-¡Apúrese compadre! Subamos.
Estabas sudando. Sabías que algo olía mal y no era precisamente el diesel quemado.
Se sentaron en la primera banca. Recordabas que cuando eras niño, en lugar de esas tablas, había cojines rellenos de algodón. Cuando el bus estuvo casi lleno, el compadre te dio un empujón. Ambos se pusieron de pie, en medio del pasillo, bamboleándose para sostener el equilibrio. El compadre, a tus espaldas, susurró:
-Sáquela, apúnteles y se pone serio. Sin pena, que no está cargada.
“Damas y caballeros, niños, niñas y etcéteras. Les ruego que me presten atención. Somos pistolita y puñalito, sus payasos asaltantes. Por favor no opongan resistencia, sólo queremos que nos entreguen sus carteras, celulares y relojes…”
Desde el fondo del corredor, alcanzaste a ver el destello que, en fracciones de segundo, explotó en tu cerebro. Tu último pensamiento fue que algo olía mal.
Al verme confirmaste que hay que prestar atención a los presentimientos. Lástima, ya era demasiado tarde. Confieso que fuiste un caso difícil. Tu tiempo había llegado y no lograba moverte de esa banqueta, de tu baño de polvo y sol. Además, no podía hacerlo cuando estuvieras con el Chintío.
¿Sabes? Lo único real soy yo. Soy la única que está del otro lado. ¿De verdad creías que un poco de líquido apestoso bastaba para disolver nuestro trato? Me encanta la arrogancia de ustedes. Que crean que pueden hacer lo que les dé la gana, sin pagar después las consecuencias.
Deja de estremecerte. Cierra los ojos. Cálmate, voy a desenchufarte.
A la una…
a las dos…
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