miércoles, 22 de agosto de 2012

El tío Beto


Hace algunos años, en una sesión con el siquiatra, volví a mi rollo de que “no había tenido papá”. Él me explicó que en hebreo existen cuatro definiciones para padre, que en algunos casos todas las llena una persona pero que en otros, los papeles los realizan personas diferentes. Allí salió a la conversación el tío Beto,  un orgulloso quichelense esposo de mi tía Maruca.  Hasta hace tres semanas él no supo que, para mí, el desempeñó uno de esos importantes roles.

Era raro el domingo que no pasara, en su camioneta Opel celeste, a recogernos a mi hermano y a mí para llevarnos a algún lugar junto con sus dos hijos (mis primos Carlos Braulio y José).  Podía ser que fuéramos a un pedazo de terreno para jugar futbol en un área lejana, la que hoy es la Avenida de las Américas, o a barranquear detrás de la Plaza Berlín, el lugar donde ahora vivo. Él no tenía mucho dinero, pero le abundaba la voluntad y disposición de jalar con todos los patojos. Recuerdo que su casa estaba abierta para las fiestas (y también cuando no las había). Tal vez es el único lugar en que siempre éramos bien recibidos, aunque mi tía solo pudiera ofrecernos una taza de café con pan. Mi mamá le hacía ganas para los traguitos e invariablemente terminaban peleando. Pleitos de bolo que a la mañana siguiente se habían olvidado.

Le encantaba estar arreglando cosas, pero también era “estudiado”.  Con mucho esfuerzo sacó su licenciatura en economía, que no lo sacó de pobre, pero nos dio un ejemplo de que sí se podía.

Además tenía otra virtud: ¡era puro rojo!

Cuando aprendí a manejar, él tuvo la confianza de prestarme la viejita camioneta Opel para que yo practicara. Esa camioneta Opel que sirvió para acarrear a mis aterrorizadas primas y tías en la mañana del terremoto cuando se les había caído la casa. Nadie se lo pidió. La ciudad estaba en ruinas y era casi imposible transitar, pero él se las ingenió para irlas a buscar y luego manejar hasta la nuestra.

Con entereza pasó por algo que todos los padres tememos: enterró a mi primo Carlos Braulio, y no dudo que sufrió mucho pensando en que mi otro primo corriera el mismo destino durante la guerra.

Valiente, orgulloso, servicial, abundarían los adjetivos para describirlo.

Pasaron los años y dejé de verlos, hasta que hace poco me comentaron que estaba hospitalizado. Llegué a verlo y conversé con mi primo José. Cuando mi primo se fue, aproveché para cerrar el círculo y reconocer esa deuda de gratitud que tenía con él por todo lo que representó en mi vida.  Aunque aseguraran que estaba inconsciente , sé que me escuchó y que no le importó que a pesar de haberse confesado ateo, le haya deseado con todo mi corazón, que Dios lo recibiera en su seno. 
 
Descansa en paz amado tío Beto.

sábado, 18 de agosto de 2012

NO VOLVERÉ A LLORAR POR TI


¿Cómo pedirte que recuerdes aquellas cartas escritas hace cuarenta años si nunca tuve el valor de enviártelas?

¿Cómo pedirte que recuerdes los lamentos de este corazón que latía solo por ti y que sin querer destrozabas día a día?

Anoche te soñé. Soñé que estábamos sentados en la grama, escuchando a Luis Galich y su inmortal “Vuestros pies”. Entonces recordé que nuestros pies jamás estuvieron juntos en la arena. El estremecimiento de mi cuerpo, en la soledad de este lecho que nunca compartimos, tiñó de melancolía el lluvioso amanecer de tu cumpleaños.

–Felicidades angelito.  –Dije sacando una sonrisa del morral de máscaras que desde que dejé de verte me acompaña. Y aquella estúpida canción invadió mis pensamientos “Que seas feliz, aunque no sea a mi lado. Aunque no sea a mi lado, quiero que seas feliz.”

¿Será posible que luego de más de medio siglo vagando por este mundo que no comprendo, viviendo una vida que no es mía, aún no haya aprendido la lección? ¿De qué sirvió esforzarse por hacer felices a los demás si terminé solo, abandonado, elaborando fantasías para llenar una existencia sin sentido?

Miento. Mi vida tuvo sentido porque te conocí. El que nuestros caminos se cruzaran fue mi delirio y mi tormento. Si pudiera volver a verte no me atrevería a romper el hechizo de jamás haber saboreado tus labios. Me bastaría con arrodillarme para besar las huellas de tus pasos. Ya que el sólo recordar tu nombre hizo que valiera la pena el viaje.

No temas.

Hoy no habrá reproches ni amargos recuerdos de lo que pudo ser y no fue. Hoy es tu cumpleaños, y cómo no sé en dónde estarás, quise escribirte estas palabras para ratificarte ese amor que alguna vez juré sería eterno.

También te juro que ya no habrá más lágrimas.

Las últimas regaron aquel ramo de rosas blancas que deposité ayer sobre tu lápida, que aún no terminaba de secar.