Mary llegó muy
alterada a la clase, parecía como si hubiera esperado a sentirse en un ambiente
protegido para liberar la tensión. Le di un vaso con agua y traté de
tranquilizarla. Ella lloraba, no dejaba
de temblar. En ese momento recordé lo difícil
que le resultaba estudiar en la Universidad, huérfana, sin pareja, del interior
del país, con empleos esporádicos. Cada día, para movilizarse de un extremo a
otro de la ciudad, usa el transporte público y todas las que hemos pasado por
eso sabemos a qué nos exponemos.
Cuando por fin
se calmó, nos contó una historia que parecía sacada de algún libro de ficción.
Como todos los
días abordó el autobús para dirigirse a la Universidad. Cuando iban por las cercanías
de la que en algún tiempo fue la estación del ferrocarril, hoy un refugio de
charamileros y asaltantes, levantó la vista de las fotocopias que estaba
estudiando al escuchar una discusión.
Era un pasajero que discutía con el ayudante del bus. El pasajero era un señor maduro, de voz
ronca, ligeramente obeso y con aspecto de finquero. El ayudante, como todos los
ayudantes de autobús (comúnmente conocidos como brochas), parecía que se había
teñido con el humo oscuro que salía por el escape, y hablaba a gritos. El tema era que el señor quería que el bus
avanzara y no se quedará detenido esperando más pasaje, algo con lo que ni el
piloto ni el brocha estaban de acuerdo.
La discusión fue
subiendo de tono. De pronto el ayudante señaló hacia la parte trasera del bus y
con tono insolente dijo
-Mire don, el
bus tiene seguridad armada para calmar a gente como usted. ¿Verdad mi agente?
Un guardia, con
cara de niño, se levantó del último asiento y sonriendo, se abrió la chaqueta
para mostrar un viejo revolver que llevaba al cinto. El pasajero, sin mediar
palabra, desenfundó un arma que llevaba escondida y disparó contra el guardia.
Una bala pegó en la mujer que iba a lado de Mary. El ayudante bajo del bus y
escapó corriendo. El pasajero también desapareció entre el tumulto de la gente
que huía. Mary abandono a su compañera de asiento y se unió a la estampida.
Como una autómata buscó otro bus y continuó su camino a la Universidad. Hasta
que llegó allá vino a caer en cuenta de lo que había pasado.
Al día siguiente
busqué la noticia en los periódicos. El
brocha jamás fue mencionado. Prefirieron una versión más condensada. Un guardia
había discutido con un pasajero y éste le había disparado. Era más sencillo así. En Guatemala es algo
cotidiano.