sábado, 12 de marzo de 2011

Revelación



¿Sabes que te ves muy guapo? El lugar me gusta. Es lujoso, tranquilo; las flores combinan, la luz no molesta. Antes que abran el salón, voy a confesarte lo que he ocultado por un cuarto de siglo.

Para qué voy a mentirte, cuando supe que estaba embarazada, rompí a llorar. Lloraba de alegría, pero también de miedo. Temía que, si mi padre no me mataba, por lo menos me echaría de la casa por poner en entredicho la honorabilidad de la familia. ¿Te imaginas, si se hubiera enterado que eras el fruto de mis amoríos con un hombre casado? Un desgraciado que se esfumó, con todas sus promesas, luego de darle la noticia. Por eso inventé lo de la plaza de maestra en Huehuetenango, fue el lugar más lejano que se me ocurrió, en realidad me mudé a una pensión en la zona 5.

Jamás olvidaré la primera vez que te tuve en brazos. Cómo costó que nacieras. Sin embargo, al verte, olvidé los sufrimientos pasados. Eras un hermoso niño, eras mi niño. Te puse Eduardo, como tu abuelo. Pensé que tal vez así me perdonaría. ¡Qué equivocada estaba! La barrera que mis hermanas levantaron, impidió que volviera a verles. Pasamos tiempos difíciles hijo. A veces no tenía ni para comer. Lo que no faltaba eran pretendientes revoloteando a mi alrededor. No hay nada más apetecible para esos desgraciados que una madre soltera, joven y de buen ver. Y yo que no quería saber nada de hombres, pero detecté una oportunidad.

Al final de las Américas, había una casa, la manejaba una española conocida como la Maruja. Me contrató al conocer mi necesidad. Me enseñó a hablar como ella y ordenó al personal que dijera que yo era “una sobrina de la península”. Las compañeras decían -Algo le das a los hombres para volverlos locos.- No había tales. Era porque no me portaba como ellas, que sólo entraban a dar el servicio con la consigna de “mientras más rápido mejor”. Conmigo los clientes podían conversar, pedirme consejos, sentirse importantes, mimados. Muchas veces ni sexo pedían. Sólo querían que les pusieran atención.

Muchos ofrecieron sacarme de allí. Decían que tenía demasiada clase para dedicarme a eso. Más de una vez, estuve a punto de aceptar las ofertas, pero en el último instante me dominaba el miedo. Miedo de que volvieran a aprovecharse de mí.

Además tenía que velar por tí. Gracias a mi trabajo, te di estudio. Hasta me di el lujo de enviarte a la mejor universidad del país, a que cumplieras tu sueño de estudiar medicina. Quería que te codearas con gente importante, que tú fueras importante.

Varias veces leí en tus ojos la pregunta que nunca escapó de tus labios. -¿A qué se dedica mamá, que siempre regresa de madrugada?- Me prometí que jamás lo sabrías. Quien me ve en la calle ni sospecharía a qué me dedico. Nunca fui tan obvia. Pero como quería irme con la conciencia tranquila, te confesé todo en una carta y pedí que te la entregaran cuando muriera. En vida no hubiera soportado ver tus ojos cuando te enteraras.

Los años pasaban Eduardo. Tu madre ya no era la jovencita de antes. Y aunque, en apariencia me conservaba bien, el cuerpo ya pedía una tregua. Sin embargo seguí en el negocio; medicina es una carrera larga y no quería truncar tu ilusión.

Te recibiste con honores, esa fue mi mejor recompensa. El día de tu graduación, caminé de tu brazo, disfrutando las sorprendidas miradas de tres o cuatro padres de tus compañeros. Aunque parezca irónico, me sentía agradecida pues, en cierta manera, ellos habían ayudado a costear tu carrera.

Qué lejos estaba de pensar que uno de esos hipócritas tendría el descaro de contarle a su hijo en dónde me había conocido; que ese imbécil, en plena parranda y frente a tus amigos, te lo iba a echar en cara. Y que tú, ofendido, le caerías a golpes.

Mi amado Eduardo: Ese estúpido que te mató tenía razón. ¡Te suplico que me perdones! Lo único que deseo es que estas lágrimas, que no he dejado de derramar desde que me dieron la noticia, sirvan para limpiar tu vergüenza. Hijito, cada centavo que gané, cada humillación que recibí, los recibí gustosa pensando en ti. Cómo me arrepiento de no habértelo dicho antes. Así, con la conciencia tranquila, hubieras podido responder a quien trató de ofenderte. ¡Es cierto! ¡Mi madre es una puta y estoy orgulloso de ello!

1 comentario:

  1. Sorprendente!!! no me esperaba ese final!!! Muy bien. Excelente historia realista y desgarradora.

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