lunes, 11 de febrero de 2013

El Trabajo Sucio



Aún no me repongo de la sorpresa. Cuándo lo leí temprano, pensé que era una broma. Luego de investigar un poco vine a descubrir que el último que se atrevió a hacerlo ¡fue antes de la caída de Constantinopla!

¿Qué pasaría por la mente de ese hombre tan férreo, a quien no le ha temblado la mano para intentar barrer la porquería acumulada en tantos años dentro de la congregación que le confiaron a su custodia?

Afirman que la noticia tomó por sorpresa hasta a sus más allegados. ¿No es esa una prueba de la soledad que le acompañaba, desde hace tiempo, en esa difícil misión?

En su discurso de renuncia afirmó que no se sentía con fuerzas…

Sin querer recordé aquella súplica en el Monte de los Olivos, cuando su Maestro flaqueó e imploró a su Padre que apartara de Él ese cáliz de amargura, pero que haría lo que fuera Su voluntad.

En su caso, cuántas oraciones habrán quedado sin respuesta, cuántas puertas se le habrán cerrado, cuántas noches en vela habrá pasado buscando una solución, tanto afán que le habrá llevado a confirmar que se ha quedado sin fuerzas… Sin fuerzas para completar la misión que se impuso. Sin fuerzas para desenmascarar a la oscuridad que se ha apoderado de su Iglesia y que les han llevado a olvidar el mensaje fundamental de aquel que sufrió muerte de cruz para la redención de los pecados.

Solo él sabe cómo se marcha y solo Dios podrá pedirle cuentas. Hoy no puedo más que reconocer su entereza por ese paso a un lado que está dando para cederle el lugar a otro (que según Malaquías, será el último).

Afirma que ya no tiene fuerzas, pero ha demostrado que tuvo el valor de reconocer los pecados de la Iglesia y desenmascarar a varios lobos vestidos de ovejas que se habían infiltrado en ella, eso le merece un reconocimiento especial.

Tal vez no logró terminar la tarea pero lo que hizo es el inicio de un inevitable cambio en la Iglesia, en todo lo que han enseñado. Ese cambio no se hubiera podido dar si él no hubiera tenido el valor de hacer el trabajo sucio.

Ojalá Dios nos enviara más Joseph Ratzinger al mundo.

Ojalá que la Iglesia, sus ministros y fieles, salgan fortalecidos de esta prueba.

jueves, 31 de enero de 2013

ALGO COTIDIANO


Mary llegó muy alterada a la clase, parecía como si hubiera esperado a sentirse en un ambiente protegido para liberar la tensión. Le di un vaso con agua y traté de tranquilizarla.  Ella lloraba, no dejaba de temblar.  En ese momento recordé lo difícil que le resultaba estudiar en la Universidad, huérfana, sin pareja, del interior del país, con empleos esporádicos. Cada día, para movilizarse de un extremo a otro de la ciudad, usa el transporte público y todas las que hemos pasado por eso sabemos a qué nos exponemos.
Cuando por fin se calmó, nos contó una historia que parecía sacada de algún libro de ficción.
Como todos los días abordó el autobús para dirigirse a la Universidad. Cuando iban por las cercanías de la que en algún tiempo fue la estación del ferrocarril, hoy un refugio de charamileros y asaltantes, levantó la vista de las fotocopias que estaba estudiando al escuchar una discusión.  Era un pasajero que discutía con el ayudante del bus.  El pasajero era un señor maduro, de voz ronca, ligeramente obeso y con aspecto de finquero. El ayudante, como todos los ayudantes de autobús (comúnmente conocidos como brochas), parecía que se había teñido con el humo oscuro que salía por el escape, y hablaba a gritos.  El tema era que el señor quería que el bus avanzara y no se quedará detenido esperando más pasaje, algo con lo que ni el piloto ni el brocha estaban de acuerdo.
La discusión fue subiendo de tono. De pronto el ayudante señaló hacia la parte trasera del bus y con tono insolente dijo
-Mire don, el bus tiene seguridad armada para calmar a gente como usted. ¿Verdad mi agente?
Un guardia, con cara de niño, se levantó del último asiento y sonriendo, se abrió la chaqueta para mostrar un viejo revolver que llevaba al cinto. El pasajero, sin mediar palabra, desenfundó un arma que llevaba escondida y disparó contra el guardia. Una bala pegó en la mujer que iba a lado de Mary. El ayudante bajo del bus y escapó corriendo. El pasajero también desapareció entre el tumulto de la gente que huía. Mary abandono a su compañera de asiento y se unió a la estampida. Como una autómata buscó otro bus y continuó su camino a la Universidad. Hasta que llegó allá vino a caer en cuenta de lo que había pasado.
Al día siguiente busqué la noticia en los periódicos.  El brocha jamás fue mencionado. Prefirieron una versión más condensada. Un guardia había discutido con un pasajero y éste le había disparado.  Era más sencillo así. En Guatemala es algo cotidiano.